Contramiradas
Inna Kovtun (refugiada ucraniana): «Ahora tenemos nuestra vida en una maleta»
Huyó de Ucrania el pasado 3 de marzo; ahora permanece junto a su hija y su nieta en una casa de Córdoba Acoge
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CÓRDOBA
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Iniciar sesiónLa mañana del 24 de febrero de 2022, Inna Kovtun dormía a pierna suelta en su habitación de Irpin, a 26 kilómetros de Kiev. Eran las 9 de la mañana. Su tía la despertó sobresaltada y le dijo: «¡Ha empezado la guerra!». «¿Qué ... guerra?», le preguntó atónita Inna. «La guerra entre Rusia y Ucrania», respondió. «¡¿Es broma?!», exclamó desde la cama. Y no. No era broma. Inna Kovtun se levantó y salió con su nieta a dar un paseo por el parque. Cerca de la Universidad, aparecieron media docena de aviones militares volando muy bajo. Y cuando regresaban a casa, observaron una columna de humo procedente de un incendio. Un aeródromo militar ubicado a unos diez kilómetros acababa de ser bombardeado.
El 3 de marzo, Inna Kovtun decidió abandonar Ucrania con su hija, embarazada de tres meses, y su nieta. Su madre, de 85 años, prefirió quedarse en casa. La guerra se acercaba a Irpin y, tarde o temprano, acabaría engullendo la ciudad. Otro hijo estaba en Sri Lanka de vacaciones y ya no regresó a Ucrania. Las tres cogieron un tren hasta Kiev. Llevaban dos bolsas como único equipaje: una con la ropa imprescindible y otra con comida. Cuando llegaron a Lviv, camino de Polonia, miles de personas se arremolinaban en la estación. En el tren no tenían agua y el baño estaba cerrado. Personal humanitario les entregó pañales y una bolsa grande para depositarlos.
-¿Cómo puede cambiar una vida en 24 horas?
-Unas ucranianas refugiadas me dijeron en Málaga: ahora tenemos nuestra vida en una maleta.
Llegaron al país vecino el 5 de marzo y tuvieron que esperar diez horas en la frontera. El caos y la confusión dominaban la creciente afluencia de refugiados. Su hija conocía a unos amigos bielorrusos en Cracovia y les ofrecieron alojamiento durante dos días. «Estábamos muy cansadas y necesitábamos bañarnos y dormir», asegura. Inna no quería quedarse en Polonia. Estaba muy cerca de Ucrania, sus relaciones con Rusia habían sido históricamente malas y tenía miedo. Siguieron rumbo a Berlín. En Alemania, su hija buscó por internet una familia de acogida durante otros dos días. A Inna Kovtun, el país teutón le traía malos recuerdos. Sus abuelos sufrieron la Segunda Guerra Mundial y prefería evitarlo.
Su objetivo era llegar a España. En Málaga vive una hermana suya desde hace años y ella se maneja con soltura en castellano, gracias a su matrimonio anterior con un cubano. Antes fueron acogidas en París en un centro de refugiados de la Cruz Roja. Llegaron a la capital de la Costa del Sol el 13 de marzo. Su hija y su nieta fueron alojadas por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), mientras que ella se estableció provisionalmente en casa de su hermana para curarse de un constipado. El 17 de marzo intentó acoplarse con su hija pero ya no había plazas. La enviaron a Algeciras. «Me gustó mucho la ciudad y estuve dos meses y medio. Pero quería acompañar a mi hija, que estaba embarazada».
El 14 de julio les buscaron plaza en Córdoba a las tres. Un apartamento en la zona de Levante, que compartieron con otra familia ucraniana. El 26 de agosto fueron reubicadas en el barrio de San Lorenzo junto a otros refugiados ucranianos y sirios. En Córdoba, se sienten como en casa. «Es una ciudad pequeña, tranquila y con muchos parques. Málaga es demasiado grande y con mucha gente. Sí echo de menos el mar», asegura.
Inna Kovtun no quiere regresar a Ucrania. Nada le ata ya en su país, reducido a escombros tras siete meses de bombardeos sistemáticos por las tropas de Putin. Su madre falleció pocos días después de abandonar el país. Los bombardeos asolaron Irpin y la mujer a duras penas resistió sola en su casa. La tía se desplazó desde Kiev para recogerla y llevarla a la capital, donde la guerra todavía no ha logrado entrar. Un mes y medio después murió en el hospital. Inna habla cada semana con sus amigos, muchos de los cuales regresaron a Irpin en los últimos meses. La ciudad ha sufrido el martilleo de los bombardeos y muchos edificios son ya un conjunto destartalado de ruinas.
-¿Qué hay detrás de la invasión de Ucrania?
-Política.
-¿Qué política?
-Yo creo que es por culpa de EE.UU., que tiene miedo de Rusia.
-Quién ha invadido Ucrania es Rusia. No EE.UU.
-Por una parte, lo entiendo. Pero, por otra parte, ¿por qué ni un país nos ayuda?
-Europa está ayudando.
-Nos ayuda con armas, sí, pero hacen falta muchos militares.
-Putin dice que el objetivo de la guerra es la liberación del Dombás. ¿Verdadero o propaganda?
-No lo sé. Hay dos opiniones allí. Una parte del Dombás dice que Ucrania es mala. Otra parte dice que Ucrania es buena.
-¿Y usted qué piensa?
-Que el Dombás es nuestra tierra y debe estar con nosotros.
-¿Ucrania se divide entre rusófilos y ucranófilos?
-En 2014, empezó la revolución y fue por el idioma. Dijeron que toda la gente debía hablar ucraniano. Pero hay gente mayor que no podía aprender ucraniano, o que simplemente no quería. Esa fue una de las razones de la revolución. Hay mucha gente que no habla ucraniano.
-¿Qué heridas dejará la guerra?
-La gente no olvidará. ¿Cómo se pueden olvidar la cantidad de personas muertas en Irpin? Yo pensaba que los rusos eran buenas personas. El marido de mi hija vivió en Rusia hasta los 15 o 20 años. Entonces éramos hermanos y amigos.
-¿Ya no?
-Ya pienso diferente. ¿Cómo se puede matar a un hermano o a un amigo? En la guerra de Afganistán, en 1989, los rusos, los ucranianos y los bielorrusos estaban juntos, comieron juntos, durmieron juntos. Y ahora los rusos matan a los ucranianos y los ucranianos matan a los rusos. Eso no puede ser. No lo entiendo. Para mí, es mejor dar a Putin una parte de Ucrania para que los ucranianos no mueran.
-¿Y los ucranianos piensan como usted?
-No. Zelenski ha dicho que vamos a luchar hasta el final.
-¿Putin es un loco solitario?
-No. Sabe muy bien lo que hace. Tiene mucha tierra y quiere más tierra. Un loco no sabe lo que hace. Él lo sabe muy bien.
-Siete meses de guerra. ¿Ve luz al final del túnel?
-No. No sé cuándo se acabará todo esto. Este año no, desde luego.
-¿Europa ha hecho los deberes?
-Sí. Nos ha dado mucha ayuda, dinero, comida, ropa y armas.
-¿Qué ha encontrado usted en España?
-Aquí estoy como en familia. En Algeciras, Málaga y Córdoba me han tratado muy bien. Yo sabía que los españoles eran muy abiertos, pero cuando llegué aquí me sentí como en familia. Cada persona es única.
Acogida de refugiados
Antes del estallido de la guerra, el idioma no era un problema para los ucranianos. En Irpin vivían muchos rusoparlantes, gran parte de ellos migrantes del Dombás, que huyeron en 2014 cuando se desataron las primeras escaramuzas. «Es un idioma muy parecido. Y antes no había conflictos entre los rusos y los ucranianos. Yo, al menos, no veía diferencias», asegura Inna Kovtun sentada en una silla de la habitación.
La entrevista tiene lugar en un piso cercano a la Plaza de la Magdalena. Todo el edificio pertenece a la organización Córdoba Acoge y está destinado a la acogida de refugiados. Aún se perciben las señales de su reciente reforma. Estamos en una sala pequeña, con una mesa central y varias sillas alrededor. En una esquina, descansa una pantalla de televisión sobre un mueblecito que apenas levanta treinta centímetros del suelo. Por lo demás, la habitación está prácticamente desnuda. Apenas hay cuadros todavía ni decoración alguna.
Durante años, Inna Kovtun vivía con cierta comodidad en Ucrania, sobre todo en los periodos en que trabajó. Su madre era enfermera y su padre, fallecido hace años, fue pintor. Luego, dejó el trabajo y se dedicó a ayudar a su hija y su nieta. Entonces, las cosas se complicaron y tuvo que adaptarse a una vida mucho más austera. «Irpin es una ciudad muy linda y hasta parecía europea», afirma en el curso de la conversación.
-¿Qué le pide a la vida?
-Que la guerra se acabe y que empiece la paz. Para todos y para siempre.
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