Borbolla como síntoma

Borbolla no es el primero que ha desvelado lo del rey desnudo, pero sí lo ha dicho con una crudeza muy reveladora. En un artículo titulado 'PSOE: «El puto amo», Catilina y la mujer del César', en el Diario de Sevilla, el ex presidente andaluz acusaba al PSOE de «convertirse en una partida de arribistas e iletrados que acabarían siendo regidos por la voluntad torticera, desvergonzada y egocentrista de un 'puto amo'».

Hombre, no costará mucho deducir cómo interpretar esas palabras. A Borbolla no le impresiona tanto el puto amo, que es como el ministro de Transporte llama a Pedro Sánchez, como la reacción de los asistentes al Comité Federal: «la «rehala» de presentes en el acto le aplaudió, enfervorizada!». Para añadir: «No cabe mayor descalificación, personal y colectiva». Y algo más: «Nunca, jamás, un partido político español había caído tan bajo».

Amparo Rubiales, con la elegancia habitual, le ha replicado que «es un gilipollas esperando que su amigo Bendodo le coloque como a Leguina». Ay, los colocados y los descoloques… Claro que esto es falso, ya que Borbolla disfruta de pensión de expresidente, algo pactado por el PSOE con el PP.

A Borbolla, es evidente, le duele su partido. A otros quizá no. Ellos simplemente militan con disciplina chusquera tragando con todo. Por eso Borbolla anuncia que no tiene intención de irse, sino confiar en que la socialdemocracia recuperará su sitio, mirando al centro y no al extremo populista y al nacionalismo antiespañol. Tal vez los suyos, en lugar de insultarlo, deberían leerlo mejor.