Mirar y ver
Los dueños de las palabras
Masacre, genocidio, exterminio, colonización. Todas ellas elegidas y redefinidas o secuestradas, según el interés de donde provengan
Córdoba que suena
Regreso del talento
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Iniciar sesiónEs detestable la estrategia de salón. Nunca baja a la arena, no toca tierra ni piel, ve desde lejos y ni oye, ni huele, «ni siente ni padece», diría la sabiduría de mi madre. No se mancha las manos, ni se le parte el corazón, ... porque en ella el sufrimiento no tiene nombre, sino cifras y las cifras son frías, moldeables y se dejan manipular. Ser quien decide qué se puede decir, cómo ha de ser dicho y qué se quiere obtener con ello es una ambicionada posesión a la que el poder aspira.
Llevamos tiempo abrumados por guerras y conflictos, muchos días perdidos en debates estériles que ningunean la realidad y la encorsetan en palabras cuidadosamente seleccionadas para servir a intenciones calculadas. La lucha por adueñarse del discurso, por establecer una narrativa que legitime posiciones, por aprovechar las circunstancias para sacar ventaja y beneficio, en lugar de proteger y salvar la vida de las personas, preservar su tierra y establecer la paz, es tan letal, por sus consecuencias, como el resto de las armas.
Las palabras, vaciadas de la realidad y de su significado, pervertidas, se simplifican y deshumanizan. Masacre, genocidio, exterminio, invasión, colonización, conflicto, ocupación militar, evacuación, expulsión, objetivos legítimos, muertes, catástrofe humanitaria.
Todas ellas elegidas y redefinidas o, por el contrario, secuestradas, según el interés de donde provengan. Todas ellas pronunciadas sin que se les seque la boca a sus voceros ni el miedo les oprima la garganta hasta agotar la voz ni la rabia se les apriete en los dientes, como sufren quienes las padecen.
No se trata sólo de una confrontación semántica. Las palabras tienen dueños, de las que se sirven para legitimar acciones que deciden el destino de personas y pueblos. Corren malos tiempos para las palabras: palabras censuradas, omitidas o prohibidas, robadas o instrumentalizadas. Frente a ellas, otras se alzan con valentía y coraje, en un desafío contra la implacable imposición de lo establecido.
Palestina y el derecho a ser nombrada, Ucrania y la libertad, Tigray, una guerra atroz, la mayor de entre las recientes. Nadie habló de ella, lejana desde nuestro errado etnocentrismo y, desde él, carente de interés geopolítico, olvidada e invisible por la inexistencia de palabras.
La paz no es sólo ausencia de guerra. Urge construirla en un mundo roto por la polarización y la violencia. La paz requiere de otro lenguaje, el del reconocimiento, la confianza y el respeto mutuos, la afirmación innegociable de la dignidad de toda persona, la defensa del valor inalienable e intocable de la vida humana en cualquier situación y circunstancia, el establecimiento de relaciones de justicia y de cuidado del otro, la renuncia a cualquier forma de violencia, el posicionamiento al lado de las víctimas, la aceptación de la lógica de la reconciliación, el descubrimiento de la fraternidad como único camino y la búsqueda personal de un corazón almado y desarmado.
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