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La soledad de Poncio Pilato
Fue culpable de cobardía, que no es poco. Porque el mal suele vencer por la cobardía de los buenos
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Hoy Nuestro Padre Jesús de la Sentencia se apresta a realizar estación de penitencia por las calles de Córdoba, acompañado por su hermandad y los miles de personas que saldrán a su encuentro. No afronta Jesús su sentencia a muerte en ... soledad, como hace dos mil años, cuando casi todos los suyos lo abandonaron. Solo existe otro personaje que vivió aquellos momentos en soledad y también aparece en el paso de la Sentencia, al otro extremo, Poncio Pilato, prefecto de la provincia romana de Judea.
Viajemos a la Torre Antonia, adosada al Templo de Jerusalén y sede de la guarnición romana. En su interior, en las primeras horas del Viernes Santo, Pilato pasea nervioso. Una multitud y los jefes religiosos judíos le han traído a un hombre para que lo condene a muerte. Él lo percibe inocente: «No encuentro causa en él». Lo intuye mirándolo y escuchándolo. Pilato no es inculto, sí escéptico («¿Y qué es la verdad?»), pero tiene buena información: sus agentes le habrán dicho que Jesús, no va contra Roma: «Dad al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios». Se preguntará internamente ante Jesús ¿quién es ese Padre del que dice que viene todo? ¿quién es ese Padre que justifica mi autoridad? Su esposa, Claudia, le confirma también la inocencia, avisando de que se le ha revelado como justo en sueños.
Pilato está sólo, con sus miedos. Fuera, la multitud sigue gritando. Si no lo condena, gritan que no es amigo del César. Curiosa afirmación para un pueblo que vive orgulloso de su independencia y odia a los romanos a los que considera sus opresores. Roma, tan lejana pero tan presente, como Tiberio, una larga sombra que parece observarle cada día mientras gobierna a gente ingobernable. Intenta dialogar y convencerlos. Imposible. Intenta la artimaña de liberar a un preso, pero escogen a Barrabás, un bandido. Finalmente, sin nadie que le ayude, es derrotado por sus miedos y cae en la trampa de los sacerdotes. Primero el temor a una acusación de deslealtad hacia el emperador que le cueste su carrera política, luego a que él y los suyos sean víctimas de un estallido revolucionario, como ocurriría en el año 66, cuando la guarnición romana fue masacrada al inicio de la gran revuelta judía.
Pilato se lava las manos y entrega a Jesús, no sin antes reafirmar, en vano, su convicción: «Soy inocente de la sangre de este justo. Allá vosotros». Afirmación replicada por el pueblo: «Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos». Aunque el cine ha dibujado una imagen muy negativa de Pilato, no fue el gran culpable de la muerte de Jesús, que, por otra parte, debía suceder para que se cumpliese la Salvación prometida. Pilato fue culpable de cobardía, que no es poco. Porque el mal suele vencer por la cobardía de los buenos.
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