La Graílla
Inexplicarse
Hay un idioma retorcido que usa las palabras del castellano no para designar, sino para ocultar en un laberinto
Luis Miranda: Huelguistas pasivos
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónAlguna vez habrá que plantarse y decir que no se les entiende, que la cabeza del que escucha se perdió en una perífrasis interminable que se pudo haber resuelto con un verbo corto, que emplean palabras que tienen un significado para la gente ... de la calle y otro abstruso, opaco y alambicado para las letras menudas de los documentos oficiales donde se gasta el dinero público.
Se decía de la antigua gente pedante que quería demostrar sus pocas lecturas y su mucha soberbia hablando a la gente sencilla con palabras extrañas y grandilocuentes y ahora, cuando casi todo el mundo está alfabetizado y la mayoría puede comprender un texto escrito, quedan quienes sólo pueden explicarse, o inexplicarse, con un idioma retorcido que emplea las palabras del castellano pero no para designar, sino para ocultar o para mandar al que escucha a un laberinto.
Uno los escucha y por momento quiere volver a aquel mundo reciente de Macondo en que las cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo, que es directo, infalible y preciso. También lo es la pulida y eufónica lengua española hasta que alguien decidió que tenía que ser burocrática y embrollada, para que la Administración sea como un bosque kafkiano que obligue a desistir por pura incapacidad de orientarse.
La cabeza cree que sabe lo que significa actuación o estrategia, pero es incapaz de entenderla en una frase donde además se habla de lo sociofamiliar y de la vulnerabilidad. El oyente sabe lo que es coordinar y lo que es un proceso, pero tiene que rebobinar para darse cuenta de que en una frase que parece escrita en la lengua castellana no sirven para nada.
Si además se habla de recepcionar, de la receptación, de las dinámicas individuales y colectivas, de las narrativas, de la perspectiva y de itinerarios que no son caminos para ir de un lugar a otro, acabará por desconectar. Ya no hay niños y jóvenes, sino menores; los antiguos colegios se llaman centros educativos, la pobreza se llama situación económica desfavorecida, los barrios son zonas. No se empieza, sino que se pone en marcha; no se hace, sino que se lleva a cabo. No se trabaja, sino que se desarrolla.
De párrafos construidos uniendo palabras y frases así están llenos los archivos de la Administración y los boletines oficiales. Dirán los malpensados que tal vez sea para que los que quieren saber en qué se gasta el dinero público se cansen y piensen que será para algo digno; dirán los susceptibles que intentan poner en evidencia la supuesta ignorancia del que es escucha y nunca se formó en la jerga cifrada, pero tal vez acierte el que crea que es más la incapacidad para salir de un sistema universitario endogámico forjado en asignaturas de letras que quisieron disfrazar su intrascendencia inventando una neolengua orwelliana en que las palabras no dicen lo que parece. Si comunicarse es enviar un mensaje, nada mejor que un receptor que pare la charla y espete a la cara el fracaso de no hacerse entender: «¿Cómo dice?».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete