La semana del Corpus Christi

La Iglesia universal la celebra un jueves, sesenta días después del Domingo de Resurrección, este año el próximo día 19. En España, el Gobierno de Felipe González lo suprimió como fiesta laboral en 1989 y los obispos de la que un día se definió como «católica España» optaron sumisos por pasar la festividad religiosa al domingo siguiente.

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Juan José Primo Jurado

Aún quedan lugares que lo siguen celebrando el jueves como Priego de Córdoba, Toledo, Granada o Sevilla. En esta ciudad, ejemplo de cuidar las tradiciones, los días previos se realizan triduos eucarísticos y en la procesión la ciudad se engalana, el Ayuntamiento monta un espléndido escenario y siempre realiza el mismo recorrido, con unas calles abarrotadas de público. En Córdoba capital, lamentablemente, la fiesta del Corpus demuestra cómo los cordobeses somos expertos en no valorar ni cuidar nuestras tradiciones.

En Córdoba se festejaba desde finales del siglo XIV o principios del XV. De su importancia es testimonio la custodia de Enrique de Arfe, labrada en 1518, la más hermosa de España junto con la toledana, del mismo autor.

Pero desde hace cinco décadas la procesión arrastra un cierto declive, al que no parece ajeno el que los últimos cinco prelados desde Cirarda -no contamos el actual por estar recién llegado- hayan cambiado cada uno el itinerario, incluso más de una vez. No hay tradición que resista estos vaivenes.

Se perdieron costumbres como el baile de los seises y solo la continuada presencia de la Adoración Nocturna, que desde 2004 instituyó el Pregón Eucarístico, y de las hermandades, incluida la colocación de altares y la reciente incorporación del paso de la Sagrada Cena, impiden la decadencia total.

En fin, con más o menos público, el próximo domingo Jesús Sacramentado saldrá a las calles cordobesas, alfombradas de juncia, tomillo y romero. Y un servidor de ustedes lo acompañará como viene haciendo sin falta desde 1978. Y los versos de García Baena flotarán en el aire: «En el vidrio angustioso de los fanales / brilla la rubia abeja ardiente de la llama. / Trémulas campanillas anuncian la custodia / en suave temblor de cristal y de trigo. / Racimos palpitantes entrelazan sus pámpanos / por la plata desnuda de los ángeles. / La cera goteando marchita los bordados / y la piedad vuelca sus bandejas de flores / ante la enhiesta espiga, que guarda entre sus oros, / como un pétalo blanco de virginal harina, el limpio corazón del Sacramento».