ABC ABC, en el epicentro de la inmigración irregular
Suscríbete

«No volvería a ese viaje en cayuco ni aunque me pagaran millones»

Muchos inmigrantes llegaron a España en la oleada de 2006. Muchos fueron devueltos, pero no volverían

Laura L. CaroIgnacio Gil

«Cuatro años trabajando y ni papeles. No vale para nada»

Hay miembros de esa gran familia de los desheredados de la Tierra, que decía Ryszard Kapuscisnki, que trasladan un coraje sobrehumano. Otros rabia. Hay algunos que emiten una tristeza cósmica que se agarra a la garganta y te hace tragar saliva al mismo ritmo que ellos aciertan o no a ir pronunciando palabras quedas. Su historia se queda en suspensión como un lamento y da sonrojo hasta escribir notas en el cuaderno delante de su drama. Uno de ellos es Moussa Darria, el maliense que nos oye hablar en castellano junto a un muro desconchado del puerto de Nuadibú y se echa mano a la cartera desguazada de tanto uso para mostrarnos los documentos de su paso por España. Fue en 2006, cuando la oleada de cayucos, y le devolvieron en 2010. No le sirvió de nada, así lo narra, haberse sacado un diploma en castellano, el empadronamiento, un contrato, ahí están las tarjetas que nos enseña. La de La Caixa, la que aparece en la foto sobre estas líneas, está comida por el salitre. Debe ser que nunca se la quita de encima. Tampoco la cartilla de salud de la Generalitat Valenciana, donde ya ha desaparecido hasta su nombre, ni la de Comisiones Obreras. Las lleva consigo como testimonio de lo que fue, a pesar de que todo salió mal y reniega de haber malgastado vida en una aventura frustrada. «Cuatro años trabajando y no tengo ni papeles ni nada. No vale para nada». No sirvió de nada.

Procedente de Mali, Moussa Diarra alcanzó Gran Canaria en Cayuco con otros 55 hombresI. Gil

En su cayuco viajaron en total 55 hombres, tres días de mar en los que el motor no dio problemas y el GPS tampoco hasta que arribaron a Las Palmas. De Ahí a Valencia, a cosechar naranjas, a Barcelona, a la fruta, a Lérida, a Albacete, donde le interceptaron y por estancia irregular le mandaron en un vuelo de regreso a Mauritania. Entonces, aclara, no tenía familia. Pero ahora tiene tres hijos –«dos niñas y un chiquitín»– con su esposa mauritana. El detalle no es pequeño, ese matrimonio impide que le devuelvan a la casilla de salida, al avispero en guerra de Mali, le permite quedarse en este país de pesca abundante donde se gana la vida y tiene a mano los cayucos que apuntan a Canarias. Aunque ni se le ocurre. Silencio. Moussa se marcha bajando la mirada y sacudiéndose la cabeza, a ver si se saca la pena.

«No volvería a ese viaje en cayuco ni aunque me pagaran millones»

Recuerda Hassan que después de llegar en cayuco en febrero de 2006 a Maspalomas (Gran Canaria), estar un mes en el centro de internamiento de Fuerteventura y ser llevado a Madrid, fue a Andalucía, Murcia, Valencia y acabó trabajando en la pesca gallega acogido «por una familia que me trataba de maravilla». Le hicieron una entrevista en 2009 en «La Voz de Galicia» que nos invita a buscar. En ella decía anhelante que su idea era «quedarme aquí hasta la muerte». «No me faltaba de nada», se sonríe haciendo repaso en una esquina del puerto de Nuadibú. Pero el buen sentimiento se le agrieta y se le entrecorta la voz al narrar que fue su mismo patrón, con el que fue a faenar al Atlántico, el que le animó a bajar del barco en una parada en puerto en Mauritania para que se renovara la documentación. Y allí le dejó tirado.

La amargura, porque además le dejó un buen dinero a deber, le empaña las vivencias y se le vienen a la cabeza las «calamidades». Lo pronuncia en castellano. A saber, la falta de trabajo la mayor parte del tiempo y la pesadilla de la travesía. A los que han pasado por ella –días con sus noches, cuando el agua parece una colada de acero a punto de tragarte– les cuesta verbalizar. Poner palabras al pánico. «Arriesgar la vida no es normal. Si me pagan millones no volvería a ese viaje en cayuco, y eso que soy un marinero», zanja. En Nuadibú, donde vive, han tratado de captarle las mafias que fletan los barcos. En vez de eso, él les denuncia. Le preocupa que otros, como le ocurrió a él, caigan en el ensueño ficticio de creer que en España se lo van a encontrar todo resuelto, «cuando hay que trabajar, y muy duro», advierte. Aunque por lo que lamenta, tampoco le hacen mucho caso.

«Hay que decir a la gente de aquí que no es verdad, es un cuento de los traficantes para ganar dinero ellos... y la mar no es el camino. Que nadie –repite– coja el camino de la mar».