La Graílla

Fiestas blindadas

Cruces, Patios y Semana Santa tuvieron un público amplio y quienes nunca aprendieron se fijaron en los no querían saber comportarse

Cuentas rabiosas

Principio y final

Pudo haber un tiempo en que las declaraciones archisilábicas con que se etiquetaba a las fiestas populares fuesen innecesarias o rimbombantes, como puro adornos que beneficiaría sólo a quien los otorgaba y a los representantes oficiales. Los Patios de Córdoba, las Cruces de Mayo ... o la Semana Santa crecieron y ocuparon las calles gracias sobre todo a un acuerdo tácito con el pueblo que era capaz de disfrutarlas y de quererlas sin tener que atenerse a normas escritas o códigos expresos de conducta.

Quien no fuese dueño, cuidador o cofrade, y hasta el que hubiera nacido fuera de la ciudad y no estuviera familiarizado con ciertos códigos, era capaz de comportarse en cada momento porque le habían enseñado con la palabra y sobre todo con el ejemplo qué se esperaba de él al entrar en casa ajena, encontrar un paso en la calle o pedir una tapa en una plaza de la Córdoba vieja que por unos días estaba presidida por una cruz en flor.

En cierto momento aquellas celebraciones que se habían urdido con la seda frágil de la tradición oral y la delicadeza del pueblo llano que es capaz de obrar en la calle con el mismo cuidado que tiene en su casa pasaron sin moverse del sitio a un escenario global con los medios de difusión, las redes sociales y el turismo.

No fueron nunca ritos secretos, pero su atractivo se multiplicaban en las fotografías y en los comentarios, y los Patios, la Semana Santa o las Cruces empezaron a tener un público tan amplio que quienes nunca aprendieron cómo tenían que actuar se fijaron en quienes directamente no querían saber cómo comportarse.

La conversación con el dueño de un patio que durante dos semanas abría su casa con infinita paciencia se sustituyó por fotografías en los lugares más rebuscados, y en vez de elogios a las plantas insólitas había masas pastoreadas que tiraban macetas con las mochilas y lo miraban todo a través de una pantalla sin ser capaces de entender mucho. La declaración de Patrimonio Inmaterial es más útil de lo que parece, porque blinda un modo de vida y unos valores que corren el peligro de apagarse si se piensa que los patios son monumentos.

Los que en vez de acomodarse en la barra para tomar unos pinchitos con unas cervezas preferían el licor destilado y en lugar de esperar a la puerta de los aseos portátiles buscaban un callejón sin caer en que allí viviría gente no iban a ser capaces de distinguir entre un rincón con encanto de su ciudad y una discoteca en un polígono, así que esta fiesta de las Cruces blindadas por las multas quizá sea peor que la de hace 30 años, pero es mucho mejor que aquello en lo que estaba convirtiendo.

Los que llenan de sillas portátiles las calles por las que pasan muchas cofradías que no son capaces de distinguir ya pueden prepararse. Cuando se olvida o se ignora cómo actuar en una fiesta, que la Administración lo tenga que reglamentar es tan feo como necesario.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Bienal
Dos años por 19,99€
220€ 19,99€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
3 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 3 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios