La Graílla
Abolir el tiempo
Vives estos días tan pegado al reloj que rezas para que la Virgen de los Dolores detenga el engranaje del segundero
Luis Miranda: Como la vida
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Iniciar sesiónHubo un tiempo en que pensabas que no tenías que rezar en Semana Santa. Ni para dar gracias, que tal es la insolencia inocente de los jóvenes. Un Lunes Santo era tan largo que toda la vida se ensanchaba y sólo al encontrarte ... con una mirada al cielo, con unos ojos que interrogaban aunque rara vez se encontraran directamente, porque buscan el cielo en la cima de un cuerpo retorcido en el último aliento, recordabas que en algún momento tendrías que bendecir por lo que recibías.
No caías en la cuenta, porque a los 19 años pocos tienen que pensar en que tendrán que agacharse muchas veces a hacer surcos en el campo, de que llegarían bastantes años en que echarías de menos aquel día en que no habías hecho la señal de la cruz, en que no habías murmurado un avemaría, en que te habías vuelto arrogante precisamente por haber recibido mucho más de lo que pidieras en alguna tarde remota.
Yo quisiera
Luis MirandaQuerría tener un paño de inocencia para limpiarme los ojos de lo que la experiencia y los malos humores ensuciaron
No lo sabías entonces porque no lo habías leído y ahora, al cabo de tantos años en que la nostalgia le ha dado textura de sueño, bruma borrosa de una quimera que te parece imposible, lo entiendes del todo. Has llegado a pensar, ahora que no eres joven, que se equivocó el poeta, que exageró. O tal vez no lo has entendido nunca: «Es el tiempo sin tiempo del niño». Puede ser tópico, sí, pero es también misterio inagotable.
Aquel día, y otros muchos que le siguieron y que le precedieron, aunque fueran más cortos, habían desatornillado todas las manecillas. Una cofradía es siempre un río circular que camina otra vez al mar de su templo, pero para ti era un minuto más que se disfrutaba, otro golpe de fleco contra los varales que le ganabas a la noche. Bien visto tal vez sí supieras que no sería para siempre.
Ahora vives estos días tan pegado al reloj que rezas para que alguna vez se detenga, o para que avance con la cadencia quieta de quien sólo tiene que mirarlo para buscar la calle que le gusta, la salida que espera, la despedida en que una iglesia se tragará la luz de una candelería encendida. En esta edad en que no tienes las tardes largas y las madrugadas eternas rezas más que nunca y pides por esos ratos en que se te pueda abolir el tiempo, por la vana paradoja ilusa de unos minutos que se te puedan hacer eternos.
Tal vez cuando el Señor de las Penas parezca flotar en el sol filtrado de la tarde o quizá cuando la Virgen de la Merced te haya hecho un hueco para que la acompañes al paso trémulo de la cera rizada. En la resignación de Jesús del Calvario o cuando sientas que la Virgen de los Dolores ha bajado un poco más la mano derecha para dártela y para detener el engranaje de los segunderos. Rezas de vez en cuando sin saber qué pedir porque tampoco sabes con qué cruces vendrá lo que deseas. Alguna madrugada fugaz y feliz, de olor a cera gastada y música, caíste en la cuenta de que a lo mejor la vida había cambiado para que dieras las gracias por las Semanas Santas sin tiempo y por éstas en que las echas de menos.
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