contramiradas
Manuel Concha: «Mi gran triunfo ha sido mi maravillosa familia»
El doctor Concha hizo historia protagonizando el primer trasplante de corazón de Andalucía en el año 1986
Trasplantes, 35 años de un prodigio en Córdoba
Córdoba
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Iniciar sesiónEl 10 de mayo de 1986, el jefe de Cirugía Cardiovascular del hospital Reina Sofía daba vueltas obsesivas en el vestíbulo del quirófano. Su colega Anastasio Montero estaba a punto de aterrizar en un helicóptero de la Guardia Civil con un corazón ... recién extraído de un donante de Granada. Llevaban dos años preparando concienzudamente ese momento. Y apenas disponían de un estrecho margen para ejecutar una operación sin precedentes en Andalucía: el primer trasplante de corazón de la historia de la sanidad autonómica.
El doctor Concha tenía 39 años. Y se jugaba mucho. Primero, la vida de un paciente. Segundo, un avance estratosférico para la medicina española. Y, por último, un empujón definitivo para su ya brillante expediente profesional. «Tenía una sensación nueva», relata sentado en el sofá de su casa de la Judería. «La repercusión mediática era muy alta. Si las cosas hubieran salido mal, nos iban a llover las críticas por intentar hacer un trasplante en una ciudad de provincias». Pero las cosas salieron bien. Francamente bien. Y Manuel Concha (Nules, 1946) inscribió su nombre en la historia de la sanidad andaluza.
—La palabra jubilación viene del latín, que significa «gritar de alegría». ¿Usted gritó de alegría cuando se jubiló hace ya diez años?
—No en ese momento. A mí no me pesaba mi profesión. Era muy amante de ella. Pero tampoco tuve sensación de pérdida. Fue un paso muy suave. Yo tenía muchas ocupaciones. Pertenezco a cuatro academias y siempre hay cosas que hacer.
—Si usted mira para atrás, ¿qué es lo que ve?
—Que viví en Cádiz y mi padre era funcionario del Ministerio de la Vivienda. Lo trasladaron a Nules (Castellón) para trabajar en su reconstrucción después de la guerra. Ahí nací yo. Con cinco años fue la famosa explosión de Cádiz y mi padre pidió el traslado. Allí transcurrió mi infancia. Cádiz y Córdoba han ocupado mi vida. Aquí llevo 45 años.
—¿Y quién es Manuel Concha?
—Una persona normal que le ha gustado la vida, la medicina y la amistad, que es una fuente importantísima de vida. He tenido muy buenos amigos. Antonio Povedano, por ejemplo. Me reunía con él en una tertulia durante 44 años, hasta su muerte.
—Usted vive en Córdoba. Pero, ¿le tienta Cádiz?
—Sí, mucho. Llegué con 5 años y estudié primaria, bachiller, Medicina, maestro de escuela. Ese año no me renovaron la beca y no me podía matricular en Medicina, que era la única carrera que había en la ciudad. La matrícula valía 3.000 pesetas y mi padre no disponía de ese dinero. Su jefe era don Francisco Hernández Rubio, arquitecto jefe de Regiones Devastadas. A mí me llamaba Manolito. Un día preguntó cuánto valía la matrícula y puso las 3.000 pesetas.
—Es médico casi por accidente.
—Y por vocación tardía. Yo ya no cambiaría la medicina por nada. Luego me apasionó y me involucré del todo. Saqué matricula de honor en todas las asignaturas salvo en dos.
—Y llegó el 10 de mayo de 1986. ¿Le suena la fecha?
—Por dos motivos. El primero es que fue el primer trasplante de corazón de Andalucía. Y el segundo es que es el cumpleaños de mi segundo hijo.
—¿En el quirófano está la suerte suprema?
—Es el momento clave. Ves si el corazón va a volver a latir. Y esa espera es angustiosa. Y luego también el posoperatorio inmediato: las 24-48 horas son muy inestables. Puede haber fallos de comportamiento del corazón.
—¿Se ha dejado usted muchas lágrimas en el hospital?
—Internas muchísimas. Mi misión era aguantarlas. Disgustos me he llevado muchos. No solo en el caso de trasplantes. Con los niños, por ejemplo. Cuando el corazón de un niño no arranca, la lucha interior es muy grande. Sabes que hay unos padres que están en la puerta esperando y dar una noticia mala es una de las cosas más duras que hay. Con los niños hay una sensación muy dolorosa. Lloras para adentro y pasas un berrinche muy grande.
—¿Curar es un don sagrado?
—Tanto como sagrado no diría yo. Curar es una acción para la que te preparas toda una vida. Yo no le doy tintes religiosos. Pero exige una tremenda preparación y una disposición a hacer las cosas bien.
—Usted ha dicho: «Nunca digo toda la verdad al paciente». ¿Por responsabilidad o por compasión?
—Por compasión. Tengo compañeros que cuando hablaban con los familiares lo ponían todo negro por si acaso no iba bien. Ese no era mi pensamiento. No era que yo trivializara, pero les hablaba en un lenguaje llano y no les daba esa preocupación tremenda de la operación a vida o muerte. Prefería asumir yo el riesgo. Los familiares sufren mucho.
—¿Nuestra vida nos pertenece?
—En el sentido filosófico de la palabra, la vida nos pertenece. Claro. Pero, a la vez, pertenece a muchos factores y circunstancias. La vida es nuestra para decidir sobre ella. Nada más que hay una y la decisión última es la del paciente. La confianza del paciente con el médico es una pieza clave.
«No les daba esa preocupación tremenda de la operación a vida o muerte a los familiares.
Prefería asumir yo el riesgo«
Manuel Concha
Cirujano
—He leído esta semana en internet: «La muerte será pronto opcional». Ilumíneme, doctor.
—Esas frases son muy rimbombantes. Nadie quiere morirse, salvo algunas que así lo firman y están en su derecho. Yo no conozco a ningún enfermo, y son miles los que han pasado por mis manos, que hayan preferido morirse.
—¿Pero la medicina multiplicará la esperanza de vida?
—Sin duda. No es comparable la esperanza de vida con la que había antes. La medicina retrasa la muerte y las enfermedades. Mi mujer murió de un cáncer de pulmón. Se le declaró al nacer mi hijo y murió 20 años después. La medicina consigue alargar la vida. La oncología de hoy no tiene nada que ver con la de hace 30 años.
—¿Hasta qué límite podremos vivir?
—La genética ha cambiado mucho. Ya se puede acceder y manipular los genes. Y esos avances son importantes. La medicina genética va a jugar un gran papel en el futuro.
—¿De qué se siente más orgulloso?
—Sobre todo, de haber tenido una familia maravillosa. Tengo tres hijos y ocho nietos, además de dos de Carmen, mi segunda mujer, con la que me casé hace 18 años. Para mí, es un gran triunfo haber tenido también cinco o seis amigos que te impriman carácter. Que hayan sido un aldabonazo para ser mejor. He tenido íntimos amigos lejos de intereses materiales. Yo creo en la amistad sincera. Esas son las claves de mi vida. Y llevar un comportamiento responsable y no hacer daño a nadie.
—Su último libro se titula 'Antártida'. ¿Qué ha descubierto en los confines del planeta?
—Hace años tenía un problema grave en la columna cervical. No podía operar. Me operaron en una intervención muy difícil y me mandaron a casa. Y, cuando estaba viendo la televisión, se me cruzó un programa de un viaje a la Antártida. Era un rompehielos ruso, que explotaba una compañía americana para 55 personas. Me entusiasmó. Cuando mi mujer volvió a casa, le dije: «Ya sé dónde vamos este año. Acabo de hablar con una agencia argentina y nos vamos a la Antártida». Me dijo: «¡Estás loco! ¡Con el cuello recién operado!». Fue un viaje apasionante. Estar en ese silencio sagrado de la Antártida fue una visión.
—Usted ha cruzado el Atlántico en velero. ¿Qué buscaba en el océano?
—Lo crucé con un amigo que era biznieto del almirante Cervera, el de la guerra de Cuba. Era un gran navegante y tenía un barco de vela. Un día me llama y me dice: «Manolo, ¿te vienes conmigo a cruzar el Atlántico?». «Yo te acompaño», le contesté. Fue un viaje placentero. Tuvimos vientos portantes.
—Y poco antes publicó otro libro llamado 'Pleamar'. ¿Se siente en la plenitud de su biografía vital?
—Pleamar es la mar llena. Simbólicamente, me gustó el título. En cierta manera, fue un libro de efemérides de mi vida y textos humanísticos. Fue como la pleamar de mi vida. Y tuvo muy buena aceptación.
—¿Qué hay que tener para vivir: corazón o cabeza?
—Ambas cosas. No son incompatibles. Se apoyan. El intelecto te guía para hacer las cosas como se deben. El corazón pone la pasión y la fuerza para hacerlas.
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