Lunes de Feria de Córdoba, las mil sonrisas de una tarde en calma
Crónica
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Córdoba
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Iniciar sesiónSe sentía rara cada vez que decía que tenía que trabajar en los días de la Feria de Nuestra Señora de la Salud. Llevaba ya unos cuantos años en que le ofrecían atender una de las casetas con más movimiento de comidas y ... cenas del Arenal y no le disgustaba.
Sí, era un trabajo intenso que tenía que hacerse en un ambiente de diversión del que ella no podía participar, por lo menos en esas horas en que se ponía el uniforme para atender las mesas, pero respondía bien a los momentos de tensión y sabía comportarse con nervio sin perder la sonrisa y sin olvidarse de ninguna comanda.
Aunque siempre hubiera alguna mesa en que una espera de cinco minutos les pareciese una eternidad, para ella la Feria era un desafío exigente del que salía victoriosa: entre las mesas se movía con ligereza, pero sin precipitación; si alguien tapaba un pasillo buscaba un atajo y tenía ojo para saber quién la llamaba.
El ambiente del Lunes de Feria, en imágenes
Valerio MerinoLas estampas clásicas siguen en el Arenal en una jornada con más sosiego
Era intenso, pero no se abusaba: la empresa que la contrataba no abusaba de las horas porque entre otras cosas sabía que nadie puede rendir tanto durante demasiado tiempo. Sí, le quedaba la incomprensión de los amigos y a ratos de su pareja, pero de allí salía una buena parte del presupuesto del año y sobre todo la carta de presentación para la posibilidad de trabajos cada vez mejores.
Se lo repetía a sí misma, aunque eso no quiere decir que no hubiera momentos en que se arrepintiera ni pensara que estaría mejor en el lugar de los demás: pinchando de vez en cuando un trozo de flamenquín, tomando cerveza y desde luego bailando sevillanas, que era algo que de mucho más joven le paraba el tiempo. Podía pasarse horas entre palmada y palmada.
A la altura del lunes ya había pasado algunos de esos momentos, pero a partir de entonces llegaba una cierta calma, y no porque su caseta se vaciara, sino porque el aforo estaba mucho más controlado. Era el momento del cierre institucional y de las comidas de empresa.
Era ajena a la envidia y al rencor social: cuando había empezado a faltar al instituto y a traer malas notas a casa su padre le había dicho que era su decisión, pero que de trabajar no la iba a librar nadie. Tampoco se arrepintió: si no era capaz de comprender la trigonometría en la diligencia de los platos encontraba un buen surtidor de autoestima y más satisfacciones personales.
Trajes claros
Así que estas personas que ahora llegaban con chaquetas claras y hasta corbatas, con trajes de flamenca relucientes no eran más que clientes, pero nadie que le quitara el pan, o eso pensaba. Respiró hondo, se atusó el flequillo y se dispuso a tomar nota de lo que pedían y a estudiar las caras que después tendrían que pedirle más vino o tal vez otra cesta de pan. A trabajar.
El lunes había visto a ratos la Feria casi desierta. Los chavales estaban de vuelta en el instituto, las familias estaban mucho más pendientes del trabajo de todos los días y sí es verdad que había unas cuantas empresas que habían trasladado la actividad al Arenal para confraternizar un poco.
Se disponían en mesas largas, afinaban las sonrisas y se les veía felices de que la tarde fuese distinta, con algo de descanso a la vista y sin la tensión del tener que tomar decisiones.
Las casetas bullen el domingo de Feria, en imágenes
Rafael CarmonaLleno absoluto para comidas, bailes y alegría en otro de los días grandes
Conforme acercaba jarras y platos jugaba a sacar el estado de ánimo de cada uno por la expresión y por la actitud. Siempre había sido muy perceptiva y era capaz de entender el lenguaje no verbal de un solo vistazo.
Aunque todos parecían relajados, encontró a un hombre que respondía con sonrisas y gestos de asentimiento que le parecieron exagerados o de compromiso, como si no terminara de creer lo que le decían, y que desde luego no reía porque le hiciera gracia.
Una mujer callaba y escuchaba y parecía anotar con los ojos todo aquello que escuchaba cuando los ánimos se habían relajado y la comida de trabajo parecía más reunión de amigos.
A la hora de comer el Arenal tenía el aspecto de una ciudad de amanecer, muy tranquila tras el intenso fin de semana
En el momento de los discursos los platos habían dejado de ser una urgencia, así que podía encontrar en los ojos, casi sin que nadie se diera cuenta, alguna mirada de ironía cuando se hablaba de la unión de los trabajadores como si fuera una familia, de los logros que se habían conseguido juntos y de los objetivos para los tiempos siguientes, que siempre tenían que regarse con buen vino en la Feria de Córdoba.
Allí llegó el aplauso y luego la risa, y encontró la que lo creía, la que dudaba y la que parecía tener guardada alguna sorpresa para darla en los días siguientes.
Al caer la noche terminó su turno y busco su casa para dejarse caer en el sofá y las sonrisas de los comensales a esas horas ya tenían que torcerse hacia arriba. La Feria de Córdoba estaba un poco más llena que antes y al llegar a su casa se lo dijo a su pareja: no era la única ni la que más había trabajado, y todavía había gente que seguía.
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