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Los alcaldes, peor valorados que nunca desde la Transición

Según un informe, la decepción hacia los políticos también está instalada en los ayuntamientos

IGNACIO M. PRADA

Los ciudadanos no se fían demasiado de sus alcaldes. Tan poco, que casi la mitad de los electores puntúan negativamente su labor. La causa, los casos de corrupción que vienen salpicandi, sin solución de continuidad, a los gobiernos municipales. Con este diagnóstico se cierra definitivamente la cadena de desencanto y frustración social hacia una clase política que suspende en todas y cada una de las esferas en las que actúa. Desde el ámbito nacional hasta el local, la imagen de nuestros políticos continúa sumida en el fondo del descrédito. Y, a tenor de las mediciones sociales que califican de uno a diez el liderazgo de nuestros mandatarios, las expectativas están lejos de mejorar.

Los españoles, con cierto pasmo ante los desfalcos de Marbella, Estepona y Gürtel o Pretoria, están abrazándose poco a poco a la deprimente convicción de que, en los ayuntamientos —la administración más cercana al ciudadano—, los alcaldes utilizan su cargo para enriquecerse y enriquecer a sus familiares y amigos. Falta menos de un año para que se celebren elecciones municipales y un estudio realizado en internet por la agencia Noline, especializada en comunicación política, revela que un preocupante «44 por ciento de personas cree que en su consistorio se dan casos de corrupción».

El informe continúa señalando que el 60 % de los habitantes no conoce personalmente a su alcalde. Un dato que se eleva hasta el 77 % si se trata de ciudadanos de capitales de provincia, y desciende hasta el 30 % en municipios de menos de 10.000 habitantes. La sociedad tampoco reconoce un liderazgo especial en el rector de su consistorio. Tan sólo el 17 % de los encuestados observa en su primer edil la figura de un líder.

De hecho, el 81 % de los encuestados confiesa que no le confiaría su dinero personal para que lo invirtiera; el 63 % no le compraría un coche de segunda mano y el 59 % declina la posibilidad de hacer negocios juntos.

La Moncloa como referente

Las elecciones municipales se están convirtiendo en una especie de termómetro social que mide la intención de voto de cara a las elecciones generales. La crispación que muestran los políticos en el Congreso está ganando la batalla a las elecciones locales y regionales, veladas por el único duelo capaz de catapultar a La Moncloa a socialistas o a populares. Esta es la idea que sostiene el consultor político Marcos Magaña, quien asegura que esta percepción «es vaciar de sentido» unas elecciones que, debido a la denostada imagen de los políticos, «se convierten en una oportunidad única para que emerjan partidos o candidatos “outsider”». Como su nombre indica, son rostros conocidos; personas que nunca han tenido conexión directa con el mundo de la política (empresarios, catedráticos y comunicadores son las opciones más frecuentes) pero, aprovechando su éxito en el ámbito local, o bien crean su propia formación, o bien son «reclutados» por los grandes partidos.

Redes sociales

En la intensa lucha por el poder, las formaciones políticas agudizan su ingenio para ganar hasta el último voto. Del estudio de Noline se desprende que uno de cada cuatro electores está interesado en las redes sociales (Facebook, Twitter, Tuenti…). Unas herramientas de comunicación en internet que, poco a poco, están devorando a los tradicionales medios de información. Magaña asegura que «casi todos» los candidatos están preparando actividades en internet para atrapar a ese público, «cada vez más representativo».

La desalentadora confianza que muestran los españoles hacia sus políticos, a juicio del consultor, es «brutal» y sintomática de «algo muy malo». En la palestra social, la depravación política está ganando terreno a valores como la sinceridad (calificado con 4,3 puntos sobre 10 en el informe), la eficacia (4,5) o la honestidad (4,6); y esto, según Magaña, «conlleva el descrédito y la pérdida de confianza».

Todavía habría que añadir a lo anterior una negativa coyuntura económica que, dice el experto, «termina de abrir un preámbulo: primero la gente deja de participar en la vida política. Lo siguiente es comenzar a pensar que el sistema no vale…».

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