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Los palestinos pierden en la Intifada de Al Aqsa

La Intifada de Al Aqsa se ha vuelto en contra de Yaser Arafat y de los palestinos. Presionado desde fuera (por Estados Unidos y la Unión Europea), desde dentro (por nacionalistas e islamistas) y, por supuesto, desde Israel, el jefe de la ANP vive sus días más negros desde su regreso a los territorios ocupados en 1994. Lo malo, que lo peor puede estar aún por llegar.

El primer ministro belga, Guy Verhofstadt, junto a Ariel Sharón, durante la reunión que mantuvieron ayer en Jerusalén. Reuters

Han pasado ya cerca de catorce meses desde aquel fatídico paseo de Ariel Sharón por la Explanada de las Mezquitas. Entonces, los palestinos, en una jugada calculada por la ANP desde antes de aquella gratuita provocación, lanzaron la Intifada de Al Aqsa y pusieron de nuevo su causa y la injusticia de la perenne ocupación hebrea en el mapamundi geopolítico. Aquel fue su principal éxito: lograr que la comunidad internacional, aburrida ya del eterno conflicto y su imposible solución, mirara de nuevo de frente a los territorios palestinos. Piedras contra tanques; niños contra soldados pertrechados; la independencia palestina como bandera... Las primeras consecuencias del levantamiento, entonces sí popular, fueron rentables para Yaser Arafat y sus huestes. El paso inexorable del tiempo y los errores de bulto de la dirección palestina se han encargado de devolver a esta sufrida población a su triste sino desde hace más de cinco décadas.

CAÍDA EN PICADO La popularidad de Yaser Arafat ha caído en picado en los últimos meses, por no hablar de años. Si tras los acuerdos de Oslo en 1993, el 75 por ciento de los palestinos apoyaba a su «rais», en julio pasado ese respaldo sólo alcanzaba el 46 por ciento mientras que hoy en día, la cifra apenas se acerca al 33 por ciento.Todo lo contrario sucede con los islamistas, con Hamas en especial. Como prueba, las recientes elecciones celebradas en la Universidad de Al Najah, en Nablus, en las que Hamas se impuso con el 60 por ciento de los votos frente a un 34 por ciento de Al Fatah, el partido de Arafat. Según las encuestas más recientes, la población palestina ha multiplicado por tres su apoyo a los fundamentalistas desde julio a noviembre (ha pasado del 9 al 27 por ciento), mientras que un 46 por ciento de los preguntados se dice favorable a la creación de un Estado islámico.Nunca Hamas ni el Yihad Islámico han dicho ambicionar el poder. Hoy ya no es así, como explica Ziad Abu Amr, miembro del Consejo Legislativo palestino, quien reconoce que los islamistas «parecen cada día más dispuestos a tomar ese poder».La rebelión en contra de las detenciones realizadas por las fuerzas de seguridad de Arafat entre los líderes de Hamas y del Yihad Islámico no se ha quedado en las filas islamistas. Las fuerzas nacionalistas, incluidos Al Fatah y por supuesto el FPLP, se han sumado a las manifestaciones de Gaza, Belén o Jenín, la última esta pasada semana por el arresto del jefe militar del Yihad en Jenín, Mohamed Tawalbeh.El alto el fuego decretado por Arafat no es comprendido por gran parte de su opinión pública. Sin embargo, muchos de los principales asesores o «segundos» del «rais» le exigen mayor compromiso con el proceso de paz. Es el caso, por ejemplo, de Abu Mazen, Mohamed Dahlan, Jibril Rajoub o Hassán Asfour. Todos ellos parecen convencidos de que en las actuales circunstancias la Intifada, que ha supuesto un imparable crecimiento de la pobreza, el paro, la frustración y la desesperanza en los sitiados territorios, no lleva a los palestinos a ninguna parte.Ese bloque más pragmático, en el que se fija Israel para insistir en su estrategia de derrocar a Arafat (el «rais» ha reforzado su seguridad personal tanto por las amenazas israelíes como por las temidas desde dentro) y quebrar a la ANP, considera errores fundamentales no haber presentado una alternativa política a Camp David, donde se fue más lejos que nunca desde el punto de vista israelí pero no lo suficiente desde el palestino, y haber convertido la Intifada en una lucha militar.«No estamos perdiendo en la Intifada», niega sin embargo Saeb Erekat. «No aceptamos la ocupación israelí, queremos nuestra libertad e independencia; ese es el mensaje que queríamos transmitir con la Intifada y lo hemos conseguido», señala el jefe negociador palestino quien no esconde cierta preocupación  por el hastío de la calle palestina hacia la situación interna: «Los palestinos no oyen por los oídos de Arafat, ni ven por sus ojos, ni hablan con su lengua. Ellos saben muy bien lo que pasa».

SITUACIÓN DE DEBILIDAD Y lo que pasa es que EE.UU. y la UE presionan y de qué forma para que se ponga fin por la fuerza a la violencia. Arafat debe actuar contra los activistas de Hamas, del Yihad, del Tanzim o del FPLP. Pero si lo hace como le piden que lo haga su calle se levantará en su contra. Su situación de debilidad no la espanta siquiera el hecho de que por vez primera un inquilino de la Casa Blanca, George W. Bush, hablara desde la tribuna de la ONU de «Palestina». Poco consuelo para quienes se rebelan al ver cómo se suman a las organizaciones palestinas en la lista de grupos terroristas. «Resistimos contra la ocupación», insisten en apuntar mientras ni siquiera celebran, apenas lo hicieron unos miles, el XIII aniversario de la proclamación en Argel, el 15 de noviembre de 1988, de la independencia palestina. Entonces, Arafat era un mito en todo su esplendor. Hoy, parece marchito.

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