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Palomares, 50 años tras la verdad

El periodista Rafael Moreno desvela en un libro las claves del accidente nuclear

Manuel Fraga y el embajador de Estados Unidos, durante el baño en Palomares en 1966 EFE

RAFAEL MORENO IZQUIERDO

«Por lo que respecta a las condiciones de fertilidad y seguridad de las tierras en cuestión a que se contrae éste escrito, en el momento actual, poseen las mismas que se estima podrían tener antes del día 17 de enero del corriente año y que tal tierra debe ser devuelta en este instante a sus propietarios para que se hagan uso normal de ella». Así reza textualmente en los 856 certificados oficiales firmados por autoridades civiles y militares estadounidenses y españolas y entregados en 1966 a otros tantos propietarios de tierras en Palomares.

El accidente nuclear más grave de la Guerra Fría quedaba zanjado. O al menos eso quisieron hacernos creer. Lo cierto es hoy, 50 años después de que se estrellaran sobre esa población almeriense un superbombardero B-52 y un avión cisterna KC-135, tenemos la certeza de que aquella afirmación no era cierta. Exactamente queda cerca de medio kilo de plutonio , según la conferencia pronunciada por Carlos Sancho, máximo responsable del CIEMAT en el caso de Palomares, en un congreso internacional en Fukushima (Japón).

En dicha intervención también revela otros secretos como, por ejemplo, que un total de 119 personas han dado positivo a la contaminación por plutonio aunque, según la versión oficial, ninguna de ellas haya sufrido o desarrollado problemas de salud.Los documentos desclasificados por EE.UU. (sorprendentemente ninguno por parte española) muestran dudas sobre la eficacia del programa de supervisión y seguimiento ambiental y médico -conocido como Proyecto Indalo- hasta el extremo que Estados Unidos cancela en 2010 la financiación que aportaban (nunca más del 25 % del coste total). Por ejemplo, algunos informes señalan que se acumularon más de un año de muestras sin ser evaluadas por encontrarse rotos o inservibles los equipos, ante la pasividad de las autoridades españolas.

Segunda limpieza

La llegada de Juan Antonio Rubio a la dirección del CIEMAT durante la presidencia de Rodríguez Zapatero representa un punto de inflexión. En palabras de los propios estadounidenses, «pone patas arriba» la organización y replantea el Programa Indalo . Consigue convencer a Washington de que apoye la ejecución de un mapa radiológico definitivo que defina con exactitud la gravedad del problema. Sancho y su equipo lo concluyen en 2009 y no solo definen la extensión de la contaminación y la necesidad de una «segunda» limpieza de Palomares sino que, al mismo tiempo, diseñan una sistema para reducir al mínimo los residuos radioactivos. Sin embargo, su ejecución sigue siendo hoy una asignatura pendiente.

En octubre pasado, el Gobierno Rajoy logra que la Administración Obama se comprometa formalmente a llevarse los residuos generados en una «segunda» limpieza -que se enterrarían en el desierto de Nevada-, lo que abre la puerta a resolver definitivamente el suceso. Aún así, queda por aclarar cuándo se concluirá -algunos hablan de que hasta cinco años- , cuál será su coste y quién lo pagara.

Es evidente que las consecuencias del accidente de 1966 siguen grabadas hoy en la memoria de muchos de los lugareños de la zona. La Guerra Fría no tiene una lista oficial de veteranos y víctimas pero si alguien, en algún lugar del mundo y en algún momento, construyera un muro de piedra para honrarlos, habría que esculpir en él todos los nombres de los habitantes de Palomares: los de entonces y los de hoy.

Los baños de Fraga

El episodio más famoso del accidente de Palomares es el baño del entonces ministro de Turismo Manuel Fraga con el embajador de EE.UU. Angier Biddle Duke. Ahora sabemos más sobre ese icono gráfico. Primero, que la idea no fue Fraga sino de la esposa de Duke , Robin Chadler Lynn, que había trabajado en el departamento de marketing de Pepsi. Y, segundo, que de acuerdo con un consejero del embajador estadounidense, aunque Fraga aceptara la idea, en realidad no tenía ninguna intención de protagonizar el happening político con el estadounidense ya que no coordinó ni la hora ni el lugar. Por ello, Duke se bañó en solitario cerca del Parador Nacional de Turismo y luego tuvo que volverse a bañar por segunda vez con Fraga en la playa de Quitapellejos. Como no tenía bañador, se vio obligado a pedir uno prestado a un buzo de la Navy que se encontraba en los alrededores.

Para que la operación de relaciones pública saliera redonda, Fraga se llevó al entonces máximo responsable informativo de la Agencia EFE, Carlos Mendo, quien escribió el relato oficial del evento: «La jornada de Palomares ha servido para (confirmar) de forma inequívoca que, si hay algunos rayos peligrosos en la provincia de Almería son los solares y no los alfa. C.M.», concluía la crónica publicada al día siguiente en ABC.

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