Solidaridad
La vida en las chabolas de Córdoba: un retrato de la vulnerabilidad con la ayuda de Cruz Roja
ABC acompaña a los voluntarios de la onegé a un reparto de agua en el emplazamiento chabolista de Las Quemadillas
Así se vive en los asentamientos de chabolas de Córdoba
Alfredo Martín Górriz
Córdoba
En el asentamiento de chabolas e infraviviendas de Las Quemadillas viven diez familias rumanas y un español. Cuatro voluntarios de la Cruz Roja descargan un palé lleno de garrafas de agua. Les servirán a los habitantes para absolutamente todo, desde la bebida, al ... aseo o la cocina. El reparto se produce mediante una división equitativa por hogar y, si sobra algo, serán los moradores quienes decidan para quién va el excedente.
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Casas levantadas con cualquier cosa, corrales y perreras con galgos componen uno de los doce asentamientos existentes en la ciudad. Cruz Roja, con su programa 'Asentamientos' se ocupa de llevarles periódicamente agua, alimentos o productos higiénicos. Y de todo se encargan voluntarios, personas que dedican desinteresadamente su tiempo a la carga, descarga, conducción y administración de los artículos. «Hay asentamientos de todo tipo, desde grandes a pequeños, en ellos viven de 700 a 800 personas», indica el llamado referente del proyecto de Cruz Roja, David Palomino.
Los asentamientos controlados por Cruz Roja son los siguientes: Quemadillas, Camino de la Barca (donde hay dos), Camino de Carbonell, Paso Canadiense (cercano al anterior), Cordel de Écija (detrás del Hotel Oasis), Fontanar, Polígono Pedroche (también allí hay dos), Chinales (con otros dos) y joroba de Asland. «En los asentamientos, cuando pedimos la documentación para darles las ayudas, se van repitiendo los apellidos, ya que hay sobre todo familias rumanas», señala Palomino. «Los asentamientos que llevan más tiempo, como el de las Quemadillas, están más consolidados, un poco más ordenados e incluso algo más limpios; otros asentamientos más de paso están en peores condiciones», añade el coordinador.
El estado de las chabolas
En el estado de los asentamientos también influye el propio quehacer de los residentes. Aquellos lugares donde abundan los chatarreros, suelen estar en peores condiciones, ya que se llevan objetos encontrados en la basura al lugar donde viven. «Allí es donde se ve más suciedad, y donde conviven incluso con ratas», explica Palomino. Allá donde los habitantes combinan el trabajo de la chatarra con el de temporeros, «suelen estar mejor y más limpios».
Si el caso de las Quemadillas es un ejemplo de los mejores, a pesar de su enorme precariedad, el asentamiento del Cordel de Écija, detrás de Hotel Oasis, es el peor, e incluso abundan en él las personas mayores. A su vez, en muchos de los asentamientos hay niños o adolescentes, que ya nacieron en Córdoba y están obligatoriamente escolarizados. Sin embargo, ninguno suele continuar sus estudios para salir de ese mundo, continúan con las ocupaciones habituales de la familia y permanencen en el chabolismo.
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Además de David Palomino, Jesús y otro voluntario que prefiere no dar su nombre, se encuentra José Manuel, que procede del voluntariado medioambiental y es experto en control animal y extinción de plagas, algo muy relacionado con todo lo anteriormente comentado acerca de la suciedad, pues lo ha aplicado en las labores de los asentamientos. De esta forma, ha ido impartiendo pequeños cursillos en estos emplazamientos de chabolas para que sus habitantes eviten los problemas de convivir con perros, gatos o gallinas.
A su vez, la comida que le dan a tales animales domésticos, genera desperdicios que atraen a las ratas. «Sobre todo les aconsejo sobre cómo ordenar el medio, acerca de la eliminación de la basura de forma correcta, acerca de no dejar restos de alimentos, y tener limpios los puntos de agua allí donde hay».
Las familias encuentran en estas entregas un alivio básico pero imprescindible para sortear la precariedad y las dificultades cotidianas
No es el caso del asentamiento de Las Quemadillas, que carece de punto de agua, de ahí que necesite del reparto de garrafas. En las cocheras de la sede central de Cruz Roja, en Cañada Real Mestas, se carga el palé que procede del Centro Logístico de Emergencias (CLE), a donde llegan las donaciones de agua, alimentos y otros artículos. De allí parten una furgoneta y un coche. Previamente han llegado cuatro voluntarios. Todos trabajan en cuestiones ajenas a estas tareas y dedican numerosas horas mensuales desinteresadamente a ayudar a los demás.
Tras la carga, los vehículos se dirigen al asentamiento. Allí se procede a repartir el agua entre los moradores, que van acercándose a una mesita instalada para la ocasión, en la que David Palomino va comprobando la documentación personal de cada cabeza de familia. Sólo si todo está en regla pueden recibir el agua o, en otros casos, medicamentos o comida.
Ángel Niculae procede de Bucarest y está en Córdoba desde hace 14 años. Tenía ocho años y ahora, por tanto, 22. «Nos dedicamos a la chatarra y a ser temporeros en el campo», comenta. El trabajo de la chatarra empieza a las seis o las siete de la mañana. «Y luego estás todo el día por ahí tirado, de amigo en amigo, preguntándole a uno si le sale una chapa, a otro una pieza de recambio de un coche... y ahí se va ganando el sueldo más o menos, hay días que ganas y hay días que pierdes». Niculae empezará con la campaña del olivaren octubre y seguirá hasta mayo. En el caso de este asentamiento de Las Quemadillas resalta que todos son primos y hermanos.
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Todos primos y hermanos, procedentes de Bucarest, salvo una persona, el español, nacido en Pedro Abad, Benigno Fernández García. Con 67 años, lleva cuarenta viviendo en esta zona, y acude igualmente al reparto de agua. «He trabajado toda la vida de chatarrero, porque antiguamente es lo que había». Benigno tiene una llamativa cicatriz, puesto que perdió un riñón muy joven, durante su mili, que se desarrolló en Ibiza, algo que condicionó su salud. Actualmente tiene una pensión no contributiva: «por lo menos tiene uno para comer», afirma.
El reparto de agua dura aproximadamente una hora, tras la que los voluntarios retornan. Su labor en estos asentamientos se repite semana tras semana. Entre la precariedad y las dificultades cotidianas, las familias encuentran en estas entregas un alivio básico pero imprescindible.
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