pretérito imperfecto
La llave que abrió el flamenco
«La relevancia de sus aportaciones creativas y su contribución a la revitalización de estilos en desuso marcaron la diferencia en Fosforito»
Muere Antonio Fernández Díaz 'Fosforito', leyenda del cante flamenco
Córdoba
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Iniciar sesiónHa querido la justicia poética que Antonio Fernández Díaz 'Fosforito' abra el cielo con su llave del cante cuando el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba que lo encumbró casi hace 70 años busque nuevos artistas en esa selección máxima. ... Jóvenes promesas que se miran en ese espejo de aquel muchacho de Puente Genil que rompió moldes en las tablas del Gran Teatro en 1956. O que el mundo entero celebre la universalidad de un patrimonio emocional, cultural y artístico único bajo el sello de la Unesco.
Mientras el orbe del arte jondo se deshace en elogios sentenciosos con Fosforito -siendo una controvertida y muy subjetiva coexistencia la de sus protagonistas- los recuerdos fluyen entre las grandes gestas, el docto magisterio, que ha sido calificado de 'enciclopédico', y los pequeños detalles que aún hicieron más grande al quinto de ocho hermanos que ya a los pocos años de se subía a las sillas de ventas, cines o ferias del ganado de la comarca pontana. Siguiendo así la estela de su abuelo, su tío abuelo y hasta los quejíos que también dio su propio padre, hombre forjado en mil batallas. No había otra solución posible que la dictada por la sangre y lo que la humilde infancia del maestro pontano aprendió y escuchó con esos ojos chisposos y despiertos.
Es uno de los cinco poseedores del mayor premio que se considera en este arte, el denominado 'Nobel del Flamenco' o 'La Llave del Cante'. Un galardón que nació en 1868 y del que desde entonces han sido ostentadores Tomás el Nitri (1868), Manuel Vallejo (1926), Antonio Mairena (1962), Camarón de la Isla (2000) y Fosforito (2005). Cinco evangelizadores de esta expresión suprema que, a buen seguro, pudieran (o debieran) ser alguno más, pero que han concitado la unanimidad que sólo proporcionan las cualidades indiscutibles, la verdad y pureza, un estilo personalísimo y un excelso conocimiento de nuestra máxima seña cultural de identidad.
Fueron los años sesenta y setenta de la centuria pasada los que mitificaron a Antonio Fernández Díaz. Un flamenco, como dirían los contemporáneos, de 360 grados: componía sus letras, cantaba y tocaba la guitarra. La relevancia de sus aportaciones creativas y su contribución a la revitalización de estilos en desuso marcaron la diferencia en su camino. Su discografía es un manual imprescindible de nombres, cantes y poesía jonda para cualquier erudito o neófito en la materia. De Paco de Lucía a Juan Carmona 'Habichuela' o el propio Tomate de Córdoba. Soleares, alegrías, siguiriyas o los cantes de Levante, su frontispicio en un templo lleno de giros y demostración de capacidades ante cualquier estilo. Su cercanía y generosidad -en los tablaos y en la necesidad mentora- un don aún más valioso del que estos días agolpan calificativos sus discípulos y compañeros. No paraba de ir a los festivales aunque sus 90 años le acompañaran en el carné. Hasta este mismo verano en Lo Ferro (Murcia). Y esa humildad de genio queda hoy reflejada en otra palabra que otros 'monstruos' flamencos repiten sin cesar: amigo. 'En la madrugá del puente / a ver si se atreve el viento /a soplarle las velillas /que a San Rafael le enciendo'.
Bendita sea su gloria.
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