Atentado en Algeciras
El móvil de Yassine, la clave de cómo se radicalizó el 'lobo solitario' de Algeciras
El ataque dejó un muerto y un herido en dos iglesias cercanas a las vivienda del agresor
Perfil | Diego Valencia, el sacristán que murió defendiendo la fe en Algeciras
Los compañeros de vivienda aseguran que, desde hace dos meses, sólo hablaba de Dios y del diablo
La Audiencia Nacional cataloga el ataque como un acto de terrorismo relacionado con el salafismo yihadista
J.J. Madueño
Algeciras
Yassine era un tipo raro que pasó a ser un excéntrico. Se quitó de fumar, de beber, controlaba los cortes de pelo y cogió la mishaba para rezar. «Leía y veía el Corán con el teléfono», señaló su compañero de habitación a ABC ... el día después de que Yassine perpetrara un ataque a varias iglesias de Algeciras, hiriera al padre Antonio en San Isidro y matara a Diego Valencia, sacristán de La Palma, en la puerta del templo, ante la mirada de sus paisanos. El teléfono es la clave. Los investigadores creen que fue la puerta por la que yihad entro en su mente, aquejada de problemas psíquicos.
Desde hacía un par de meses había cambiando. Aimar así lo narraba. Su vecino contó como ya sólo hablaba de Alá y del diablo. Estaba irascible. Se regía por leyes estrechas dentro de su islamismo. Un simple corte de pelo lo hacía explotar. «No te podías ni reír. Se ponía amarillo, como un loco», relataba este joven.
No tenía oficio. Lo vieron aparcando coches, pero su vida no se sabe cómo la pagaba, de qué comía. «Decía que ese no es tu asunto», contestaba Mohamed cuando le preguntaban por estas cosas o por el machete. Se volvió uranio, desconfiado y se definió como «un musulmán verdadero». En su cabeza algo se quebró. Los investigadores creen que la gota malaya que lo sumió en el delirio llegó a través del móvil.
En el auto de registro de su vivienda, el titular del Juzgado Central de Instrucción 6 de la Audiencia Nacional pide que se requisen todos los dispositivos electrónicos, material informático, teléfonos móviles y otros soportes digitales. Manda su clonado en el mismo lugar del registro y pide su custodia hasta que pueda ser analizado por los técnicos policiales de ciberterrorismo.
Es la clave. La puerta de entrada de Yassine a la yihad desde una infravivienda ocupada de la calle Ruiz Tagle de Algeciras, en el barrio más castizo de la ciudad. Allí un simple móvil sirvió, según fuentes consultadas, para que el supuesto terrorista se sumergiera en un mundo de odio y supremacía religiosa a través de la propaganda de grupos de terroristas que operan en zonas de conflicto.
Sus vecinos aseguran que hacía dos meses que se dejó barba, estaba como un loco y sólo hablaba de Dios y del diablo
Las ideas del salafismo más radical entraron en su mente, la perturbaron, hicieron hasta modificar su aspecto. «Desde hace dos meses se dejó la barba», señalaba Aimar. El análisis de su teléfono dará las claves y los vínculos que hizo para llegar al desvarío religioso que alcanzó.
A su primera víctima el miércoles, un joven marroquí de 20 años llamado Ahmed lo asaltó acusándolo de ir en contra de la religión cuando iba al instituto. Lo golpeó por detrás, le reventó las gafas y le causó heridas en uno de los ojos. Lo contó a ABC mientras hablaba con su familia por videollamada, sosteniendo la denuncia de la agresión y confesando que cuando agarró el machete creyó que llegaba su fin.
Un día antes del ataque, sus vecinos narraron cómo amenazó con rajar el cuello a otro marroquí que fue visitarlo. El miércoles por la noche todo estalló. Vestido con una chilaba gris oscura y armado con un machete, que nadie sabe de dónde sacó, atacó dos iglesias. Mató al sacristán Diego Valencia e hirió a padre Antonio Rodríguez.
Aquella gota malaya de propaganda a través del móvil, aprovechó la debilidad de sus capacidades mentales para convertirle en una asesino en nombre de Alá. Así ajustició a Diego. La Audiencia Nacional lo cataloga como un acto de «terrorismo» y lo vincula con el «salafismo yihadista».
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