PRETÉRITO IMPERFECTO

Javier Campos

La misma sonrisa reverenciosa para reyes o plebeyos, como si Córdoba entera te estuviera dando la mano

El relator hídrico (19/11/23)

La misión de servir. Hay pocas personas que te dan la bienvenida a Córdoba como desde hace décadas lleva haciéndolo Javier Campos. La misma sonrisa hospitalaria y reverenciosa para reyes o plebeyos en el umbral de una experiencia inigualable y como si la ciudad ... entera te estuviera dando la mano y te abriera paso protocolario en la entrada a otra dimensión. En esa multitud de facetas de Javier en una sola está siempre la misma Córdoba que guarda celosamente su hermano Pepe con la discreción y la sencillez que sirven de apresto a la elegancia. Que vieron en el Tío Paco o Gala, que aprendieron de su madre, o de los grandes tótem como Pepe García Marín, Matías o José Luis de Ciro's; y que brindan a quien decide sumergirse en el alma de una ciudad tan inmortal como antigua, tan misteriosa como huidiza. La que habita Bodegas Campos. La que vive en la Ermita de la Candelaria. Y la que pasó por la madera del Pimpi en el corazón malagueño. Esa restauración convertida en el hogar de cada uno de nosotros que enseña el abolengo de la historia con los sabores de la mejor cocina, en cada sorbo de tierra albariza o en la prestancia del gesto oportuno en el momento adecuado. Escrito con la sabiduría de una tiza en un barril o una barra y en la penumbra que simboliza la eternidad.

Pero tras Javier Campos hay un empresario que se caído y se ha vuelto a levantar. Hay un cordobés hasta el tuétano que reclama y exige a sus políticos cuando ve que la ciudad se para del todo y sólo se mira el ombligo. Hay un eterno aprendiz de los demás. Hay un maestro pasional de su oficio. Hay un servidor público o un militante del ejemplo. Hay un periodista frustrado. Un empedernido seguidor de la política. Un visionario. Un ejemplo de triunfo, pero también una lección de fracaso. No he escuchado nunca a un hombre de negocios desnudarse emocional y profesionalmente como esta semana ha hecho Javier en un foro organizado por Asfaco. Sin ambages. «Pasé de una empresa en lo más alto que facturaba 14 millones de euros a ayudar a recoger las colillas del Pimpi. Pensé entonces que no había otra vida después de Bodegas Campos. Cogí mi coche y mi familia y nos fuimos como quien huye al Egipto bíblico. Y creí que ya no volvería más».

Asumió en público sus errores pasados en la misma Casa que encumbró hasta la cima de la buena mesa y el cátering y de la que se bajó en aquella crisis financiera que estalló sin cordón sanitario. Las palabras de Javier Campos en Asfaco fueron un manual de posgrado empresarial, el viaje de ida y vuelta como caso práctico del que se retorna más fuerte. Porque, como dijo, sin aquel año en la coqueta hermana gemela malacitana del templo de la calle Lineros, nada fue igual. Y las oportunidades llegaron en el Real Círculo de la Amistad y en la ermita de la calle Candelaria, su propia casa, que convirtió en el restaurante, casa de buena comida y conversación, y en otra tesela del mosaico interminable de Córdoba que es hoy.

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