CÓRDOBA ENTRE LÍNEAS
Juan de la Haba (oncólogo): «El cáncer supone una reeducación para todos»
El doctor, criado en el barrio de San Pedro y formado en los Maristas, asegura que la fe ayuda a sentir «el sufrimiento como parte de la belleza»
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Córdoba
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Iniciar sesiónLleva una pulsera de la Fundación Bangassou en recuerdo del almuerzo de hace una semana en el Real Círculo de la Amistad: su espíritu solidario le viene por vía genética, porque su madre fue durante años el enlace oficioso de Cáritas ... con el barrio de San Pedro, en el que Juan de la Haba (Córdoba, 1969) se crió. «Igual entrabas al baño de casa y había una señora duchándose, porque en la suya no tenían agua caliente y mis padres le habían ofrecido ayuda: eran las cosas que pasaban cuando yo era pequeño», recuerda este doctor del Hospital Universitario Reina Sofía, que es además el coordinador del investigación clínica de Oncología del Instituto Maimónides de Investigación Biomédica (Imibic), con en torno a cien proyectos para combatir los tumores.
«Esta tarde voy a Priego de Córdoba, porque tengo pacientes que me han pedido que me acerque a dar una charla. He recorrido ya casi toda la provincia: te organizan una chocolatada o una merienda. Hoy les voy a hablar sobre el cerco al cáncer. En estas actividades interacciono con pacientes fuera de la consulta, y es muy provechoso», arranca el oncólogo, con dos hijas, una de ellas a punto de finalizar la carrera de Medicina.
El Imibic busca mujeres con cáncer de mama menores de 45 años en Córdoba para un estudio
S. L.Es un proyecto pionero en la lucha contra este tipo tumor posparto
—Usted lleva a gala su procedencia humilde.
—En mi barrio aprendí a poner en valor las fortalezas que estaban en mi entorno, que en ese momento eran fundamentalmente mi familia, una familia al uso y que consideraba que justo eso, la familia, era lo más importante que uno podría llegar a tener. Somos tres hermanos. El ambiente en el que me he criado fue que cuando uno tenía tiempo libre había que estar con la familia. Con los Maristas en La Fuensanta mis padres hicieron un esfuerzo importante para que estudiara, porque era una enseñanza concertada y luego, en Bachillerato, de pago: en el colegio descubrí cosas muy importantes que conectaban con mis vivencias en la familia, que eran la importancia del espíritu humilde, de la modestia, de la sencillez, que además son las tres violetas de los maristas: si mantienes estos tres valores es muy raro que te sientas solo porque te permiten ser cercano con los demás.
—Estar en contacto continuo con una enfermedad como el cáncer también ayuda a ser humilde, ¿no?
—Totalmente. El cáncer ayuda a comprender que somos frágiles. Los seres humanos somos mucho por la suerte que tenemos de estar vivos y de desarrollarnos en el entorno en el que nos desarrollamos.
«El crecimiento en el conocimiento científico te va a llevar a Dios indefectiblemente»
—Desde ese origen modesto y desde ese espíritu familiar del que habla da usted el salto a la Medicina.
—Sí. A ver. Si yo no hubiera sido médico hubiera tenido otra profesión humanística, porque creo que volcarse en la persona es algo que te reporta cosas positivas. Que yo haya llegado a ser médico puede ser fruto de la casualidad o de la Providencia: no era algo que formara parte de mi objetivo desde que yo estaba en el colegio, ni mis padres eran médicos ni había ninguno en mi familia. Medicina, Enfermería, Magisterio ponen a la persona en el centro de su ser y me parecen profesiones muy bonitas.
—Ha citado a la Providencia. Entiendo que es usted creyente.
—Sí, sí, sí. Creyente y practicante. Y con muchos pecados (risas).
—Y cómo combina usted la ciencia y la investigación con la fe.
—He leído en algún sitio que cuanto más crezca la ciencia más decrece la fe. A ver... Yo creo que todo va bien acompañado de una forma muy sabia: el crecimiento científico va en paralelo a un crecimiento en el conocimiento e, indefectiblemente, esto te va a llevar a Dios. Y no porque haya preguntas que no seamos capaces de contestar aunque en el futuro sí se puedan responder, sino porque realmente está todo tan ordenado y tan bien organizado..., y a pesar del sufrimiento. Y todo esto no puede ser obra nada más que de un ser bueno, y ese ser bueno para mí no puede ser más que Dios. A poco que uno se asome con algo de cercanía a cualquier proceso biológico descubre una mano que está detrás para generar esa armonía.
—Pero todo no es perfecto. Usted es plenamente consciente de que hay personas a las que la vida se les quiebra en un momento por una enfermedad, por ejemplo.
—Claro. Es que en los conceptos de perfección o de belleza van incluidos los sufrimientos. Yo veo en mi profesión sufrimientos muy profundos, y para asumir eso como parte de la belleza hay que tener perspectiva, y si eres cristiano eso lo consigues con la ayuda de Dios, con la oración. Pero hay gente que no cree y que también adquiere esa visión debido a un acto generosidad, porque han comprendido que su sufrimiento lo tienen otras muchas millones de personas en ese mismo instante, por lo que no son personas agraviadas o maltratadas por el universo ni por Dios, sino que lo que les está pasando forma parte de la vida.
—¿Qué le dice más a sus pacientes, que confíen en la Medicina o en Dios?
—A ver. A una persona que tiene una enfermedad incurable le hago ver que tiene presente y que tiene futuro, que está viva. Me gusta ser muy respetuosos con ellas: dejo que ellas establezcan el campo de juego. Hay gente que pone demasiada confianza en Dios, tanto que ni siquiera hace el tratamiento... Y hay gente que confía demasiado en la Medicina. Lo que yo hago es establecer los límites, decirles: «Oye, que hagamos lo que hagamos nos vamos a morir, ¿lo sabes, no?».
—¿Cómo se entrena un doctor para informarle a una persona de que tiene un tumor maligno?
—Lo importante son las horas de vuelo, que se adquieren sentándose a hablar con los pacientes, no sólo viendo radiografías o analíticas de sangre. La comunicación es fundamental, y es una ciencia que se aprende, no un don, y hay que aprender a manejar la comunicación no verbal, las pautas del silencio, a hablar y a callarte para provocar que la otra persona hable...
—¿Qué es lo más duro y lo más hermoso que le ha dicho un enfermo terminal a usted?
—He tenido vivencias muy bonitas, muy bonitas. A la memoria reciente me viene una paciente joven que falleció hace poco. Ese momento duro de despedirnos, de ser conscientes de que no nos íbamos a ver más... Y de qué manera ella consideró que me tenía que regalar a mí ese momento, cuando para ella era mucho más duro que para mí. Esto que le cuento fue para mí un momento bello dentro del sufrimiento, y hablo desde un concepto filosófico, no social. Éstas son las pagas extras que te dan por trabajar en la Medicina, y que no significan dinero.
—¿Qué ha aprendido del cáncer?
—Que somos frágiles, que es algo que veo como una cualidad para adaptarse a las circunstancias, tanto buenas como malas, que te vienen en la vida. La fragilidad es algo bueno si uno tiene tres puntos fuertes, que son la relación con los demás, la relación con uno mismo, y la relación con Dios. Del cáncer también he aprendido de la capacidad del ser humano para adaptarse a la adversidad y de recuperar ilusiones. El cáncer supone una reeducación para todos.
«A una persona con una enfermedad incurable le hago ver que está viva, que tiene presente y futuro»
—La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) insiste en que la investigación es fundamental, y pide que incumba también a los casos más raros e infrecuentes.
—El cáncer se va a convertir en un gran saco de enfermedades raras. Detrás de todo el desarrollo farmacológico hay un área de negocio, y negar eso es negar lo evidente. Y las áreas de negocio van a cambiar. Son a los gobiernos, y al Parlamento europeo, a quienes les corresponden estimular la investigación de los casos infrecuentes. El compromiso exigible a las 'farmas' para que no inviertan sólo en las enfermedades frecuentes ha de ser muy fuerte, tanto como que si no invierten en las poco frecuentes no tengan acceso a las frecuentes. Esto no ocurre ahora. Con esto le estamos dando importancia al individuo, que tiene que estar por encima de la comunidad.
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