Pretérito Imperfecto
La Bibloteca de los Libros Ausentes
En la ciudad que tuvo la más esplendorosa biblioteca de Occidente hoy resulta casi quimérico que el saber sí ocupe lugar
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Iniciar sesiónEn el principio fueron las rosas, mas luego habitó el hormigón. De aquellos pasos perdidos del Duque de Rivas hacia los anaqueles de una pérgola hoy mancillada en el olvido del abandono, a los inescrutables senderos de la 'burrocracia' inhóspita. Elegía del absurdo. Puede ... que ya no queden lectores cuando la Biblioteca de los Libros Ausentes abra las puertas en Córdoba. Con el paso de los años, leer se ha convertido en una rara costumbre. Ramón Gómez de la Serna jugaría con su ingenio para llamar a este empalizado donde habitaron las flores el 'rallador de letras'. Al menos queda el consuelo de resarcir la afrenta colocando en el frontispicio el sello de los poetas que cultivaron el amor con aroma a juncia entre sus versos. Cántico a la nostalgia por la cultura de la que somos huérfanos.
Cuando habiten los libros, habrá acabado el esperpento valleinclanesco. Una década habrá tardado la nueva Biblioteca de Córdoba en que las manos curiosas repasen los lomos serigrafiados en busca de pensamiento. Como si fuera un encuentro tan imposible como añorado. Es propio de la «ciudad bravía que entre antiguas y modernas tiene trescientas tabernas... y una sola librería». Diez años, que es la proporción cordobesa en estos casos contemporáneos, es lo que tardaba un vivaz infante en aprender a leer y a escribir con cierto tiento en épocas pretéritas. Y lo que tardaba ese mismo niño después en dejar la universidad, si es que lograba que ésta pasase por su espíritu y su intelecto. Diez años son dos gobiernos y medio en términos políticos, que a fin de cuentas es como se mide el tiempo presente.
Demos la enhorabuena, pues, a esos guripas ministeriales o junteros que miran la letra de la norma al dedillo e interpretan la doctrina partidista a pies juntillas por este ridículo episodio con un precio módico: 21 millones de euros. Dos años habrá estado la Biblioteca de los Libros Ausentes acabada y cerrada a cal y canto sin saber muy bien qué estaba ocurriendo. Como si Carlos Ruiz Zafón hubiera escrito el relato. En el barbecho de los Jardines de la Agricultura. Entre soflamas de unos y reproches de otros. Entre propaganda e impostura gubernamental y la atónita mirada de quienes pasaban frente a una gigantesca interrogante de acero. Demasiadas citas electorales como para zanjar un entuerto tan fácil estrechándose las manos, dándose las llaves y dejando que vuele la imaginación de quienes de verdad van a disfrutar de sus entrañas. Sin fotos ni selfis. Que sepan ustedes, queridos lectores, que las cacareadas llaves de la Biblioteca de los Libros Ausentes las tiene ahora mismo un humilde operario de la contrata que ha rematado la faena, esperando en casa a que alguien venga a recogerlas y dar por curado el espanto y alcanzado el alivio.
En la ciudad que llegó a tener una de las bibliotecas más esplendorosas de Occidente, hoy resulta casi quimérico que el saber sí ocupe lugar.
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