Cuando éramos felices
Ayer se cumplieron 10 años de la llegada de Artur Mas a la Generalitat. «Nada salió cómo esperaba», ha reconocido el expresidente, que provocó la mayor decadencia de Cataluña en siglos. Ésta es la crónica del esplendor que justo antes tuvo lugar. Unos años brillantes, increíblemente corruptos y extraordinariamente divertidos.
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Iniciar sesiónMi primer Fin de Año fuera de casa fue el de 1996. Aznar justo había ganado las elecciones y subió a Baqueira a esquiar, como el Rey, entre San Esteban y Año Nuevo. Yo hacía un año que había empezado a trabajar en ... La Vanguardia, y al enterarse el jefe de Política que iba a estar por la zona con unos amigos, me pidió que cubriera las primeras navidades blancas del nuevo presidente.
Josep Sánchez Llibre , a quien hasta entonces no había nunca saludado, y que era la mano derecha de Josep Antoni Duran i Lleida , me llamó para ofrecerme todas las facilidades cuando yo aún estaba buscando hotel cerca de la estación. Unió fue la mantequilla del pacto del Majestic y Duran ejercería aquellos días de embajador no sólo del presidente sino de los demás miembros del partido y del Gobierno que también acudieron a esquiar. Cuando las cosas funcionaban en Cataluña, cada cual sabía su papel y su negocio, y de los asuntos de los demás no se decía nada. Eran tiempos brillantes, increíblemente corruptos y extraordinariamente divertidos. Y por supuesto, si La Vanguardia decidía enviar a un joven corresponsal a cubrir lo que iba a ser la primera gran escenificación de Duran como enlace de la Generalitat con el Gobierno, Sánchez Llibre lo sabía mucho antes que el enviado.
Cuando llegué al Montarto, la sencilla habitación —sencilla dentro de lo que era aquel hotel— que yo me había reservado, se había convertido en una suite, y Sánchez me dijo que me esperaba en el hall. No volví a ver a mis amigos hasta que regresé a Barcelona. No tuve en ningún momento el menor margen para hacer nada que no hubiera planeado Sánchez. Josep Sánchez Llibre (Vilassar de Mar, 1949) era y es un tipo encantador y todo lo tiene siempre previsto. Llamé al periódico, le conté al jefe de Política el magnífico recibimiento, y lejos de extrañarle, me animó a que no me separara de Sánchez ni un minuto porque «él tiene toda la información que necesitas» y me preguntó haciéndose el sorprendido cómo lo había conocido. Al final de la estancia, el propio Sánchez me confesó que el jefe de Política era quien le había dado mi número.
Durante aquellos días, Duran apareció sólo de vez en cuando, me explicaba en tono de confidencia lo que había estado hablando con Aznar, y siempre era exactamente el tema sobre el que por la tarde el jefe de Política me pedía que escribiera.
Las botas de Duran
La mañana del día 27 quedamos pronto, a las 9, en el primer remonte de Baqueira, a escasos metros de mi hotel, donde curiosos y periodistas se amontonaban para ver llegar al Rey. El presidente Aznar accedía a la estación por Beret, porque hacía esquí de fondo. El Rey fue puntual y tuvo que esperar a su acompañante, que llegó con cinco minutos de retraso y visiblemente apurado.
«Te haces esperar más que una cabaretera», le espetó Don Juan Carlos. Sánchez Llibre y yo nos reímos con todos los presentes de la exclamación real. Duran llegó incluso más tarde que la cabaretera y con un invitado inesperado: Juan Costa , entonces secretario de Estado de Hacienda.
Enseguida Juan fue conmigo encantador. En los remontes de dos solíamos ir juntos y he de decir que en ningún momento intentó que le escribiera ningún «encargo». En una de las colas, mirando a Duran, que estaba junto a Sánchez un poco más adelantado, me dijo en voz baja y socarrona:
—Este Duran es un hijo de puta.
—Hombre, Juan…
—¿No te has fijado que nunca se desabrocha las botas en los remontes? Han de ser unas botas muy buenas, para que con lo bien que esquía, no le hagan daño todo el día apretadas.
Es verdad que en 1996 la tecnología punta no había llegado de un modo generalizado a las botas de esquí.
—Cuando lleguemos arriba, ¿por qué no le preguntas de dónde ha sacado estas botas? —me pidió Juan.
—Yo se le pregunto encantado, pero ¿por qué no se lo preguntas tú?
—Porque un secretario de Estado de Hacienda no puede ir preguntando por ahí. Depende de lo que te diga, ya veré qué hacemos.
Le hice la pregunta y Duran, muy orgulloso de lo suyo, contestó para que Juan le oyera, aunque estaba un poco apartado.
— Me las hace a mano un artesano de Viella. Si queréis esta tarde, después de comer, vamos.
Yo dije que quería ir y Juan deslizó que no le importaba acompañarnos. El artesano resultó ser un fenómeno, y enseguida nos convenció a todos de que era imposible que fuéramos felices sin sus botas. Yo escurrí el bulto como pude pero a mi reciente amigo le faltó tiempo para hacerse tomar las medidas de los pies y decidir el colorido. A la hora de cobrar, el maestro, con su simpatía, preguntó:
— ¿Con factura o sin factura?
Y Juan, serio y sin decir una palabra, buscó en su cartera y le entregó una tarjeta del secretario de Estado de Hacienda.
—Lo siento, señor secretario, de verdad que yo lo pago siempre todo. Le prometo que no volverá a pasar —intentaba disculparse el fabricante, entre sollozos y completamente pálido. Y abrumado por la situación, pronunció una frase de todos los tiempos:
—Créame, señor secretario. Yo esto sólo lo hago para el señor Duran y sus amigos más íntimos.
Sánchez y yo tuvimos que salir del taller porque no podíamos retener la carcajada. Juan aguantó el tipo, aunque a la salida no podía parar de troncharse. Y Duran, ya en la cena, cuando alguien recordó la anécdota, le dijo a Costa: «Ya ves que en Cataluña lo tengo todo controlado».
Aquel invierno empezó la era más próspera de la democracia española. Jordi Pujol confesó pasados veinte años que tenía cuentas opacas en el extranjero; Rodrigo Rato acabó en la cárcel; Macià Alavedra , otro de los artífices del pacto del Majestic, fue condenado por corrupción. Se suicidó Miguel Blesa , que justo en 1996 fue nombrado presidente del consejo de administración de Caja Madrid. Duran y Juan Costa han dejado la política y sólo Sánchez Llibre sobrevive con su habitual desenvoltura y buen humor y hoy es el presidente de Fomento, la principal organización empresarial catalana.
Pero el destino poco halagüeño de sus protagonistas no empaña la prosperidad de aquella época. A veces, cuando tratamos de que todo encaje en nuestro relato ideológico, negamos lo contradictorio. Y tan inútil, y absurdo, resulta discutir el crecimiento económico y la estabilidad política de aquel tiempo, como tratar de disimular que probablemente fue el más corrupto que jamás ha conocido España —que ya es conocer—. Pagar o no pagar el IVA de unas botas de esquí es naturalmente una tontería, pero la anécdota revela una manera de funcionar que fue la que absolutamente prevaleció en la mejor Cataluña que ha existido desde 1975 hasta hoy.
Corrupción y éxito
El catalanismo era la coartada y la contraseña era la ganancia. Tan cierto es que muchas cosas se amañaban, como que todo el mundo que de verdad quería podía hacer negocio, siempre pasando por caja. Lo del 3 por ciento es un concepto pero las cifras solían ser más altas, aunque con la mentalidad catalana de procurar que cada parte ganara algo. Era un escándalo pero no una agonía. Era un clamoroso abuso de poder, pero la maquinaria funcionaba, Pujol mantenía el orden y la formalidad, y la Generalitat y el Estado realizaban con éxito las infraestructuras y llevaban a cabo con prudencia las progresivas reformas políticas.
Fue la era de más inversión, y mejor utilizada, del Gobierno en Cataluña. A instancias de Pujol, Aznar abolió el servicio militar obligatorio y desplegó el cuerpo de Mossos d’Esquadra. Por primera vez, la Generalitat pudo recaudar un porcentaje del IRPF. Jamás Aznar, mientras fue presidente, cuestionó la inmersión lingüística : ni en ninguna declaración ni en ninguna iniciativa.
En Cataluña, CiU jugaba a tensar la cuerda y a relajarla, para negociar con fuerza en Madrid pero sin que se alborotara el gallinero catalanista. Pujol modulaba un discurso que era a la vez victimista y europeísta, nacionalista y favorable a la gobernabilidad de España, populista para erigirse como el salvador de las esencias de la patria, y exigente con sus votantes para que no se dejaran llevar por la demagogia de Esquerra.
El sistema funcionaba, la sociedad funcionaba, lo que muchos sabían todos lo callaban y bajo el mantra de «fer país» se justificaban los mayores saqueos . Javier de la Rosa lo mismo «cuadraba» las campañas de Convergència que las exposiciones de la pintora Doris Malfeito, esposa de Macià Alavedra. La leyenda dice que Aznar apartó a Alejo Vidal-Quadras del liderazgo del PP catalán porque Pujol se lo pidió. Un día lo escribí y Aznar me negó que esta fuera su verdadera motivación, sin explicarme cuál fue, a pesar de las veces que llegué a preguntárselo. Aquella misma tarde, Javier de la Rosa me contó que Vidal-Quadras llevaba mucho tiempo despreciándole, insultándole, «tratándome poco menos que de gángster» y que tras quejarse varias veces a Jorge Fernández Díaz le hizo llegar a Aznar el mensaje de que si no fulminaba a su candidato, contaría las cantidades de dinero que había entregado al PP, tanto de Cataluña como al del conjunto de España. Cayó Alejo y Javier nunca dio ningún detalle.
La nostalgia de aquellos tiempos, por su prosperidad y alegría, es normal que muchos la tengamos, pero es falsear la realidad negar su parte de podredumbre y de farsa y la causa de que toda aquella bonanza acabara teniendo los pies de barro . En 2003, casi al final de la segunda legislatura de Aznar, Pujol había anunciado ya que no volvería a presentarse y Artur Mas afrontaba sus primeras elecciones como candidato a presidente de la Generalitat. Un jovencísimo David Madí (31) era su jefe de gabinete. Sánchez Llibre formaba parte del comité de campaña. Madí estaba quejoso de que en los mítines no había nunca chicas.
-¡Es que sólo tenemos «tietes»! Y si no están buenas, no cuentan como tías, sino como momias.
Y entonces Sánchez Llibre, en su habitual buen humor y con ganas de gustar al nuevo, dijo:
-Esto déjalo en mis manos, David, que en el próximo mitin yo te lo arreglo.
Y el siguiente mitin, que dio la casualidad que se celebraba en su pueblo, Vilassar, Josep tuvo la idea de pasar por un conocido burdel de carretera de la zona, y negociar un precio «mañanero» para que unas treinta chicas acudieran al mitin del candidato. Alquiló unas cuantas furgonetas e irrumpió en la plaza lleno de vida y contento capitaneando a las muchachas. Cuando David las vio, estuvo tentado de enfadarse con su compañero de campaña, montarle una escena y exigirle que se llevara inmediatamente a las señoritas. Pero algo por dentro le acabó conmoviendo, y llevándole a pensar que, a su manera, Sánchez era un genio. Habló con ellas, les dio las gracias por haber ido, las distribuyó entre la platea y les pidió que aunque no se lo supieran, movieran los labios cuando al final del acto todos cantaran «Els Segadors».
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