PASAR EL RATO
Querido Martín
El pasado sábado, con el alivio de la lluvia en Córdoba, fue llamado a inspeccionar los verdes campos del Edén
José Javier Amorós: 'Provocación'
Córdoba
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Iniciar sesiónNo hace falta ser amigo de un hombre para quererlo. Martín Martínez Sagrera y yo no tuvimos tiempo de ser amigos, pero nos queríamos como si lo fuéramos. Puedo decir sin jactancia que él también me quería a mí, como yo lo quiero a ... él, como lo quiero ahora, en presente, en el tiempo intemporal de los afectos. El pasado sábado, con el alivio de la lluvia en Córdoba, fue llamado a inspeccionar los verdes campos del Edén. No me lo imagino limitándose a ver pasar la eternidad, sin hacerle a Dios las sugerencias que considere necesarias para la buena marcha agraria del Paraíso. Y poniéndose él mismo manos a la obra celestial. Siempre lo vi como un hombre de campo, más que como el gran empresario que era.
El campo tiene sus razones para comportarse como lo hace, con esplendidez o con cicatería, y Martín conocía las razones del campo. Algunas llegó a explicarme. Vivía el campo, lo sentía, lo amaba. Eso determina la personalidad. Y le da un punto de hurañía, que está en la tendencia al aislamiento, un cierto gusto por la soledad. El campo pone orden en el cuerpo y en el alma, un orden que la ciudad no comprende. Era un hombre naturalmente elegante, que no tiene que ver con ir siempre bien vestido. Y él iba siempre bien vestido. Tenía la elegancia no impostada de la hierba y de los árboles, y la engañosa fragilidad de un junco, que el viento más fuerte no puede arrancar.
Es la nuestra una amistad aplazada, que tendrá su momento. Se alegraba de verme, como yo me alegraba de verlo a él. Que no es lo mismo que decirlo al paso, para cumplir con el protocolo cordobés del lenguaje. Por eso, este artículo no es una necrológica voluntariosa y sentimental, es un anuncio de todo lo que tenemos pendiente de hablar y de callar, cuando seamos jóvenes los dos. Con toda certeza, he vivido más su muerte que su vida. De su llegada a la última vuelta del camino recibí noticia y congoja diarias. Decidió quedarse a morir en su casa, un modo recio y campesino de encarar el final, dónde mejor. Cuando supo que el tiempo estaba cumplido, empezó a quitarse la costumbre de vivir. Como si se quitara del tabaco, se fue quitando del campo, lo más doloroso, del golf competitivo, de las tertulias con los amigos, de los nietos, incluso. Hasta que se quedó a solas con la eternidad. Tuvo una buena esposa y una buena familia con ella, buenos amigos, buenos médicos en la despedida, un trabajo creador. Eran demasiadas cosas buenas, y se vio obligado a sufrir para morirse en paz.
«Llegué por el dolor a la alegría». Escribo de lo que conozco de Martín Martínez Sagrera, de mi trato con él, afectuoso y cercano. Otros dirán lo que tengan que decir, yo sólo como de mi zurrón. Me parece un hombre que no ha pasado por el mundo en vano. Creó riqueza y trabajo, ayudó a muchos, y le sobrevive un clamor de corazones que cantan su memoria. Ahora tiene la resurrección de la carne un nuevo aliciente para mí: ser el comienzo de una larga amistad con Martín Martínez Sagrera.
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