efeméride
Centenario de Velázquez Bosco: El curioso infinito que se enamoró de Córdoba
Madrid celebra con actividades los cien años de la muerte del arquitecto y arqueólogo burgalés, mientras que en Córdoba pasa por alto la efeméride
Los arqueólogos que supieron sacarle brillo a Medina Azahara
Félix Ruiz Cardador
Córdoba
Hace justo un siglo, en el verano de 1923, moría en Madrid el arquitecto burgalés Ricardo Velázquez Bosco, figura destacada de la Edad de la Plata de la cultura española. Genial casi desde la infancia, pues destacó muy pronto como dibujante, su nombre ... está ligado a Madrid, donde dejó importantes edificios como el actual Ministerio de Agricultura de Atocha o el Palacio del Cristal del Retiro. Lógico que la capital española lo recuerde en este centenario de su muerte con diversas actividades como visitas guiadas, conciertos y conferencias. Menos razonable parece que poco o nada se programe sobre su figura en Córdoba, una ciudad que fue clave en su madurez y de la que quedó enamorado desde finales del XIX.
Su nombre está ligado a proyectos vitales de la ciudad, como la restauración de la fachada Oeste de la Mezquita-Catedral o la excavación de los restos de Medina Azahara. Aunque al final de sus días vivió en Madrid, no cabe duda de que Velázquez Bosco es un personaje esencial de esa Córdoba brillante que protagonizó una importante transformación durante las primeras décadas del siglo XX y en la que coincidieron pintores, escultores, escritores, músicos y también arquitectos.
El nacimiento del Velázquez Bosco tuvo lugar en Burgos hace ahora 180 años, en junio de 1843, aunque allí residió poco tiempo pues su padre, funcionario de Hacienda, fue trasladado a Madrid, donde desde muy joven comenzó a trabajar en revistas periódicas. Cuando sólo tenía 20 años, esa capacidad le llevó a ser seleccionado como dibujante y delineante para las obras de restauración de la Catedral de León. En la ciudad leonesa llegó a ser director de obras de forma temporal e inició sus labores como arqueólogo y su implicación en la defensa del patrimonio monumental.
Restauró la fachada Oeste de la Mezquita-Catedral y excavó restos en el yacimiento de Medina Azahara
Esta etapa, vital en su formación, duró hasta que en 1868 regresó a Madrid y se apuntó a una expedición científica muy especial: la que la fragata Arapiles, una embarcación mixta de vapor y vela de la Armada, emprendió por Oriente Próximo. «Aquel viaje iniciático le permitió conocer y dibujar meticulosamente multitud de monumentos y piezas de los principales museos de los lugares visitados y dirigió la vocación de Velázquez hacia los estudios de la arquitectura oriental de la cuenca mediterránea, en los que, posteriormente, llegó a ser una autoridad mundial», explica el historiador Miguel Ángel Baldellou, especialista en su obra.
A su regreso a España tras la misión del Arapiles, comienza una segunda etapa en su vida, desarrollada en Madrid. En la capital emprendió los estudios reglados de Arquitectura, que compatibilizó con su labor como profesor de Dibujo. Al poco de acabar sus estudios logró la Cátedra de Historia de la Arquitectura en la Escuela de Madrid. Fue entonces, a partir de 1881, cuando comenzó a realizar una importante serie de encargos del Ministerio de Fomento. Trabajó en el Retiro para la gran exposición de Minería que se celebró ese año y allí dejó dos edificios muy queridos por los madrileños como son el Palacio de Cristal y el Palacio de Velázquez. También diseñó el edificio de una Escuela de Sordomudos y Ciegos en el barrio de Moncloa o, algo más tarde, el espectacular edificio del entonces Ministerio de Fomento y que hoy es el Ministerio de Agricultura, uno de los primeros inmuebles que ve cualquier viajero que sale de la estación de Atocha.
Tras este fructífero periodo madrileño, el arquitecto inició una tercera etapa cuando el siglo XX llegaba a su término, a partir de 1891. Desde esa fecha hasta el final de su vida se convirtió en un especialista en restauraciones de monumentos, lo que lo trajo a Andalucía. Su primer encargo por tierras andaluzas fue la restauración del Monasterio de La Rábida, en el contexto de los fastos por el IV Centenario del Descubrimiento. El siguiente: la reforma de la Mezquita-Catedral de Córdoba, que le permitió llegar a una ciudad que sería vital en esos años postreros de su trayectoria.
En la capital cordobesa mantuvo una intensa actividad. De su mano salieron las espectaculares puertas ornamentales de la fachada Oeste de la Mezquita, las de la calle Torrijos. Y no menos importante es su investigación de décadas en Medina Azahara, yacimiento en el que inició, tras ser nombrado director por el Gobierno, una serie de excavaciones que permitieron avanzar en el conocimiento de la ciudad palatina. Compatibilizó esos años y quehaceres con otros trabajos de reforma en la Alhambra de Granada.
Fascinado por el arte hispanomusulmán, hasta el final de su vida tuvo la Mezquita y Medina en el centro de sus intereses y desvelos intelectuales. De hecho, tras su muerte en 1923, se publicó un librito de homenaje con información biográfica del arquitecto y textos suyos sobre sus trabajos e impresiones en Córdoba y en especial en la ciudad palatina, donde desenterró e interpretó numerosas piezas en esas décadas. Allí se pueden leer estas frases que demuestran el amor que sintió por estos monumentos: «Los restos de la ciudad de Medina Azahara, con la mezquita de Córdoba, son monumentos que España entera, y más especialmente Córdoba, tienen el deber de conservar como los únicos restos que quedan del período más brillante de su califato, período que sintetiza Abd-er-Rhaman III, que fue el monarca más poderoso de Europa».
Fascinado por el arte hispanomusulmán, hasta el final de su vida tuvo la Mezquita y la Medina como el centro de sus intereses
El arte del Califato cordobés -explicaba Velázquez Bosco- «fue el más original y brillante de aquel tiempo, con principios y leyes totalmente distintas de cuantas habían producido los antiguos pueblos clásicos». «Representa el primer renacimiento del arte de la Edad Media en el mundo occidental, muy anterior al del arte cristiano, llegando a su completa unidad y desarrollo con caracteres propios, reuniendo cuanto constituye un 'estilo arquitectónico», concluía.
Bastan estas líneas para comprobar lo que sintió por Córdoba este arquitecto que, aunque nacido en Burgos y formado en Madrid, en Andalucía encontró -cuando ya superaba la cincuentena- un paraíso ideal para sus pasiones vitales, vinculadas siempre a la arquitectura, el dibujo y la arqueología.
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