La Graílla

Pantalla grande

En la penumbra del cine de verano la luz de la luna es la misma a la que se contaban mitos y relatos de batallas

Rascacielos (13/7/2024)

Cae la noche en el cine de verano y recuerda el alma dormida la primera vez que se alumbró sólo con la luna. Era una madrugada clara de finales de verano y en la tierra calma de un cortijo de la vieja carretera ... de Málaga no había otra luz que la que el sol proyectaba en la luna y rebotaba blanca, sutil y suficiente para pasear por los terrenos, divisar los pocos cerros y distinguir el camino del campo de labranza. El satélite había sido hasta entonces en el cielo de verano poco más que un adorno en la noche que iluminaban farolas, bares y escaparates.

La atmósfera de aquella noche lejana reaparece cuando el cielo del Coliseo San Andrés deja el tono claro por el oscuro y, antes de que la pared blanca pase de la expectación a la realidad, quienes aguardan mirándose el reloj no tienen otra lámpara que la luna. Al corazón de la ciudad vieja no llegan ya otras luces y si se puede llamar oscuridad a la que se alivia con la luna casi llena es una tiniebla distinta y natural. No la que nace de las paredes opacas que aíslan, sino la que es consecuencia del movimiento natural del planeta.

En esa penumbra a la luz tenue que dejaría soñar contaban los mayores las viejas historias. Los mitos que explicaban el origen del mundo y las fábulas que enseñaban con ejemplos las consecuencias de los actos. Los relatos de conquistas épicas, defensas heroicas y enamorados trágicos. No de otra lumbre tenía que nacer la fascinación por el cine, porque también quienes están sentados frente a la pared muda aguardan el momento en que empiece a hablar con imágenes proyectadas.

El atracón de tecnología y producción audiovisual ha conseguido que una parte de la gente aborrezca las pantallas, aunque ayuden en tantas cosas. En una pantalla se trabaja, en otra se reciben mensajes que obligan a ponerse a disposición de alguien o hay que ir a cierto lugar, y en esa misma se lee algo interesante, pero hay que dejarlo porque salta un texto impertinente.

La industria editorial dice que el parón del libro electrónico, que pareció una solución económica y práctica a la falta de espacio, se debe precisamente al hartazgo de las pantallas. Si uno está mirando monitores todo el día, a la hora de relajarse prefiere el imprescriptible papel, que además no necesita más tecnología que la impresión y los ojos que recorren las líneas.

Entre tantas que alienan e hipnotizan con cosas intrascendentes, parece, sin embargo, que la pantalla grande, la primera que conoció el ser humano, sí que fascina sin caducidad a la vista. Si un día el cine fue expresión de avance ahora es relato clásico y más en Córdoba, que puede disfrutarlo en esta penumbra que no viene de los ladrillos, sino de los ciclos del día y de la noche, con el horizonte de las campanas de San Andrés, de Santa Marina, de San Agustín, de San Lorenzo y de Santa Marta, y con el lujo de que en plena ciudad todavía sea posible mirar al cielo y encontrar estrellas que tantas historias escucharon relatar como en esa noche.

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