La Graílla
Ha nacido un recluta
No estaría mal que en la antigua Zona haya un espacio para la memoria ponderada de lo que se vivía en la mili
Un puntito en el mapa (9/12/2023)
Muchos de los que ahora tenemos entre 45 y 55 años hicimos el servicio militar sin ir, supimos del rigor de la instrucción sin escuchar el grito de sargento alguno y fuimos soldados de reemplazo sin necesidad de habernos puesto jamás el uniforme. ... Conforme nacíamos y se comprobaba el sexo, y en aquella época todavía quedaba el sentido común de saber que no se podría elegir ni rectificar, el médico buscaba al padre, que fumaba nervioso en el pasillo, y le daba la buena noticia. «Enhorabuena, su señora y la criatura están muy bien. Han tenido ustedes un recluta».
Y al chico se le preparaba enseguida, conforme decía sus tres primeras palabras, que eran 'Mamá', 'Papá' y 'mili'. «¿Que no te quieres comer las lentejas? Ya verás como te acuerdas de ellas cuando veas la comida que ponen en la mili». «Vaya horas de levantarse, ya te enseñarán a madrugar en la mili». «¿Eso es una respuesta? Ya aprenderás en la mili a ser obediente».
A la mayoría de edad se llegaba entre la esperanza de que el voto sirviera para algo y la amenaza de saber que pronto llegaría el momento de acudir a medirse y tallarse y de que en el Ejército estaba escrito el nombre de los que cualquier día tendrían que presentarse con el petate.
La prórroga de los estudios no era más que el aplazamiento de una sentencia, y para los 18 años de entonces todos los varones conocían historias de la jura de bandera, de la dureza de las maniobras y de los arranques castizos y absurdos de los suboficiales atrabiliarios que soñaban ser algo por gritar a casi adolescentes obligados a marcar el paso.
En los años 90 la objeción de conciencia apenas hacía honor a su nombre y ya no era la salida de quienes tenían valores contrarios a las armas, sino el hueco por el que escapaba gente que quizá pensara que el Ejército era necesario y ya había dejado de ser el ogro golpista de antes, pero prefería que lo hiciesen otros, como son imprescindibles los médicos y los maestros sin que uno tenga que coser suturas o coger la tiza durante un tiempo.
Ahora que la Zona de Reclutamiento de la Trinidad, que tanto sabe de cómo los cordobeses empezaban y terminaban el rito del servicio militar que luego hacían en Lepanto o Cerro Muriano, será auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad no estaría más que en todo su espacio, y no parece que los alumnos vayan a dispararse en este mundo sin niños, alguien de la rama de Historia estudie o recuerde lo que se vivía en lo que para algunos era un tostón, para otros un cuento con que asustar a los niños y para no pocos la gran aventura de sus vidas, como atestiguaban quienes debían escucharlos.
Para que la gente del futuro no piense que en el siglo XX sólo hubo guerras, burocracia e ideología, se guardaría un rincón donde alguien con finura y criterio científico cuente y escriba la memoria, que cuando es memoria de verdad es agridulce y ponderada, de aquellos años de soldados provisionales rapados, jerga, arrestos, permisos y amigos para toda la vida.
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