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POSTALES

DIOS LOS CRÍA

JOSÉ MARÍA CARRASCAL

El poder absoluto, esto es, sin controles, nubla la vista y la mente. Y no hablemos de cuando se ha perdido el poder, la vista y la mente

«ME cuesta creerlo», ha dicho Felipe González sobre la confesión de Pujol, antes de atribuirla a un intento de salvar a sus hijos. Pues a mí no me extraña nada este cable de un expresidente a otro. Para entenderlo hay que retrotraerse a 1984, que hago siguiendo el detallado relato de José Luís Herrera e Isabel Durán en «El secuestro de la Justicia». El 20 de febrero, Felipe González recibe a Pujol y le entrega un legajo. «Son los papeles de Banca Catalana. Me han llegado del Banco de España. Los he mirado detenidamente y no hay nada reprochable que pueda alterar tu carrera política», le dice. Pujol marcha tranquilo a las elecciones, que le darían la mayoría absoluta. Pero las investigaciones continúan a cargo de dos fiscales entonces desconocidos, José María Mena y Carlos Jiménez Villarejo, que en 1986 presentan en la Audiencia Territorial de Barcelona un recurso en el que se pide el procesamiento de Pujol, junto al de veinticinco consejeros de Banca Catalana –la flor y nata de aquella burguesía nacionalista– por «apropiación indebida, falsedad de documento público y mercantil y maquinación para alterar el precio de las acciones». El informe es demoledor. Es cuando se pone en marcha la cúpula del Gobierno. Guerra llama al fiscal general del Estado, Luis Antonio Burón: «Hay que parar el asunto sea como sea». El fiscal dimite. Pero más demoledor es el resultado: ninguno de los treinta magistrados de la Audiencia, que deciden que «no hay indicios delictivos en la actuación de Pujol en Banca Catalana», se tomó la molestia ojear el informe de la fiscalía. Los ocho que lo examinaron votaron por el procesamiento. Sus honorables nombres pueden encontrarlos en el citado libro.

Casi tan grave es que veintiocho años más tarde Felipe González venga a echar una mano a Jordi Pujol, confeso defraudador. Ya no tiene el poder para frenar a los fiscales ni influir en los jueces, por lo que tiene que apelar a la compasión: intenta ayudar a sus hijos. ¿A sus hijos solo? ¿Y los que le ayudaron a eludir la ley? Él es el primero en saber que quien presta esa ayuda es tan culpable como el evasor. Como que la excusa política, apaciguar al nacionalismo catalán, no nos sirve, pues ya hemos visto en qué ha devenido ese nacionalismo.

2014 no es 1984 ni 1986. Y el mayor peligro que corre hoy España no es el desafío nacionalista sino que se confirme la extendida sospecha de que ha habido un pacto no precisamente de caballeros en la cúpula del poder para taparse entre sí las violaciones de la ley. Algo que convertiría la democracia española en una farsa y a España en un país bananero.

Está visto que el poder absoluto, esto es, sin controles, nubla la vista y la mente. Y no hablemos de cuando se ha perdido el poder, la vista y la mente, como parece haber ocurrido a Pujol y a González.

«¡Qué tropa!», decía Romanones.

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