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Plan Mano Dura, la guerra sucia contra las «maras»

Un número indeterminado de jóvenes inocentes cumple condena en las cárceles de El Salvador por pertenecer a una pandilla, tener el cuerpo tatuado... Son arrestados sin motivo que lo justifique delante de sus familias, y éstas no pueden hacer nada

Aspecto de la prisión de Quezaltepeque, un lugar donde el hacinamiento y la suciedad se acumulan, como sucede en el módulo 3

Son las once de la noche en la colonia las Margaritas, una de las barriadas más violentas de San Salvador. «Marciano y fantasma por el pasaje uno, Lucky y Pérez por el dos, el resto cerramos la salida en la cancha», dice el sargento de policía Quevec, responsable de una unidad de fuerzas especiales contra pandillas, del departamento de Soyapango, en El Salvador. Sus hombres se preparan para una nueva redada; su objetivo, hacer el mayor número de capturas de pandilleros de la Mara Salvatrucha, una de las dos pandillas que operan en el país.

Un doble clic en la radio del agente Marciano es la señal que abre la operación. Al fondo del pasaje «uno» se encuentra un grupo de jóvenes sentados junto a la pared. Un perro ladra y pone en alerta a los jóvenes, que se dan a la fuga. «¡Alto, policía!», grita Marciano mientras los persigue. La redada dura treinta segundos y se cierra con un saldo de tres detenidos: dos chicos de diez y ocho años y una mujer de veinte. Los tres están tatuados. «¿Ve estos chicos?, tienen la espalda tatuada, probablemente pertenecen a la Mara Salvatrucha, vamos a proceder a detenerlos y a ponerlos a disposición de la fiscalía», afirma el sargento Quevec.

La redada responde al Plan Mano Dura, que el Gobierno de El Salvador ha planteado como solución para combatir la violencia de las pandillas. («maras»). Un programa que se fundamenta en una ley declarada inconstitucional y acusada, a nivel internacional, de violar los derechos fundamentales, pero que tiene como objetivo poner fin a una guerra abierta entre las dos bandas que actúan en el país: la Salvatrucha y la 18, que ya ha dejado un elevado número de muertos.

«Es ineficaz y viola los derechos fundamentales de las personas». Esta es la postura mayoritaria de organismos oficiales, políticos, ciudadanos de a pie y una larga lista de ONG cuando se les pregunta sobre el Plan. María Santacruz, socióloga del Instituto Universitario de la Opinión Pública no duda en afirmar que el Plan Mano Dura responde a «unos intereses electoralistas y claramente populistas, ya que en ningún momento se tienen en cuenta los problemas estructurales que dan origen al fenómeno de la violencia en las pandillas».

Los expertos que trabajan en programas de juventud y prevención avisan de que las repercusiones futuras de esta política son impredecibles, ya que la mayoría de los jóvenes provienen de comunas marginales y por lo general de familias rotas por la guerra, la droga o el alcohol. Seguir «una política que sólo se centra en la represión fundada en una ley mal hecha se muestra más como una medida populista que como una verdadera solución que busque una alternativa a estos chicos y chicas».

Miedo y alarma social

Efectivamente, el nuevo planteamiento para enfrentarse al problema de las pandillas fue determinante en los resultados de las pasadas elecciones presidenciales, ya que el miedo hacia estos grupos, por la violencia y saña con que se emplean contra sus víctimas, ha levantado una gran alarma social. «Estos chicos no son angelitos, eso está claro, pero lo que también está claro es que se les está acusando de muchas cosas que ellos no han hecho», afirma María Santacruz. Esta idea no es sólo defendida por las ONG, sino que fuentes de la propia Policía, que prefieren mantenerse en secreto, la corroboran. La demonización de estos grupos ha llegado a tal extremo que el mero hecho de estar tatuado es motivo suficiente para ser detenido. «Es cierto que nosotros somos un problema social, que hemos hecho muchas cosas mal y que tenemos que pagar por ello, pero no por estar tatuado soy un asesino, ni un violador. Soy una persona como usted y tengo el mismo derecho que el resto de las personas a ser tratada con respeto», dice Dani, un pandillero de la mara Salvatrucha

Aunque los datos ponen en seria evidencia la efectividad del Plan Mano Dura (un estudio revela que menos del diez por ciento de las detenciones de pandilleros finalizan con sentencia condenatoria) y que la profesionalidad del mejor cuerpo de Policía de América Central se está poniendo en tela de juicio. La aplicación del Plan sigue defendiéndola el Gobierno.

La actual Administración, para frenar las críticas, tanto nacionales como internacionales, ha presentado ahora el Plan Mano Amiga, iniciativa que busca la rehabilitación de estos jóvenes, pero, como afirman varios expertos y diversas ONG, «son bonitas palabras sin soluciones reales, y mucho menos goza de la confianza de los pandilleros». «Un día llegan y te dicen que vienen a ayudarte, pero vienen a ayudarte como ellos quieren; dices bueno, te ayudan durante una semana, pero al día siguiente esos mismos agentes que querían ser tus amigos y ayudarte entran por la noche en tu casa, te golpean delante de tu familia y de tus hijos, te llevan medio desnudo sin haber hecho nada, para que luego aparezcas como un asesino y un violador por los canales de TV, y te suelten al cabo de tres días. ¿Es eso su mano amiga?», señala Carlos, un pandillero de la 18, que vive en la colonia de las Campaneras.

Imposible reinserción

Largas etapas de prisión preventiva en espera de juicio, hacinamiento, violencia: es la realidad a la que se enfrentan muchos jóvenes al ser detenidos por el Plan Mano Dura. «La calle es dura, pero en El Salvador la vida en el interior de las cárceles es aún peor», dice Fredy Bustamante, cooperante que trabaja desde hace cinco años en la rehabilitación de jóvenes pandilleros en las cárceles.

Las condiciones de vida de las prisiones en El Salvador son terroríficas. Con un sistema penitenciario en el que no existe una clasificación de reos, y en el que se fomenta aún más la no convivencia de las dos pandillas (existen prisiones para cada uno de los dos grupos), muchos de los chicos y chicas que entran a las cárceles en espera de juicio, a menudo siendo inocentes, acaban convirtiéndose, por las circunstancias que les rodean, en pandilleros y potenciales homicidas. «Muchos no tienen nada que ver con las pandillas, pero simplemente por estar tatuados se les arresta; otros sí pertenecen a una pandilla, pero no han cometido ningún delito. Esto es terrible, porque, ¿qué futuro se les brinda en este ambiente? Hablar en estas circunstancias de reinserción social es casi un imposible, y por lo general sucede lo contrario, se contagian de las actitudes de muchos otros que sí han de cumplir justamente sus penas», afirma un representante de confraternidad carcelaria.

Las ONG que trabajan con pandillas aseguran que si se continúa aplicando el Plan Mano Dura se volverá a perder otra generación, como sucedió con la guerra. «No es correcto decir que todo pandillero es un asesino. Eso es meter a todos los jóvenes que pertenecen a estas pandillas en el mismo saco. Les estás discriminando y persiguiendo y, en definitiva, les das más motivos para seguir en las maras. ¿Qué le vas a decir a un chico que se encuentra en prisión simplemente por estar tatuado? Que crea en el sistema? ¿Que empiece otra vida? ¿Que crea en una sociedad que lo ha catalogado de asesino por pertenecer a una pandilla? Esos chicos sólo quieren volver a la calle, agarrar un arma y seguir en la pandilla», asegura Fredy Bustamante.

Violación de derechos humanos

Varios organismos de Derechos Humanos vienen denunciando la situación en la que viven los pandilleros en las prisiones de El Salvador. La violación de derechos humanos en su interior es sistemática y la situación de indefensión frente a los abusos es total. «Con el Plan Mano Dura todo vale, nos meten en estos agujeros, nos golpean y nos dejan que nos muramos de tuberculosis como si fuéramos ratas. Algunos hemos cometidos errores que tenemos que pagar, pero muchos son inocentes, no han hecho nada, salvo tatuarse, pero como son pandilleros todo vale, damos votos. Yo sí he cometido errores muy grandes y sé que tengo que cumplir por ello, pero otro hermano de la pandilla, que en paz descanse, murió hace un par de semanas en esta celda por culpa del sida. Él era inocente. Pedimos que le dejaran morir en su casa con su familia, simplemente por piedad, o mejor por dignidad, pero dijeron que no, le dejaron morirse ahí solo, simplemente porque la opinión pública no hubiera visto con buenos ojos que dejaran morir con dignidad a un pandillero», nos dice Edgar, miembro de la 18 que cumple condena en la prisión de Chalatenango.

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