La Graílla
El Arcángel y el fútbol moderno
Los que se comieron los años sin luz en el pozo de la Segunda B se alegran del dinero que llega y seguirán llamando al estadio por su nombre eufónico
Sobre los pies me honra este pueblo
Parlamento monocromático
Al gran Santiago Segurola, el mayor cronista deportivo español de las últimas décadas, le preguntaron una vez en aquellas charlas que mantenía los lunes con los lectores qué recordaba del Córdoba CF. Como futbolero impenitente de los que han conocido las gradas de ... pie, el frío y la lluvia antes que la tele de plasma, el periodista evocó los años 60 en que los blanquiverdes eran en Primera un equipo rocoso que apenas encajaba goles y lo ponía muy difícil a los grandes. «Y también recuerdo que tenía un estadio con un nombre precioso: El Arcángel».
La reacción popular por la decisión de poner un título publicitario y ajeno al que los hinchas llaman El Reino ha sido más sensata en los cordobesistas cabales que en los que intentan encender la hoguera de la discusión allá donde van.
Los que se comieron los años sin luz en el pozo de la Segunda B, los que se mordían las uñas con los distintos fracasos en los primeros 2000 que terminaron con otro descenso y los que vieron a su equipo hace muy poco jugar contra el Panadería Pulido en Segunda Federación se alegran mucho por el dinero que permitirá hacer un equipo más competitivo a costa de algo que sólo tendrán que aplicar los que tengan que aprenderse el nombre que sólo sonará en la tele y en la radio: la afición seguirá animando a su equipo en la eufonía de El Arcángel, y ni hará el esfuerzo de aprenderse un nombre que algún día se bajará del título.
No deja de ser una metáfora de lo que los que nacieron al balompié en los años 70, 80 y 90 llaman con desprecio y rabia el fútbol moderno: un negocio gigantesco, más que un deporte, con un calendario lleno de competiciones desnaturalizadas e ilógicas, giras internacionales en verano y equipos en los que se ha asumido con total naturalidad que cualquier medianía de nombre exótico mejora a la gente de la cantera.
Mientras Dani Olmo tenía que marcharse a Croacia con 16 años para buscarse la vida, el Barcelona que lo había criado alienaba a alguien que resumía el disparate del fútbol de este tiempo: un danés mulato y de rastas en el pelo que se apellidaba Braithwaite y al que no se espera en la final de ninguna Eurocopa.
El deporte que idearon los europeos y los suramericanos aderezaron con gotas de arte ya apenas lo juegan ellos, Brasil se ha convertido en una fábrica de cemento musculoso sin la belleza de Pelé o Sócrates y el dinero de los petrodólares avanza sobre la decadencia occidental.
El que apagó la televisión y sólo disfruta el fútbol de selecciones donde no tocan los victimismos de los gigantes y quienes seguirán cantando lo de «En El Arcángel nuestro reino» tienen en común el mismo espíritu de resistencia, que al menos en el Córdoba encarnan Casas y Carracedo, y es la de pensar que queda un viejo fútbol de andar por casa y sin anuncios que sigue mereciendo la pena.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete