La independencia era esto

Torra era el más independentista y el más exigente con sus compañeros y ahí le pusieron, nada menos que de presidente, para que hiciera lo que su amigo Puigdemont en la distancia no podía hacer. Lo primero que hizo al llegar a Palau, ya como presidente fue pedir las llaves del balcón que da a San Jaime (como haciéndose el que iba a proclamar algo) y preguntó por dónde se accedía al túnel secreto que usó para huir el consejero de Gobernación, Josep Dencàs , una vez Lluís Companys proclamó el Estado catalán. Hay una larga tradición de «tocata y fuga» en el independentismo catalán.

Y al final, la independencia era esto. Dos pancartas durante dos horas. Todo a sabiendas de lo que al final pasaría. Torra suplicándole al Supremo una sentencia condenatoria para poder marcharse con alguna épica sin tener que arriesgar nada.

El que lo tenía tan claro. El de las lecciones. El que opinaba que todos los demás eran unos cobardes y unos traidores. El que sabía lo que había de hacer se marcha por la puerta de atrás, con una inhabilitación pertinente pero de pacotilla. Una inhabilitación forzada, otro engaño del independentismo a su masa amontonada.

Torra encarna el momento en que el independentismo se encuentra: su final de trayecto, sin líderes válidos, sin rumbo cierto, todo pretendidamente simbólico e inequívocamente un fraude. Se va el que él sí que iba en serio, el que no le iba a temblar el pulso, el que lo volvería a hacer. Y aunque el Supremo le haya inhabilitado, lo verdaderamente significativo es que Torra ha basado su presidencia en no hacer absolutamente nada por lo que el Supremo pudiera verdaderamente castigarle. Nadie más súbdito de España que Don Quim . Ningún obediente más dilecto. Qué pedagógica es la cárcel.

El siguiente, que pase.