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Análisis

«Mucho compromisario no dice la verdad»

Los recuentos oficiosos de compromisarios afines a las dos candidaturas son una entelequia

Soraya Sánez de Santamaría y Pablo Casado durante una cena del Grupo Popular celebrada hace unas semanas EFE
Manuel Marín

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Hoy comienza el congreso del PP más relevante en décadas para dirimir la sucesión de Mariano Rajoy y modelar un futuro de partido que será muy diferente en función de quién lo gane. La única certeza es que ya quedará muy poco del PP diseñado por Rajoy durante catorce años, y que con Pablo Casado retomaría una senda liberal y neoconservadora, frente a la tesis centrista-liberal y posibilista que adoptaría con Soraya Sáenz de Santamaría. Y todo ello, bajo un manto de absoluta incertidumbre sobre lo que pueda ocurrir con el reparto definitivo de los votos de los 3.082 compromisarios que votarán mañana al mediodía.

Nadie apuesta porque algunos cálculos factibles apuntan a una diferencia entre ambos candidatos de apenas un centenar votos . Además, esa incertidumbre crece en la medida en que aún se calculan entre 300 y 400 compromisarios indecisos y silenciosos que no optarán hasta última hora, después de observar las negociaciones in situ durante el Congreso y de haber escuchado a Mariano Rajoy.

Los compromisarios «mentirosos»

Los recuentos oficiosos de compromisarios afines a las dos candidaturas son una entelequia. Primero, porque no cuadra que Casado y Sáenz de Santamaría se atribuyan más del 60 por ciento . Y segundo, porque los «controles estrictos» del censo, las presiones de dirigentes con capacidad de influencia sobre los delegados, la fortaleza invisible del aparato, y las pugnas de egos hacen que todo el proceso sea incierto. «Sabemos a ciencia cierta que hay compromisarios que dicen a quien les pregunta lo que quieren oír. Y sabemos que los hay que no dicen la verdad. Y sabemos que los hay obedientes con ánimo de votar casi en bloque en su provincia, y sabemos que hay quien no ha abierto la boca por miedo».

Por eso, a priori, no pueden ser válidas ni las «cuentas de la vieja» que, según Santamaría, hace Casado; ni la presunción del triunfo «claro» de Santamaría que se atribuye su equipo, cuando no cesa de ofrecer un pacto por la unidad antes de la votación como síntoma de «inseguridad» , como arguyen los colaboradores de Casado. Objetivamente, el PP vivirá la épica de una votación a ciegas en la que es imposible calcular qué compromisario anónimo ha mentido.

Sin solución para una lista de unidad

Llegados a este punto de crudeza en el enfrentamiento entre los dos candidatos, con vídeos y acusaciones destructivas de por medio, nada apunta a un acuerdo de última hora para cerrar una lista de unidad. El PP se ha abierto a sí mismo en canal con unas primarias mixtas que, más allá de ser un instrumento de democracia interna frente a la imposición de los clásicos «dedazos», han fracturado al partido desorientando al militante y confundiendo al votante. Había muertos, fantasmas y odios en los armarios del PP. Más parece hoy que Rajoy o José María Aznar hayan sido un lastre para el partido, y no los presidentes que lo condujeron a amplias mayorías absolutas. La herida estaba a medio suturar y oculta bajo un esparadrapo. Pero hay infección, relaciones tóxicas y amistades rotas que solo era ocultada por la argamasa del poder. Cualquier indicio de adaptación del perdedor a la estructura del ganador solo podrá ser factible al concluir el congreso. No antes.

La percepción mediática frente a la realidad

A menudo los análisis políticos se basan en percepciones ambientales. En intuiciones generadas por un efecto simpatía, o de éxitos mediáticos o de activación de eslóganes biensonantes. Y estos análisis atribuyen ganadores o perdedores sin tener en cuenta la crudeza real de los números. Le ocurrió a Bono en su derrota con Rodríguez Zapatero . También a Carme Chacón frente a Pérez Rubalcaba. Y a Susana Díaz frente a Pedro Sánchez, todos ellos en el PSOE. Incluso en Podemos, Vistalegre 2 se iba a convertir en la plataforma que convertiría a Íñigo Errejón en el futuro líder… pero fue arrasado por Pablo Iglesias.

Es cierto que Pablo Casado goza hoy de una mejor percepción pública en el seno del partido de la que tenía al inicio de estas primarias tan alambicadas. Y es cierto que esa cierta sensación pública de remontada favorece mucho su imagen en muchos medios. De igual forma, se ha extendido la tesis de que Sáenz de Santamaría hizo un final de campaña estancado y sin aparente evolución. Incluso, en aparente inferioridad de visibilidad respecto a su rival. Pero ya hay muchos antecedentes en estos procesos en los que la votación real choca con esa atmósfera ilusoria. Por eso llama la atención una expresión común pronunciada por algunos compromisarios a ABC: «Nada es de fiar. Nadie se fía de nadie». El voto en un ambiente de desconfianza interna augura un largo trecho para que el PP resuelva sus problemas.

El rumbo ideológico

La primera clave será el liderazgo. Pero la segunda, de la que apenas se ha hablado salvo para que los candidatos se hayan denostado puntualmente, serán el rumbo ideológico que adopte el PP, la estrategia de oposición y, sobre todo, cómo recuperar a los tres millones de votantes huidos del PP por la corrupción, la irrupción de Ciudadanos, algunos errores políticos de peso, la falta de empatía con buena parte del centro-derecha, y la renuncia a valores clásicos de la derecha. Y por lo analizado en esta campaña, las ideas de Casado no concuerdan con las de Santamaría. La fractura por el liderazgo se extenderá a la pugna por el modelo de partido. Pero eso ocurrirá ya en otoño.

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