Cádiz, el tesoro encontrado y el paraíso perdido
Tierra ancestral, hogar de las primeras civilizaciones occidentales, paso de Tariq y territorio de resistencia ante los franceses, ha acabado cediendo ante la sonrisa amable y la cartera llena del turista VIP
Madrileños, catalanes, vascos de 'Euskadi, Kadi' disfrutan en 'Cádizfornia': «lo que no hay son gaditanos»
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Iniciar sesiónEl pecado original en el paraíso perdido de Cádiz es, fue, el conocimiento de su existencia. Permanecía imperturbable, humilde, tierra de pescadores y almadraberos, resguardada por los vientos y defendida por sus militares. El azul plateado del mar, el dorado de sus arenas, ... servía mínimamente de cobijo y lugar de asueto entre interminables horas de faena. No había aplausos en la puesta de sol, ni chiringuitos 'cool' con música en directo y mojitos a diez euros, ni surferos cabalgando las olas, ni móviles de última generación 'atrapando' un momento efímero que por tanto dejó de ser único.
Las playas salvajes eran eso, salvajes. De Conil a Tarifa. Vírgenes. Modestas casas de marineros, hogares de los hombres del campo, se situaban a pie de una costa durante muchos meses inhóspita por el violento embate del levante.
Trabajaban el mar, labraban la tierra y cultivaban esa carne de retinto de exportación internacional. Mitad del siglo XX y no existía ese concepto de vacaciones de verano de la actual sociedad de consumo. En la playa podía haber más vacas que personas, la arena era terreno de redes y reses.
Zahara es de los Atunes por las almadrabas, no por las tapas de ventresca o tarantelo. La leyenda apunta que la playa de los alemanes regenta su apellido por los nazis que se refugiaron después de la II Guerra Mundial y no por el actual turismo germano. Sin embargo, el caso más paradigmático es el del Palmar, en Vejer de la Frontera. La meca del surf y el ambiente 'hippie'. Fue en la II República cuando el Estado entregó estas tierras a un grupo de 99 colonos a cambio de instalarse y trabajar unos terrenos baldíos. Lo que nadie quería entonces, ahora se alquila a mil euros la 'parcelita' el fin de semana.
Tierra ancestral. Destino y posterior hogar de las primeras civilizaciones occidentales, con visibles restos fenicios, griegos y romanos. Por donde entró Tariq en la conquista árabe y territorio de disputa constante entre el ejército francés y los resistentes gaditanos, tan orgullosos. Vigía del paso de los navíos cargados de oro que llegaban de las Indias, escenario de la victoria de Nelson en la decisiva batalla de Trafalgar.
Ha tenido que acabar cediendo ante el invasor de sonrisa amable, mirada condescendiente y la cartera llena. Anónimos y famosos, VIP (Very Important Person), que con su proyección mediática han ejercido su atracción como un imán que deja la nevera llena. Y vacía parte de su esencia genuina. Imanol Arias, el Gran Wyoming, Eduardo Noriega, Pastora Vega, Aitana Sánchez-Gijón, Lolita y Rosario Flores, Antonio Carmona, Niña Pastori, Dani Martín, el chef José Andrés, Hugo Silva, Ana Torroja, David Summers, Isabel Pantoja, Alejandro Sanz...
Mescolanza de acentos
Con la mejor de sus intenciones y seducidos por las maravillas de 'Cadizfornia', marcaron el camino a seguir para tantos veraneantes procedentes de los rincones más pudientes del país. Madrileños, catalanes, vascos de 'Euskadi, Kadi'. «Lo que no hay es ningún gaditano», confiesa uno de sus vecinos. Estos vienen y se van, presumidos por lucir ese emblema en el dorsal de su camiseta: 'Yo vivo donde tú veraneas'.
Esta perla permaneció inalterable ante las graves acometidas de las masas turísticas al final del Franquismo y las primeras décadas de la Transición. Cuando se democratizaron hasta las vacaciones estivales y la jet-set prefería la Costa del Sol.
La guerra abierta entre levante y poniente puede arruinar y socavar hasta al más optimista, y una semana de paliza entre vientos ha sido el mejor efecto disuasorio. Natural, ecológico y sostenible.
También la presencia del ejército en la Sierra del Retín, el mejor campo europeo para maniobras anfibias, y allí siguen cuidando estos campos para impedir la destrucción salvaje de los vándalos del ladrillo y el cemento. Pero ya, superadas estas barreras históricas, la única muralla de protección son los precios de hoteles, apartamentos y restaurantes.
La nostalgia juega malas pasadas. No se echa de menos un lugar, sino el tiempo perdido. No obstante, entre los que han atravesado diferentes etapas y han sido testigos de la modificación de paisaje y paisanaje, la opinión es prácticamente unánime. La costa de Cádiz, de Conil a Tarifa, es una mina de oro que empieza a sumar más y más paredes, más galerías; y es angosta, asfixiante en periodos señalados, a veces se queda sin luz por falta de suministro, y hasta sin agua por la precariedad de unas infraestructuras que se han quedado minúsculas y obsoletas.
Sufre el paradójico lema del 'divide y perderás', y es que se produce ese fenómeno de la división de las parcelas, en dos, en cuatro, en ocho, en 16, y cada vez más casas y más viviendas. Mientras, las 'metrópolis' (Vejer, Barbate o Tarifa) se aprovechan de los impuestos que emanan de estos moradores, que pagan pero no votan, para surtir a sus poblaciones y sin invertir lo suficiente en estas 'colonias', desatendidas y faltas de servicios fundamentales.
Compensan sus atardeceres dorados, el olor a salitre, la protección del invierno. Cuando se recupera el orden natural de las cosas y todo se pone en su sitio. Y por supuesto, porque hay algo que esos invasores todavía no saben. «Cádiz, cada vez, es menos paraíso, aunque todavía quedan rincones por descubrir. Pero no te los vamos a contar a ti».
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