CÓRDOBA ENTRE LÍNEAS
Inmaculada Estévez: «Paseas con tu caballo y te sientes salvaje»
ENTREVISTA
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Córdoba
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Iniciar sesiónInmaculada Estévez (Córdoba, 1976) tuvo un sueño turbador una noche de verano, hace años. «El caballo de mi vida se llamaba Escogido; era un caballo cruzado y muy temperamental de la ganadería Puerto Hermoso. Era mi vida, le contaba todo lo que ... me pasaba, sentía que me escuchaba. Me fui con mi familia a la playa y una noche soñé con él. Fue un sueño raro. Entonces no había teléfonos móviles y le dije a mis tías, con quienes estaba veraneando, que tenía que llamar a mi padre a Córdoba porque pensaba que le había pasado algo al caballo. Llamé a mi madre. Y me dijo que Escogido se había muerto». La vivencia ejemplifica para esta empresaria ecuestre y amazona el grado de conexión que una persona puede alcanzar con su caballo.
—¿El caballo es, como el perro, el mejor amigo del hombre?
—Sí, pero no como el perro. Porque el perro siempre te demuestra que está ahí, tú le haces cualquier cosa y al final vuelve. Pero el caballo no. El caballo tiene mucho coco, y como te pases con él eso se queda ahí.
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—Tiene memoria, entonces.
—Muchísima. Hay que hacerle las cosas bien y no equivocarte, porque el caballo aprende tanto lo bueno como lo malo.
—¿Qué relación se establece entre un jinete o una amazona y su caballo?
—Todo... Eso es un vínculo que es de por vida. Tienes que tener esa sensibilidad. Cuando conectas con un caballo lo haces para siempre. Tiene que haber un respeto por ambas partes, y cuando consigues eso llevas al caballo adonde quieras, y siempre que el caballo te considere a ti su líder.
—Que él no mande, entonces.
—El caballo no debe de mandar. Lo que debe es de gustarle lo que tú le estás enseñando. Eso sí. Y enseñarle con una disciplina, no con un dolor. Y se consiguen maravillas.
—Usted qué siente cuando monta.
—Yo, vida.
—¿Es lo que más feliz le hace?
—Sí, sin duda. Monto y me olvido de todo. Paseo con mi caballo y me siento salvaje. Es una sensación de libertad. Yo no podría vivir sin un perro ni sin un caballo.
Dueña junto a su marido, Rafael Castaño, del Centro Ecuestre El Cañuelo, Estévez se licenció en Biología para poder entender mejor a sus animales predilectos, y se especializó en Etología, la ciencia que estudia su comportamiento. Las instalaciones de la que es propietaria, situadas en la carretera que conecta Córdoba con Guadalcázar, son las que más competiciones realizan al año en la ciudad —una media de quince— y albergan a casi medio centenar de ejemplares equinos, la mayoría de Pura Raza Española (PRE), pero también árabes.
Amazona pionera premiada en citas nacionales, es la única mujer de Córdoba con plaza en la junta directiva de la Federación Andaluza de Hípica y está preparando un raid que traerá a la ciudad a caballos y jinetes de media Europa y Arabia Saudí. Ha vendido equinos criados en sus cuadras y adiestrados en su pista a más de 20.000 euros en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra o Suiza, y entre sus alumnos está Lucía Barranco, que ha sido campeona de España en Doma Vaquera con Labrador.
—¿Del caballo se vive bien?
—No. El caballo es ruina (risas). Nosotros hacemos actividades complementarias para poder subsistir, como cumpleaños, comuniones, los dieciocho años... Organizamos pequeños espectáculos, rutas, enganches, paseos por Córdoba. Hoy en día mantener a un caballo es un lujo, porque el coste del pienso se ha triplicado. Yo no soy barata, pero es que doy calidad. El cortijo es un pozo sin fondo. Cuando lo compró mi padre yo tenía dieciocho años, y hasta ahora, que tengo cuarenta y seis, esto no ha sido nada más que echarle dinero y echarle dinero.
—De dónde le viene esta afición, o esta forma de vida.
—Me ha apasionado el mundo del caballo desde los seis o siete años. Mi abuela materna montaba de amazona: era una época en la que había más caballos. Y a mi padre le han gustado siempre todos los caballos en general. Desde que era pequeña yo le estaba dando la lata con que quería un caballo. 'Papá quiero un caballo, papá quiero un caballo...'. Hasta que lo conseguí. Antiguamente no existía la escuela de equitación, sino que tú tenías que tener un caballo y lo llevabas a los sitios que hubiera para que te enseñaran a montar. Esos fueron mis inicios.
«El caballo es una ruina y el cortijo un pozo sin fondo»
—Y luego llegó El Cañuelo.
—Pasó el tiempo. A raíz de tener nuestros propios caballos mi padre entra en este mundo, sobre todo en los enganches, y nosotros empezamos a competir en la modalidad de enganches completos, y aunque los enganches son muy bonitos a mí lo que siempre me ha gustado ha sido la doma, la Doma Vaquera, que era como se aprendía. Mi padre, que era de una familia de esparteros de toda la vida y que luego siguió con los toldos, compró El Cañuelo, que era un cortijo agrícola donde trabajaban el grano, tenía vacas, tierras de labranza de toda la vida. Fue cuando yo estaba haciendo el proyecto de investigación en la Universidad. Se lo ofrecieron por una serie de circunstancias y él lo aceptó. Y los caballos que en ese momento teníamos en un picadero, en Casa Roque, los trajimos para acá, y yo empecé a dar clases de equitación para poder mantenerlos en el año 2001 o 2002. La verdad es que tuve mucha aceptación. Volví a hablar con mi padre y le dije que a mí lo que me gustaría era montar una hípica, tener un club para poder enseñar lo que sabía tanto de equitación como de Etología. Y aunque pude seguir en la Universidad haciendo el doctorado, renuncié porque mi preferencia eran los caballos y estar en el campo. Nunca perdí el vínculo con la Facultad.
—La formación académica es importante también para el adiestramiento ecuestre, ¿no?
—Siempre he dicho que, independientemente de lo que quieras ser, hay que tener una formación académica, porque eso es lo que te hace ser diferente a los demás: puede haber muchos profesores dando clase pero no todos son licenciados.
—¿Por qué le ha interesado tanto la Etología?
—Al acabar la carrera me cogieron de becaria en la Facultad de Veterinaria y estudiaba cómo influía la alimentación en el caballo de deporte y en su comportamiento, y trabajaba junto a Purina y con caballos de la ganadería Alitaje de Granada, propiedad de Gonzalo Moreno Abril, que ya falleció y su ganadería desapareció también. Compramos unas yeguas de punto, caballos árabes ganadores en morfología, y a raíz de ahí empezamos a sacar una línea de caballos árabes muy bonitos en El Cañuelo. Antes, mi padre le había comprado sus primeros caballos a Juan Castaño, que falleció hace poco y que era muy conocido en el mundo de la Doma Vaquera y de la Alta Escuela; dio la casualidad de que con el tiempo yo me casé con uno de sus hijos.
—¿Cuánto le queda por recorrer al caballo para llegar al punto que le corresponde en Córdoba?
—Siempre hay cosas por hacer. Es verdad, por ejemplo, que están más formadas las personas que vienen a Córdoba a competir que las de aquí. Llama la atención, porque el Pura Raza Español suena en todo el mundo y se sabe que la cuna estuvo en Córdoba. Es también verdad que hay mucha afición en Córdoba, pero lo que hay que preguntarse es qué tipo de aficionado. El de nuestro centro, y es lo que lo hace diferente a los demás, es el que considera al caballo como un deportista; no se trata del aficionado que viene los fines de semana a darse una vuelta por la ciudad para tomarse unas copas, o que lo lleva a la Feria para lucirse y el resto del año no ha estado. Nuestro aficionado puede entender el caballo como una mascota, pero no estando en una cuadra de tres por tres, porque yo estoy un poquito en contra de las cuadras: un caballo está formado genéticamente para estar veinticuatro horas caminando y comiendo poco a poco, y meterlo en una cuadra hasta el fin de semana es hacer atrocidades con él.
—¿Conocía a Maribel Ortega, la amazona fallecida este verano?
—Mucho, desde que era una niña pequeña. Era nuestra amiga. Se fue en tres días. Sí, este verano... No puedo decir nada más que cosas buenas de ella: siempre que la necesitaba estaba ahí. Hubo una época en la que Maribel le dio clase de saltos a nuestros niños. Ha sido un palo.
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