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Pasar el rato

El perdonamuertes

España haría bien en declararse independiente de la parte independentista de Cataluña, y proclamarse política y culturalmente integrada en la otra

José Javier Amorós

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¿Puede el presidente del Gobierno tomar una decisión injusta, ilegal, inmoral y perjudicial para España? Puede, porque lo hecho muchas veces, sin más consecuencias que aumentar su fatuidad y el número de votos. ¿Puede el Tribunal Constitucional tomar una decisión etc. etc.? ... Puede, porque el Tribunal Constitucional se ha convertido en la voz de su amo, y habla por boca de ganso con poder. ¿Puede la rolliza presidenta del Congreso de los Diputados, el Congreso mismo, la vicepresidenta suntuaria del Gobierno, el sombrío ministro del Interior, la Generalidad de Cataluña, los ecos feministas de Pablo Iglesias? Pueden, porque varios millones de españoles han decidido que España sí paga traidores. ¿Le queda a la raquítica soberanía del pueblo español alguna reacción, un papel más digno que el de ser carne de cañón de los tres poderes del Estado? Los críticos más vociferantes proponen el mismo camino que en el pasado siguieron distintos pueblos para oponerse a la tiranía: la revolución. La revolución tuvo su tiempo de esplendor histórico, pero hay que desaconsejarla. Una revolución es un asunto de sangre, se trata de saber quién la pone. Se trata, sobre todo, de saber que la sangre no se puede limpiar nunca. Como le sucedió a Macbeth con el asesinato del rey Duncan, la revolución mancha irremediablemente las manos y acaba matando el sueño. El océano entero no puede lavar las manos ensangrentadas del cineasta Ternera o del votante Txapote, que son modelos de revolucionarios por la espalda. Será mejor que la ira del noble pueblo español busque caminos más apropiados y menos sucios.

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