Pretérito Imperfecto
La Cata que se enturbia
La Cata ha vuelto al menos para salvar la honra. Testando un nuevo formato que sigue pareciéndose mucho al de siempre, salvo que el cerrojo al botellón que todo lo acapara
La Cata del Vino Montilla-Moriles ha sido siempre una celebración con una identidad muy cordobesa. Siendo el principal mercado para la mayor parte de las bodegas del marco -a excepción de las grandes y sus rutas de exportación-, los cordobeses han encontrado siempre ... un pequeño refugio de orgullo y disfrute al encastrarse el catavino entre los dedos y apurar el último sorbo. Sabedores de que en el resto de ritos que componen el Mayo Festivo la dimensión y el turismo difuminan en parte ese sentido de pertenencia -como si cada uno de nosotros tuviéramos una bodeguita al bajar de casa-. El afecto hacia la llegada de los generosos y nuevos vinos cada primavera es la mejor forma de evadirse en el pórtico del tiempo cordobés.
Es por ello que la estampida del año pasado sentó mal al público, huérfano de ese momento propio de estreno. Más si cabe por la ausencia de una explicación definitiva de lo ocurrido tras un desplante con amalgama de posibles razones encapsuladas al modo de una matrioska. Que si el botellón, que si el formato, que si el tipo de público, que si la ubicación, que si la subvención de la Junta de Andalucía, que si las cuentas del consejo regulador...., que si la pelea soterrada entre grandes bodegas, cooperativas, nuevos sellos y pequeños lagares. Que si Montilla, que si Moriles... Que si el precio de la uva. Y puede que, en realidad, la culpa de que la Cata se fuera al traste fuese de todos estos factores a la vez encajados en un puzzle complejo y añejo. Una falla estructural. Un problema de problemas que rebosaron el catavino.
La Cata del Vino ha vuelto, a Dios gracias, y lo ha hecho con el empeño de saldar ese feo que le hizo a Córdoba el pasado año. Con un nuevo emplazamiento en la Ribera, menos bodegas -las más importantes han dado la cara-, menos restaurantes -y más fiambreras desde el primer día- y un intento de centrar un programa paralelo que se reclamaba como contrapeso al populismo. Un escaparate profesional con vocación de feria comercial que, al menos por ahora, no aparece. La Cata ha vuelto al menos para salvar la honra. Testando un nuevo formato que sigue pareciéndose mucho al de siempre, salvo que el cerrojo se echa a las 20.00 horas para evitar la distorsión de este evento y todo el que acaba tomado por el botellón (vienen las Cruces).
Hay una fractura en el marco que no es nueva y reverbera de cuando en cuando. Sean elecciones, promoción o subvenciones. También a la política le gusta mojar el dedo y claro, ya se sabe. Una desunión y una batalla de intereses propios sobre los comunes. Así es difícil crecer, si encima el 80 por ciento de la superficie cultivable se ha perdido en 40 años, los mismos que lleva la Cata. Tenemos una joya vitivinícola, pero cada joyero pule la perla por su cuenta.
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