ABC El rastro de sangre de los etarras acercados por Sánchez al País Vasco
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Tres barrios y una herida: «Los de la ETA eran unos cabrones»

Donde mató la banda terrorista sobreviven el dolor y la angustia sembrados a base de bombas. ABC va a tres puntos de Madrid donde asesinaron los mismos que ahora acercan al País Vasco

Enrique Delgado SanzDavid Conde

«El triángulo»

El comandante Villalobos y Conchita son vecinos y, en ambos casos, ETA se ha cruzado en su camino dos veces. Viven en la misma manzana de un barrio de Madrid a orillas del Manzanares, que durante los años del plomo fue conocido como «El triángulo». La banda terrorista lo tenía en el objetivo. Él es militar y ella, mujer e hija de uniformados. Quizá no se conozcan personalmente pero ambos recuerdan con nitidez la segunda vez que el horror se cruzó en su vida. Fue en el mismo lugar, bajo su edificio, el 21 de enero del año 2000. Aquel día los etarras asesinaron al teniente coronel Pedro Antonio Blanco* a primera hora de la mañana.

«Justo 20 minutos antes estábamos él, mi mujer y yo hablando a través de las ventanas de mi casa. Su mujer era muy amiga de la mía y todos los días cuando nos íbamos a trabajar, coincidíamos y hablábamos. Estuvimos hablando justo enfrente del coche que explosionó», rememora Rafael Villalobos. En ese lugar, que está en la intersección entre la calle de la Virgen del Puerto y la de la Pizarra, se para Conchita nada más salir del portal. Ella tampoco lo olvida. «Era una época en la que todo el mundo que bajaba a la calle miraba debajo de los coches», relata esta mujer, cuyo edificio quedó dañado por la deflagración. Esa fue la segunda vez que ETA se cruzó en su vida. La primera fue años antes, en su Zaragoza natal: «He vivido tantísimas cosas… ¿sabes la famosa casa cuartel de Zaragoza? Aquello fue horroroso. Lo recuerdo como un mal sueño. Partió la casa por la mitad y veías trocitos de niños colgando por las ventanas».

La primera vez que el comandante Villalobos sufrió a los terroristas, le arrancaron las dos piernas. El militar es una de esas personas que sabe qué se te pasa por la cabeza cuando una bomba te explota bajo el asiento del coche: «Pensé, joder, me ha tocado». Aquello fue en 1991, el mismo día que también atacaron a Irene Villa y a su madre y al teniente Carballar. Tres atentados en Madrid en un día, algo impensable hoy aunque real hace no tantos años. El comandante salvó la vida, pero admite la dificultad que tiene consolar a alguien cuando los terroristas le han robado a un ser querido. Lo tuvo que vivir con el asesinato de su colega nueve años después: «Es muy diferente que tú sobrevivas en un atentado a que en un atentado muera alguien de tu familia o amigos tuyos».

«Todavía recuerdo aquel día con terror. Estaba a unos 50 metros»

Manolo, al contrario que el comandante o Conchita, no está relacionado con el Ejército. Tampoco conocía al teniente coronel asesinado, aunque el atentado le pilló muy cerca. Al pasar por el lugar veinte años después se rompe: «Todavía recuerdo aquel día con terror. Estaba a unos 50 metros». Añade que sentir una bomba es algo «que te desequilibra todo el cuerpo» y espera que no vuelva a ocurrir nada parecido en la historia de España: «Es muy duro». También puede dar fe Mara García. Recuerda cómo sus padres bajaron corriendo a ver qué había pasado. Ahora, aquella mujer recién casada ya peina canas y no ha olvidado el miedo que pasó siendo niña, cuando su padre, militar, pasaba largas temporadas fuera de casa destinado en el País Vasco . «En el colegio decía que era funcionario. No me podía sentir orgullosa de él porque no sabías con quién estaba hablando», lamenta esta mujer, que no comprende cómo el Gobierno abre la mano con los acercamientos de presos etarras cuando generaciones enteras han quedado marcadas por el terrorismo de la banda.

El comandante Villalobos - J. R. Ladra
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«¿Pues qué crees que me va a parecer esto a mí?», pregunta indignada Conchita al ser preguntada. El comandante Villalobos, por su parte, se muestra tajante. «Cuando al Gobierno, por cuestiones políticas, le interesa acercar a los presos para que salgan los Presupuestos o las votaciones del partido que representa a los etarras y que está en el Parlamento, si les interesa que voten favorablemente, les tiene que hacer concesiones. Lo único que nos queda a las víctimas es protestar y decir que eso no está bien», se resigna el militar, cuyo atentado está todavía sin esclarecer. No sabe quién le puso una bomba lapa bajo el coche. Pese a ello, no se deja llevar en ningún momento por la rabia, como sí hace otro vecino de su manzana, que prefiere no dar su nombre, pero que tampoco oculta la rabia. Quizá por lo primero se atreve a verbalizar lo segundo: «Los de la ETA eran unos cabrones».

*Iván Apaolaza Sancho fue el etarra condenado por el asesinato del teniente coronel Blanco. Recientemente fue trasladado por el Gobierno desde Granada a la cárcel de Logroño.

Plaza de la República Dominicana

«Yo entiendo que quieran acercarse, pero los que están muertos no se acercan». Cayetana lo tiene claro. Pasea justo por delante de una tienda de reparación de móviles en una de las cuatro esquinas de la plaza de la República Dominicana de la capital. Allí, el 14 de julio de 1986, ETA voló por los aires un autobús de la Guardia Civil y mató a doce agentes*. Y la tienda de reparaciones era una peletería que también quedó arrasada, como el espíritu de todos los que se toparon con la devastación. Cayetana todavía lo tiene presente. Y llora. «Para mí fue muy fuerte. No es lo mismo verlo en televisión que en directo», expresa esta señora que, sin rodeos, confirma que aquel día llegó a ver cómo chavales muy jóvenes estaban ardiendo en la calle.

«Son cosas que no se deberían olvidar para que no vuelva a pasar»

Eusebio Verde también lo presenció. Su casa da a la plaza, justo desde la esquina contraria al lugar de la deflagración. Recuerda perfectamente el desconcierto inicial. «Yo estaba en la cama y la explosión me levantó un palmo. A mi señora, que estaba en el servicio, lo mismo», resuelve este hombre, cuya familia tenía una floristería en el lugar y que, como la peletería del otro córner, sufrió importantes daños. Hoy ya no quedan bares ni negocios de los de antes en esta plaza. Con ellos se fue parte de la memoria del lugar donde ETA perpetró uno de sus peores atentados. Aunque quizá aquellos jóvenes que no saben quién es Miguel Ángel Blanco, tampoco reparen en ello cuando pasan por allí.

«Son cosas que no se deberían de olvidar para que no vuelvan a pasar. No digo que haya que tener un rencor para toda la vida, con eso no se soluciona nada, pero sí hay que saber que eso pasó para que no vuelva a pasar», insiste Cayetana.

*Antonio Troitiño fue condenado como autor de la matanza de la plaza de la República Dominicana. Fue acercado por el Gobierno desde la cárcel madrileña de Estremera a la de Soria.

Un polígono en Puente de Vallecas

Nadie piensa, cuando se levanta temprano para ir a trabajar a un polígono, que volverá a casa después de presenciar un atentado. Eso le pasó el 12 de junio de 1991 a Jesús Revilla. «Yo estaba justo trabajando en la oficina y escuché una explosión fuerte y seca: ¡Booooouuum! Y justo al salir escuchamos otro ruido en el techo que después supimos que fue el techo de la furgoneta, que había salido volando». En la calle, que hoy tiene un aspecto típico de un enclave industrial del extrarradio, Revilla y sus compañeros asistieron a «un panorama atroz». Él mismo lo describe: «Los dos policías estaban en el suelo en condiciones horribles, ya fallecidos, los coches estaban destrozados y todo estaba lleno de cascotes. Había también polvo y tierra».

En la pared de una de las naves, ubicadas en la calle San Toribio, todavía se aprecia cómo el boquete que provocó la deflagración tuvo que ser cubierto con nuevos ladrillos después de que Andrés Muñoz y Valentín Martín, dos agentes de los Tedax*, fueran asesinados al manipular un paquete bomba. «Enfrente había una empresa de transportes y trajeron un paquete para llevarlo a una dirección. Se ve que ellos, expertos, al ver el paquete sospecharon algo raro y entonces lo dejaron aquí en la acera y llamaron a la policía, que apareció minutos después con una furgoneta», cuenta Revilla, que ese día se dio cuenta de la «brutalidad» que es un atentado: «Te hace reflexionar de la barbarie que supuso ese atentado y todos los que hubo en ese momento».

«Tanto se habla de memoria histórica, de cosas de hace 80 años, que a veces hay tendencia a olvidar cosas de un pasado reciente que ha sido un desastre»

Al verlo con la perspectiva que dan los años, y aunque los crímenes de ETA le pillaron de pasada, Revilla sostiene que no se puede olvidar lo que hizo la banda terrorista, ni los mayores ni los jóvenes. «Tanto se habla de memoria histórica, de cosas de hace 80 años, que a veces hay tendencia a olvidar cosas de un pasado reciente que ha sido un desastre y al que no deberíamos volver», razona este trabajador, que antes de volver a la misma oficina donde hace 30 años lo vivió todo, deja un mensaje para una sociedad que a veces pasa página demasiado rápido: « La gente joven no debería olvidarlo y tendría que saber que en una época, en España se mataba. Y mucho».

*Itziar Alberdi y Juan Narváez Goñi fueron condenados por el asesinato de los dos agentes y han sido trasladados desde Madrid a la cárcel de Logroño, por decreto del Gobierno, recientemente.