ABC Yo viví en el Sahara cuando era igual de español que Cuenca
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Yo viví en el Sahara cuando era igual de español que Cuenca

Maestros, militares, historiadores, periodistas e hijos del desierto reviven su día a día allí y el desgaste que provocó la descolonización en 1976

Enrique Delgado Sanz

Luis Carrero Blanco le dijo a Ramón Pardo de Santayana, en 1957 jefe de las colonias españolas en el oeste de África, que se empleara a fondo en el Sahara y que defendiera aquellos territorios como si de Cuenca se tratara. Aunque ahora todo eso queda muy lejano, entre 1958 y febrero de 1976, el Sahara fue una provincia española como cualquier otra. Aquel episodio lo recogió Pablo-Ignacio de Dalmases en su tesis doctoral. Este periodista sabe de lo que habla. De joven, seducido por cierto espíritu aventurero, aceptó marcharse al desierto a dirigir la emisora que allí desplegó Radio Nacional. También fundó un periódico llamado La Realidad. «Pero duró poco», bromea. Su «error» fue, precisamente, hacer honor al significado de la cabecera.

Dalmases, a la izquierda, con la radio en el Sahara en el año 1975 - CEDIDA
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«Un día me llegó una noticia de la Agencia Efe. Eran unas declaraciones que había hecho el hermano de Hassan II en Rabat diciendo que la sangre no llegaría al río, que España y Marruecos llegarían a un acuerdo y que el Sahara se entregaría a Marruecos. Me pareció una bomba y lo publiqué en primera página. El periódico se agotó en media hora, pero después me llamaron las autoridades y al día siguiente me destituyeron», rememora este veterano periodista, que aún conserva la primera página de aquel ejemplar fechado el 24 de octubre de 1975. Por entonces, la relación entre España y los saharauis estaba muy tensa. Un par de semanas después se desarrollaría la Marcha Verde, el hito que enterró cualquier posibilidad de que España continuara en dicho territorio. Sin embargo, desde dos o tres años antes, el ambiente ya era complicado. Tanto que hasta los niños eran perfectamente conscientes.

En aquellos años, España montó escuelas en el Sahara, donde se seguía el mismo modelo educativo que en otras partes del territorio aunque con las limitaciones obvias de trabajar en el desierto. En esas aulas se mezclaban chicos y chicas; hijos de trabajadores peninsulares desplegados en las minas de fosfatos, los de los militares destinados al lugar y los hijos de nativos. Uno de ellos era Larosi Haidar. Nació en el año 1962 y su primer día en una escuela española llegó con siete años en El Aaiún. Ahora tiene 58 y es profesor titular de Traducción e Interpretación en la Universidad de Granada.

Profesor y alumno

«Mi historia es la del saharaui medio que nació allí en los años 50 o 60. El Sahara era España y como cualquier otro español, me escolarizaron y estudié hasta que España nos dejó de la mano de Dios…», relata Haidar, quien también detalla que las lecciones de árabe eran fuera del horario: «Había que hacer un esfuerzo extra». No obstante, destaca que la integración entre los niños de una y otra cultura se realizó sin ningún problema: «No había diferencia de trato en la escuela».

«Los jóvenes saharauis que venían a la escuela eran muy abiertos, ponían mucho interés y además eran buenos en matemáticas y en nuestra lengua»

Los grandes culpables de que esos niños recuerden las aulas con cariño son los profesores. Emilio Ruiz Seco tiene 81 años y fue uno de ellos. Ahora vive en Cantabria, su tierra, pero entre el 66 y el 69 enseñó en el Sahara. «Hicieron una convocatoria de plazas para 13 maestros y, en mi ignorancia, pensaba que nos iban a mandar a El Aaiún o a Villa Cisneros -los dos núcleos principales-, pero no. Me tocó ir al interior, a un lugar llamado Ausserd», cuenta el profesor, que continúa con esta particular lección de Historia: «Las condiciones eran difíciles. Los chavales nativos era la primera vez que iban a la escuela, hablaban su lengua y castellano». Sin embargo, Ruiz destaca que los jóvenes saharauis rápidamente se adaptaron , ya que «eran muy abiertos, ponían mucho interés y además eran buenos en matemáticas y en nuestra lengua».

Emilio Ruiz, a la izquierda, en una visita a una jaima saharaui durante el tiempo en el que estuvo como profesor en el SaharaCEDIDA

«A Emilio lo destinaron a mi pueblo cuando yo tenía unos siete años y me acuerdo que llegó con una mentalidad mucho más abierta que los militares». Habla Bahía Mahmud Awah, escritor, antropólogo y profesor honorario en la Universidad Autónoma de Madrid. Su labor ahora, como explica orgulloso, se centra en desenterrar la cultura de su tierra para que no desaparezca.

Las clases que recibió de don Emilio en unas aulas incrustadas dentro de los pabellones militares del lugar no fueron, sin embargo, las primeras para él. «Mi madre era una mujer erudita, una poetisa reconocida y mi primer colegio fue una jaima en el desierto con mis hermanos, así eran las escuelas coránicas». No obstante, evoca que se adaptó bien al cambio: «Aquello para mí era otro mundo. Me gustaba, me impresionó desde el principio. Era algo nuevo para mí y me gustó. Los niños del desierto somos muy curiosos».

Bahía Mahmud Awa, a la derecha, fue alumno de Emilio Ruiz en el Sahara y ahora es antropólogo y profesor honorífico en la Universidad Autónoma de MadridCEDIDA

«La relación en el colegio era buena, muy buena. De niña recuerdo que en clase había una compañera que nos enseñaba a bailar las danzas típicas saharauis», prosigue Luisa Esteban, una niña que, como tantas otras hijas de militares, vivió allí su infancia. La suya, concretamente, en Villa Cisneros . «Lo recuerdo como la mejor etapa de mi vida. Estábamos todo el día jugando en la calle, también hacíamos excursiones de los fines de semana al desierto con mi padre, siempre en contacto con la naturaleza», destaca esta mujer que, poco a poco vio, igual que los demás, cómo el clima social se estropeó.

Las causas

Gemma Esteban es la hermana de Luisa, pero también es una investigadora experta en el proceso de descolonización del Sahara. Desde el punto de vista más académico, diferencia dos tipos de causas que propiciaron la salida española. En cuanto a las internas, cita la enfermedad de Franco, el surgimiento del Frente Polisario en 1973 y la presión de Marruecos, que se desarrolló «de manera constante, desde los medios de comunicación, y a partir de Julio de 1974 enviando a lo mejor de sus tropas a la frontera con el Sahara español en una actitud realmente intimidatoria» como parte de su campaña anexionista sobre el Sahara. Entre las causas externas, pone en primer plano la incapacidad de la ONU para resolver el problema, el apoyo de potencias como Francia y Estados Unidos a Marruecos y las argucias diplomáticas de Hassan II, entonces monarca del reino alauí: «Esperó en dos ocasiones la enfermedad de Franco para llegar a su objetivo final, haciendo que se paralizase el estatuto de autonomía del Sahara, el referéndum programado por España y atrayendo a las potencias occidentales para que respaldaran su causa».

El general Fontenla posa para ABC con una foto de la época en la que estuvo destinado en el SaharaJOSÉ RAMÓN LADRA

Esta «música» les suena familiar a muchos, especialmente al compararla con la táctica que juega ahora el rey de Marruecos , Mohamed VI. El general Salvador Fontenla llegó al Sahara en el año 1972 y vivió en primera línea el deterioro de la relación. Al ser preguntado por si existen paralelismos con la postura actual de Marruecos, que recientemente llegó incluso a reclamar en falso Ceuta y Melilla, el militar no lo duda: «Los procedimientos son los mismos». Fontenla todavía recuerda, volviendo la mirada hacia atrás, el sentir en el Ejército el día que les comunicaron la retirada desde Madrid. «Todos nos fuimos bastante decepcionados. Habíamos prometido que se iba a hacer referéndum de autodeterminación. Además, la amenaza del Polisario era insignificante desde el punto de vista militar y estábamos convencidos de que a Marruecos le íbamos a vencer en el campo batalla. Nos sentó bastante mal tener que irnos, pero nosotros obedecemos», comenta el general, que pasó allí, junto a los suyos, cuatro años de su vida: «La familia del militar se adapta a todo. Allí había una vida austera. Nos juntábamos las diferentes familias y las mujeres y los niños se hacían compañía unos a otros».

«Todos nos fuimos bastante decepcionados. Habíamos prometido que se iba a hacer un referéndum de autodeterminación (...) Nos sentó bastante mal tener que irnos, pero los militares obedecemos»
Méndez, junto al equipo de radio que usó durante su servicio militar - CEDIDA
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Pero hubo otros que no se adaptaron. Muchos de ellos eran jóvenes a los que el sorteo del servicio militar les deparó un destino en el desierto en lugar de una estancia algo menos extrema. «Muchísima gente lo pasaba mal. Imagínate alguien con 20 años que nunca había salido de su pueblo o de su aldea y que de repente se cruza España y se va 3.000 kilómetros abajo para meterse en el desierto», ejemplifica Julio Méndez, un gallego que pasó allí 15 meses de mili.

Manuel García es el presidente de la Asociación Nacional de Veteranos de la Mili en el Sahara. Él tuvo suerte, como explica. Sabía hacer pan y trucos de magia. La primera cualidad le libró de empuñar el cetme o patrullar por el desierto bajo el sol, mientras que la segunda le permitió entablar más relación con los nativos. «Esto para los compañeros saharauis era una cosa muy grande, alguno se asustaba cuando me veía hacer magia. Hubo otro que me dijo una vez que si podía convertir a su sargento, que no le caía bien, en un perro», bromea «el Trampas», como le apodaron.

Manuel García es el presidente de la Asociación Nacional de Veteranos de la Mili en el Sahara, que aún se reúnen periódicamente para recordar sus vivenciasMIQUEL GONZÁLEZ

Antes de la crisis, la convivencia entre ambas culturas era normal, sin incidentes. Y así lo explica Fernando Rubio. Le tocó hacer la mili enrolado en las tropas nómadas. Sus efectivos, tanto saharauis como llegados desde la Península, patrullaban el desierto juntos durante semanas. «Hasta abril del 73 todo fue normal, éramos amigos, como hermanos. Pero luego surgió el Frente Polisario y ya no nos podíamos fiar de nada ni de nadie, parecía que estábamos vendidos», lamenta Rubio, a quien da la razón Jesús Palomares, otro hombre que hizo allí la mili y que vivió los últimos días del Sahara como provincia española. «Me tocaron todas las historias: la Marcha Verde, la Operación Golondrina [con la que se repatrió a toda la población a la Península], todo…», suspira Palomares, que pone de manifiesto la complicada situación de los soldados españoles desplegados allí en los estertores del proceso: «El Polisario nos daba porque pensaba que íbamos a favor de Marruecos y Marruecos, a la vez, nos atacaba porque pensaba que íbamos a apoyar al Polisario».

«El Polisario nos daba porque pensaba que íbamos a favor de Marruecos y Marruecos, a la vez, nos atacaba porque pensaba que íbamos a apoyar al Polisario»

El 26 de febrero de 1976, España se marchó del Sahara y acto seguido fraguó la ocupación marroquí. A día de hoy no hay rastro del referéndum de autodeterminación, pero sí hay campamentos de refugiados en Tinduf (Argelia). «El pueblo saharaui fue engañado por Marruecos y bien caro lo está pagando. Rechazó públicamente y ante la ONU la presencia española», diagnostica ahora, con la distancia que dan los años, el general Fontenla. El profesor Haidar, por su parte, reconoce que está más enfadado con Marruecos que con España. «Ha ocupado nuestra tierra (...) Yo con el pueblo español no estoy enfadado, sino muy agradecido, siempre nos ha apoyado. El problema es el Estado como tal. Los políticos, cuando no han tenido poder, han hablado como se debe hablar. Pero al llegar al poder se olvidan de todo».

De un hilo

En un ejercicio clásico del periodista, Dalmases abre el foco más allá de la clásica disputa. Insiste en el papel de Marruecos. «Lavó el cerebro a sus ciudadanos al decirles que el Sahara siempre había sido marroquí y esto es mentira, pero lo hizo Hassan II para salvar la corona. A principios de los años 70, la monarquía de Marruecos se tambaleaba y Hassan II pendía de un hilo, por lo que buscó una causa para unir a los marroquíes y esta fue el Sahara», interpreta el periodista, que también encuentra similitudes con la coyuntura actual.

Luisa Esteban, y otros niños, pasaron su infancia en el Sahara - CEDIDA
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Han pasado los años, y ya no hay una bandera española en El Aaiún; Villa Cisneros ahora se llama Dakla, curiosamente desde donde partieron la mayoría de las pateras que alcanzaron Canarias el año pasado; y tampoco quedan escuelas como la de don Emilio. «En el fondo todos lamentamos la marcha, pero no se perdió el tiempo. La labor ahí queda», reflexiona este profesor, quien, aunque modesto, admite que ayudaron a «salir adelante» a unos cuantos jóvenes. Dos buenos ejemplos pueden ser Larosi o Bahia, ahora asentados en España. Desde que eran unos niños hasta ahora les ha dado tiempo a vivir cosas que pueden parecer ciencia ficción para otros, como pasar una noche entera huyendo por el desierto o combatir en la guerra entre el Polisario, Marruecos y Mauritania. Ambos se sienten tan saharauis como españoles.

Como ocurre con don Emilio y Bahía, las relaciones entre los que allí coincidieron hace décadas todavía siguen vivas. También hay a quien el tiempo que pasó allí le ha dejado una huella eterna, como a las hermanas Esteban. Otros, como el general Fontenla, se acuerdan de la oportunidad que allí se perdió y los chicos que se fueron al desierto a hacer la mili -Manuel, Julio, Fernando o Jesús- aún se juntan periódicamente en torno a una mesa para contar batallitas. Porque, aunque algunos no lo sepan, el Sahara, un día, fue una provincia tan española como Cuenca. Y allí hubo multitud de historias que, como hiciera desde allí el periodista Dalmases, merece la pena contar.