Pretérito Imperfecto
La religiosidad del pueblo
Y nadie se espera a celebrar ese vínculo entre lo humano y divino que como aquí no hay lugar en el mundo que mejor lo pueda expresar
Nació en los talleres de los viejos gremios. Orfebres, carpinteros, ebanistas, plateros, labradores, panaderos, hilanderas o simples mercaderes... En las humildes casas abigarradas en torno a las iglesias góticas y románicas. De la expresividad mundana por una fe ciega y pecaminosa. Como seña de identidad ... y luz entre las tinieblas de aquellos tiempos de dudas y tribulaciones. Sentido de pertenencia a un barrio. Y de las manos callosas que esculpían y tallaban los más hondos sentimientos humanos. De la inspiración artística modulada por la gracia divina. Postrados ante el ejemplo de aquel que murió para salvarnos. El tuétano espiritual que hoy, siglos después, vuelve a manifestarse en la calle de la misma manera, bajo los ropajes de la modernidad si se quiere; de las nuevas costumbres, pero en la invariable esencia que la religiosidad del pueblo muestra cuando toma el foro público en una oración comunitaria. A su manera.
Un inmenso teatro de callejuelas y plazoletas, con inconmensurables escenarios de historia como Córdoba sólo puede ofrecer, donde todo aquel que se sumerge y se imbuye de su atractivo halo acaba siendo al menos un figurante en una gigantesca representación trascendental. De la muerte a la vida. De la primavera reinante sobre el remiso y celoso invierno. Todo bulle en el empedrado. La bulla es el pulso frenético de esa urgente necesidad por engullir cada detalle de esa vida que nos espera. Todo se mueve. Nada se para. El interior muda y se estrena. Los ojos curiosos, los nazarenos silentes, los jornaleros de la mecía y la chicotá, las notas graves y emotivas que salen de todos los músicos que agitan el guion y las escenas. Las gargantas que se rajan en una saeta o en el mando manijero. Las manos que se entrelazan. Las lágrimas que no se contienen. El barrio que se reivindica y camina tras la brújula de su cotidianidad y el símbolo de sus creencias más profundas. No hay edad para conquistar el cielo. Niños y mayores saben que ya está aquí el día en que sus deseos y recuerdos se encuentran, por lo que algún día fue y lo que aún queda por llegar. Por lo que nunca se olvida y lo que se siempre se aprenderá.
La religiosidad del pueblo palpita y se acelera en cualquier acera. Con hábito, túnica, de punta en blanco, en terciopelo o brocado, o con una simple estampa ligera. Y nadie se espera a celebrar ese vínculo entre lo humano y divino que como aquí no hay lugar en el mundo que mejor lo pueda expresar. Mirando a las manos presas, la mirada dolorosa, sintiendo el puñal del sacrificio y la renuncia o las caídas que en nuestro paso diario también se cruzan. En un monte de claveles sangrientos o en la pura orquídea de la madre que se desvela. Algún día llegará también nuestra sentencia. Escrita está. Será el principio de una búsqueda que cada Semana Santa comienza a caminar.
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