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EL PODER EN LA SOMBRA DE LA POLÍTICA

La batalla de los nuevos maquiavelos

«La campaña de Sánchez en Madrid ha sido un desastre», afirma Miguel Ángel Rodríguez tras barrer a Iván Redondo en la apasionante liza de los estrategas

Luis Ventoso
Iván Redondo junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez en un acto en 2019 IGNACIO GIL

Las elecciones de Madrid han sido en su trastienda la liza de dos habilidosos consultores políticos, Iván Redondo por el PSOE y Miguel Ángel Rodríguez por el PP. El curtido y extrovertido gurú pucelano, de 57 años, le ha doblado la mano al introvertido donostiarra que susurra en el oído de Sánchez, que a sus 40 años es el fontanero que más poder haya acumulado jamás en La Moncloa (con una corte de un centenar de asesores y 22 directores generales, que algunos socialistas discrepantes ya denominan con sarcasmo ‘Redondistán’). Rodríguez (MAR) diseñó la estrategia que elevó a Isabel Díaz Ayuso de neófita dirigente regional a líder con eco estatal capaz de confrontar directamente con el presidente del Gobierno. Le salió bien. El PP se acostó el martes con 1,6 millones de votos y 65 escaños , mientras el PSOE caía a tercera fuerza en Madrid, con 610.000 papeletas y 24 diputados.

«¿Cómo ha visto a Redondo en esta campaña?», le pregunto a MAR. «No sé lo que ha hecho él. Pero lo que sí sé es que la campaña de Sánchez ha sido un desastre. Desde la definición de Gabilondo y la foto horrorosa hasta los cambios de guion». Ayuso no ha tenido problemas a la hora de reconocer en público su deuda con su gurú de cámara: «Es mi escudero, protector, compañero de aventuras; la persona que más me divierte, inspira y enseña».

La ahora pujante figura de los estrategas palaciegos no nació ayer. El asesor político más célebre de la historia, cuyos consejos todavía resuenan, murió en 1527, con 58 años y apartado a la fuerza de la vida pública. Se llamaba Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, procedía de una acomodada familia florentina y durante catorce años fue un exitoso diplomático y alto funcionario de la República de Florencia. Hasta que retornaron al poder los inevitables Médici, que lo encarcelaron y torturaron bajo acusaciones de traición. Liberado, se refugió en la lejanía de su finca y jamás logró retornar al corazón de la política. Pero la humanidad salió ganando con su desgracia. Y es que en su retiro Maquiavelo rubricó un clásico: ‘El Príncipe’, un breve manual que instruye sobre cómo hacerse con el poder, y lo que es más difícil: cómo conservarlo.

El libro de Maquiavelo fue una bomba, cuya onda expansiva ha atravesado los siglos. Fundador de la ‘realpolitik’, concluye que a veces el príncipe debe actuar sin escrúpulo alguno, incluso erradicando al adversario. En Maquiavelo no hay moral ni ética, lo que importa es el puro poder. «Solo el resultado justifica la acción». Es decir: el fin justifica los medios. La violencia y el fraude son legítimos si resultan necesarios. Mientras Platón y Aristóteles habían filosofado sobre cómo crear una sociedad modélica, Maquiavelo va a lo práctico e inmediato: el poder por el poder.

La política actual incorpora dos novedades que lo han volteado todo: la taquicardia de internet, que obliga al político a un examen instantáneo en las redes sociales y las webs de información continua; y la profusión de procesos electorales (generales, municipales, autonómicas, europeas). El político vive en una campaña permanente , así que se entrega a jefes de gabinete, asesores de campaña, estrategas de redes, escritores de discursos... Es una corte de pensamiento y marketing que le guarda las espaldas en la lucha constante por las encuestas y el voto. Recién llegado Felipe González a La Moncloa en diciembre de 1982, su fontanero jefe, Julio Feo, le preguntó cuál era en concreto su tarea. «Hacerme la vida fácil», le contestó el presidente. No deja de ser un modo de explicar el rol de los nuevos maquiavelos.

Para hacerle la vida más sencilla al político se han popularizado una serie de mañas, algunas harto discutibles, que hoy emplea hasta el más modesto de los asesores. Repetir hasta el hartazgo el mismo mensaje. Filtraciones a medios amigos a cambio de un trato favorable. Abroncar e intimidar a los periodistas críticos. No responder a las preguntas comprometidas, ni siquiera si te las plantean a bocajarro (véase las ruedas de prensa de Sánchez en la pandemia). Decir algo de verdad, pero nunca toda la verdad. Aprovechar acontecimientos sensacionales para comunicar de tapadillo tus malas noticias (es mítica la pillada en la jornada del 11-S a Jo Moore, directora de medios de Blair, quien mensajeó a sus ayudantes que era «un buen día para sacar algo que queramos enterrar»).

¿Son los asesores un bien o un mal para las democracias? En general su imagen es vidriosa, negativa. Peter Mandelson, el gurú de Blair apodado ‘el Señor de las Tinieblas’, solía decir que «el día que empiece a gustar a la gente comenzaré a perder mi poder». Por eso sorprende el punto de vista del doctor Benjamin Yong, de la Universidad de Durham. En un exhaustivo libro (‘Asesores especiales: quiénes son y por qué importan’), el investigador inglés entrevistó a cien de los más relevantes del Reino Unido. Lo interrogó sobre su visión del gremio, que resulta positiva: «Los ministros y gobernantes, al menos en el Reino Unido, sufren una sobrecarga de información y de trabajo. Necesitan a gente de su confianza para que les ayude. Por supuesto tienen a los funcionarios. Pero su posición no es partidista, por lo que pueden sentirse incómodos discutiendo políticas concretas, algo que los políticos necesitan hacer. Además, para los propios funcionarios también son necesarios los asesores, porque el político está tan ocupado que necesita contar con alguien que conozca mejor los detalles. Los asesores son útiles. Pero eso sí: deben ser expertos en una materia».

Rápida caducidad

La aceleración digital castiga también a los propios asesores, con fecha de caducidad rápida, incluso tras rubricar éxitos pasmosos. El controvertido ejecutivo de medios Steve Bannon, de 67 años, el impulsor de una nueva ‘derecha alternativa’ –populismo nacionalista dirigido a las mayorías blancas postradas– logró la proeza de llevar a Trump a la Casa Blanca como su responsable de campaña en 2016. Pero solo aguantó un año como jefe de Estrategia del presidente (sus coqueteos ideológicos con el supremacismo le costaron el puesto). Dominic Cummings, de 49 años, el acerado e inteligente asesor que dibujó la estrategia de la campaña del ‘Leave’ de Boris Johnson, resistió solo quince meses como asesor jefe del primer ministro. Cometió un error muy viejo y que siempre acaba mal: enfrentarse a la novia del jefe, Carrie Symonds, muy interesada en la política tory y con agenda propia. Cummings, de carácter muy hirsuto, ha encajado mal el cese y ahora amenaza con airear toda la munición que guardó del submundo de Boris mientras operaba como su Rasputín de cámara. Por ahora ya ha destapado la financiación irregular de la decoración del número 10 a través de donaciones secretas.

Richard Nixon, alias ‘Dick el Tramposo’, fue el presidente que impulsó un uso intensivo de la propaganda y las relaciones públicas. Pero es con Bill Clinton cuando se cincela por completo la figura del estratega jefe al estilo de Redondo o Rodríguez. «Lean en mis labios: no subiré los impuestos». Es un celebérrimo eslogan de Clinton en las elecciones de 1993, salido en realidad del magín de George Stephanopoulos, su director de campaña. Clinton dio pleno acceso a su cocina electoral al documentalista D. A. Pennebaker, que rodó una película hoy de culto: ‘The war room’. Significativamente es el mismo título que eligió Iván Redondo Bacaicoa para el excelente blog que durante un tiempo mantuvo en ‘Expansión’. Allí dejó muy claro su modo de actuar: «Primero meditar, luego analizar y después actuar». También hizo suya una cínica cita de Maquiavelo, que tal vez explique la elástica relación del sanchismo con la verdad: «La promesa dada es una necesidad del pasado. Por el contrario, la palabra rota es una necesidad del presente».

Redondo, casado con una consultora y sin hijos, es el vástago de una cocinera y un mecánico marino de San Sebastián. Estudió Humanidades y Comunicación en Deusto y se trata de un estajanovista sin reloj, discreto, apegado a los ternos grises, cuyo único rasgo de coquetería fue repoblarse el cráneo. Completa su imagen su inseparable mochila con una banderita española. Estudioso de los mecanismos del poder, ha impartido clases universitarias sobre la materia. Su receta es orden, unidad interna y método. Le interesan el ajedrez y las series estadounidenses de intriga política. No tiene a gala una ideología nítida –continúa sin carnet del PSOE –y cree que vivimos en la era de la «política líquida». Antes de topar con Sánchez en su travesía del desierto y guiarlo en una espectacular operación retorno que acabó en La Moncloa, Redondo puso sus neuronas al servicio del PP. Fue asesor a sueldo de Basagoiti, Albiol y José Antonio Monago. Arrastra fama de ‘abducir’ a sus jefes con su influjo. Con Sánchez está repitiendo lo que ensayó por primera vez en Extremadura entre 2012 y 2015, durante la presidencia de Monago, cuando se convirtió además en una suerte de todopoderoso consejero sin cartera.

Enorme ascendiente

Se define como un «humilde asesor», pero controla el gabinete del presidente, la Oficina Económica, la comunicación y hasta una Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País. En La Moncloa ocupa significativamente el despacho que un día tuvo como inquilino a Alfonso Guerra. Es el más cercano al de Sánchez –a solo un minuto–, y posee enorme ascendencia sobre el presidente.

Su adversario en esta campaña, Miguel Ángel Rodríguez (MAR), cursó Filología Hispánica, pero pronto se pasó al periodismo local, antesala de su temprano salto a la política de la mano de Aznar: con solo 23 años ya era su portavoz en el Gobierno de Castilla y León; a los 25, director de comunicación del PP, y enseguida, secretario de Estado de Comunicación y portavoz oficioso del Ejecutivo. Pero en 1998 el inventor del famoso «¡váyase, señor González!» se apeó de la política. Asumió la presidencia de la agencia de marketing Carat España. Después, iniciativas empresariales de todo tipo, con las que se ha acumulado un importante patrimonio (5,7 millones de euros según su declaración), e incluso seis novelas publicadas. También una vertiente de tertuliano televisivo, con voz de tiple y un particular humor, siempre dispuesto a no dejar a nadie indiferente.

Isabel Díaz Ayuso junto a su asesor Miguel Ángel Rodríguez (MAR) el día que se produjo la moción en MurciaJAIME GARCÍA

«No entrar en la trampa»

MAR retornó a la política tras 21 años fuera para asesorar a Ayuso en su campaña de 2019. Ahora se ha convertido en su jefe de gabinete. Llega muy temprano a Sol cada día desde su casa de Majadahonda y de su mente han salido algunas de las frases de más pegada de la presidenta. Le pregunto por los factores que han decantado estas elecciones: «Ha habido dos claves en esta campaña. Disolver, en vez de dejarse arrebatar el Gobierno en los despachos. Y no entrar en la trampa que convertía la campaña en un ‘democracia o fascismo’. La presidenta dio orden tajante de que nadie lo citara».

¿Ha notado grandes diferencias Rodríguez respecto a su exitosa campaña con Aznar en 1996? «Nunca en mi vida he visto tanto cariño a un político. Cuando vi que pasaba el ‘Ayusobús’ por la calle y la gente aplaudía pedí que me pincharan para saber que estaba vivo y despierto», responde un tanto hiperbólico. El éxito de su diseño con Ayuso radica en su apelación a la libertad y en que la convirtió en una líder que durante largos y duros meses se enfrentó directamente con Sánchez. El error de Redondo ha sido el inverso: convertir a Sánchez en referente de la campaña madrileña, cuando era un líder desgastado por su errática gestión de la pandemia y la crisis económica.

Redondo sale tocado de esta campaña, donde arrebató el timón al comité electoral que dirigía Ábalos y al comité de Estrategia de Adriana Lastra y donde mudó demasiadas veces la imagen de Gabilondo. El PP ha encontrado en la implosión de Ciudadanos la posible llave para abrir La Moncloa. El aleteo de una mariposa en Murcia acabó estallando en Madrid y ha mudado la faz de la política española.