Guía vespertina
Una tarde en San Lorenzo y San Andrés
El enclave está marcado por el protagonismo femenino en la pervivencia del certamen
R. AGUILAR
Las tardes en los patios son en ocasiones más como el otoño que como la primavera. Si el calor no ha apretado mucho durante el día, hecho infrecuente pero probable porque el mayo cordobés suele ser de una canícula que viene y va, las estancias ... umbrías de las casas del casco histórico conocen una temperatura fresca y reparadora muy similar a la del último septiembre o del primer octubre.
Es bueno aprovechar el momento en el que los dueños de los patios los vuelven a abrir tras la pausa de la hora de la comida y después del rato nutritivo de la siesta sosegada, una noble y recomendable costumbre de la que este año pueden ser partícipes los visitantes, pues el Ayuntamiento ha habilitado tres patios de su propiedad, que son los del Palacio de Orive (junto a la iglesia de San Andrés), del Rey Heredia y del Zoco para que los turistas tengan una sobremesa descansada a la usanza de la vida doméstica de la ciudad de comienzos del siglo pasado.A la hora exacta en la que los cuerpos recuperan su ser y comienzan a pisar de nuevo la calle una vez vencida la tregua de la cintura del día es cuando a Córdoba le crecen los nombres de calles rotundos, como la que se llama Pozanco o las que todo el mundo conoce por Guzmanas, por Custodio o por Trueque.
En ellas regía y sigue rigiendo, aunque con menos intensidad que hace unos años, una especie de matriarcado que ha venido a ser decisivo para la pervivencia de un molde de vivienda de origen milenario por más que se haya ido adaptando a las necesidades de cada época. Las autoridades ya se encargaron hace años de reconocer el trabajo incansable que realizó durante décadas Carmen Montilla, que fue el alma del patio de la calle Trueque, en la parte trasera de la parroquia de San Lorenzo.
El celo con el que esta mujer cultivó la zona descubierta del inmueble del que era vecina no fue en balde, y prueba de ello es que esa casa ha merecido el interés del Ayuntamiento, que acaba de convertirse en su propietario con el propósito de hacer de ella el primer museo de los patios de la ciudad sostenido con fondos públicos y de integrarla en el parque de viviendas tradicionales que ya posee en el casco histórico.En sus últimos años de vida, Carmen Montilla, que se conocía el empedrado de memoria, buscaba con tiento la zona más a resguardo del sol para sonreírle y darle conversación a quienes cruzaban el umbral de su casa. Desde 2005, que es desde cuando Carmen falta a la cita de mayo, es inevitable girar la vista a la izquierda del pozo situado en el centro de esta casa que nadie debe olvidar en su itinerario, porque es pura Córdoba.Como la del número 21 de Pozanco, a menos de diez minutos. Elisa Pérez Laguna y Teresa Rodríguez la llevan bien desde la sombra en la que, cuando la climatología se lo permite, les llega una brisa mitad de primavera y mitad de primer otoño que penetra hasta las entrañas de la casa por el estrecho y largo pasillo, todo él atestado de plantas de de luz apagada, que lleva hasta la estancia principal. Se trata de una brisa acogedora que nace en el mismo corazón de la mejor Córdoba posible, la que quizás solo sobrevive en los zócalos de las calles de nombres rotundos como Humosa, Simancas o Pastora, que lindan con San Agustín porque en el casco histórico todo linda con todo. Esa brisa oxigena la ciudad, acerca la palabra, promueve el abrazo y convierte al forastero en un amigo.
El que llega será un desconocido, pero Elisa Pérez le muestra sus retales si se tercia la ocasión, o lo lleva al relicario de aperos de labranza o de instrumentos de cocina antediluviana colgados uno tras otro junto a un ventanuco mínimo a través del que apenas se filtra la luz de la tarde que comienza a ser espesa para deslizarse hacia el anochecer.En lo que queda del día debe haber tiempo para acercarse a saludar a Rafael Barón a su casa de la calle Pastora, donde la sencilla tradición doméstica del cuidado de las plantas y las atenciones a las paredes de cal alcanzan la categoría de pequeña obra de arte. Barón, hombre relacionado con la imaginería cofrade, vive con su familia en este inmueble restaurado en el que la variedad floral se suma a la presencia de un altar dedicado a Nuestra Señora de la Salud. En los patios cordobeses es abundante la iconografía religiosa —sobre todo la que alude a San Rafael, el Custodio de la ciudad—, pero en pocos lugares como en la calle Pastora se dan la mano de una forma tan estrecha la fiesta popular que consiste en abrir la casa de uno de par en par con las raíces católicas de esta tradición, que las tiene por más que estén relegadas a un segundo plano en beneficio de la huella romana e islámica.
En un salto
De Pastora a San Juan de Palomares «se va en un salto», por emplear la jerga local, de manera que el visitante tenga tiempo de darse un paseo por la casa número 11, que el Ayuntamiento ha adquirido, como la de Trueque, para garantizar su conservación y debido a su alto valor patrimonial que pronto salta a la vista por el colorido de sus tiestos añiles a juego con los remates de las balconadas. El alma de la vivienda fue femenina, como en el caso de Trueque, y su nombre era Josefa Gómez, conocida por el vecindario como Josefita. Cuando falleció, la casa vino a menos y dejó de participar en un certamen del que se elevó como ganador absoluto en once ocasiones. Ahora está fuera de concurso pero es visitable. Cuando cae la noche sobre su empedrado hay quien echa de menos a Josefa departiendo con los turistas más rezagados como si el reloj no marcase la hora de ir cerrando.
Una tarde en San Lorenzo y San Andrés
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