pasar el rato

El precio del mal

Hay que gastar mucho en tintorería para limpiar las togas manchadas por el polvo del camino

Tampoco hay prisa

El mal es monótono. Lo hace soportable la buena literatura, los malos sentimientos de Baudelaire. De Sánchez y sus cortesanos no puede decirse nada que no sea lo anterior. La novedad estaría en las metáforas, pero como «el adjetivo es el enemigo del sustantivo», ... queda únicamente el sustantivo, siempre el mismo. Decir que Sánchez es una mala persona, invariablemente dañino, carece de originalidad, se limita a resumir en una línea todo el periodismo libre, que es el único periodismo legible; el otro es una extensión apologética del propio poder, mera actividad de funcionarios. Pero decir que con Sánchez adquiere el mal categoría literaria es lo que puede salvar el columnismo. Se empieza regalándole España a Puigdemont y a Otegui para que la desmenucen, después de arruinarla, se pasa a no justificar los miles de millones que nos envía Europa y se termina sin celebrar la Navidad con la familia. Eso podríamos escribir con el permiso de Tomás de Quincey. Lo mismo que el gran escritor inglés del romanticismo consideraba el asesinato como una de las bellas artes, Sánchez considera que el mal embellece la convivencia, y a eso lo llama él democracia. Los vencedores acostumbran a ser malos demócratas. ¿Para qué necesitan la democracia, si ya tienen el poder? La democracia es un medio para alcanzarlo, y es sustituible, como todo medio. No puede ignorarse que el mal absoluto es absolutamente humano. Ningún otro animal en la escala zoológica hace daño por placer. Sólo el hombre. Aunque tampoco hay que exagerar nuestra admiración por el mal. «No hay que atribuir a la malicia lo que es simplemente explicable por la torpeza», escribió el cardenal Richelieu en el siglo XVII, y otros pensadores lo han desarrollado posteriormente.

El mal es caro. Más caro que el bien. Hay que gastar mucho en tintorería para limpiar las togas manchadas por el polvo del camino. Sánchez es caro. No puede bajar impuestos porque todo el dinero es poco para tantos ministerios, tantos asesores oficiales, tantos aviones oficiales, tantas residencias oficiales, tantos amigos oficiales, tantos sindicatos oficiales, tantos medios de comunicación oficiales, tanta desfachatez oficial. Algo estará haciendo bien para durar tanto: gastar. Gastar en él y en sus circunstancias. Y luego, a la OTAN, aunque sea de conserje. Ha ido adquiriendo la costumbre de gobernar en beneficio propio. Sánchez sabe que mientras la miseria es inocultable e insoportable, el dinero puede esconderse en muy diversos agujeros, para que no resulte escandaloso. A Sánchez todavía no se le ha ocurrido hacer lo que se cuenta de Indalecio Prieto, montarse en la estación de Madrid en un vagón de primera clase y cambiar a un vagón de tercera para bajarse en Badajoz. Si el diablo ofreciera a Sánchez un poder absoluto sobre los españoles durante toda su vida, a cambio de que ningún español pasara apuros económicos y él tuviera que vivir austeramente, conformándose con poco, España tendría que ser gobernada por el diablo. Que es exactamente lo que está sucediendo.

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