EScultura
Firmas para la posteridad de Juan de Mesa: cómo los documentos que introdujo en sus imágenes conservaron su nombre
Una profesional del IAPH estudia los papeles que dejó ocultos en el interior de sus imágenes
El texto muestra cómo eligió el papel, más flexible, y se protegían para asegurar su conservación
Los documentos que devolvieron el ser cordobés a Juan de Mesa
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Córdoba
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Fue el primero de los seis documentos que hasta ahora se han hallado en cinco obras del escultor cordobés. El último fue en el interior del Cristo Yacente, titular de la hermandad del Santo Entierro de Sevilla, el pasado otoño, y acreditaba que fue Juan de Mesa su autor, aunque los rasgos dejaban albergar pocas dudas.
Hallan un documento que certifica que el Cristo Yacente del Santo Entierro de Sevilla es de Juan de Mesa
M. J. R. RechiDurante la restauración que acomete José Joaquín Fijo, se ha encontrado el documento que lo certifica
María Campoy Navarro, del Departamento de Estudios Históricos y Arqueológicos del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH), dedica un artículo a estos documentos en el último número de la revista que edita el organismo.
«Más allá de su valor como fuente documental, el estudio comparativo de los aspectos funcionales y tecnológicos de los documentos ocultos en las tallas de Mesa ha abierto en una nueva línea de investigación», asegura, porque se observa un «posible método» para garantizar que los documentos se conservaran.
Hasta ahora han aparecido en San Francisco Javier de El Puerto, el Cristo de la Vera-Cruz de Las Cabezas de San Juan y tres imágenes de Sevilla: el Cristo de la Buena Muerte, el Cristo de la Misericordia de Santa Isabel y el Yacente. Tal y como asegura la autora, los testimonios son «actos privados, ajenos a las escribanías públicas». No hay escritura diplomática ni firmas. Basta con los nombres, los promotores y propietarios y la autoría.
Origen
En ellos, como en el caso del texto del Puerto de Santa María, Juan de Mesa se presenta hablando de su condición de nacido en Córdoba, que nunca olvidó, y de discípulo de Montañés, el gran escultor de la Andalucía de su tiempo, lo que acreditaba su buena formación.
Para María Campoy, es probable que Juan de Mesa no hubiera escrito todos estos textos, sino que serían obra de personas vinculadas a la propiedad. Así pasó con el Cristo de la Misericordia: «Hízolo Juan de Mesa, escribió esto es el Padre Fray Pedro de la Cruz».
Era fruto de un acuerdo tácito. «Para la propiedad, suponía vincularse 'ad pepetuam' a la imagen; para los promotores, garantizaba la salvación eterna de su alma al asumir, por devoción, el coste principal de la talla; y para el artista, representaba la oportunidad de anclar su nombre a la obra», cuenta.
Para Juan de Mesa tuvo que ser clave por la influencia que ejercía su maestro, y a él de hecho se atribuyeron todas sus obras durante siglos desde la muerte del maestro cordobés. Algo significativo ocurrió con el Cristo de la Buena Muerte.
En la restauración de 1981, apareció pegado al paladar un documento firmado por el escultor: «Ego feci Joannes de Mesa, 1620». Dos años después, los hermanos Cruz Solís encontraron otro en el sudario redactado por la hermandad de sacerdotes propietaria. Tal vez el primero, el autógrafo, fuera fruto de un desacuerdo con el que Juan de Mesa quiso dejar constancia, en un lugar bastante recóndito.
En el interior del Cristo de la Buena Muerte hay dos y el del paladar está firmado por el propio autor
María Campoy se detiene en las características comunes: el escultor utiliza papel, en lugar de pergamino. Éste es más duradero, pero el primero es más flexible, y de hecho se pliega tres veces y se dobla sobre sí mismo. El del Cristo de la Misericordia tenía incluso una protección y estaba adherido al interior de la talla, para que no se desplazara.
Dentro del pecho estaba el del Cristo de la Vera-Cruz de las Cabezas, que hablaba del comitente, de la fecha y del escultor que lo realizó en 1624. «Había un método de evolución, cada vez más perfeccionado, con el claro objetivo de garantizar su conservación», concluye.
Además, escribían sólo en la primera página del pliego, para evitar superposiciones que provocaran la migración de las tintas, e incluso podía protegerse con sobres. Sólo fue distinto con el Cristo de la Buena Muerte.
El sistema, dice la autora, fue eficaz, como se ha comprobado cuatro siglos después, porque los documentos están en buen estado de conservación y permiten su estudio «como fuente documental para la historiografía del barroco andaluz». ¿Habrá más en otras imágenes? No es nada descartable en los estudios y restauraciones del futuro.
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