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«MOBBY DICK», AL ALCANCE DEL ARPÓN

Rodrigo Rato abrió el año político con un paso adelante. En una entrevista con el director de ABC publicada el día antes de Reyes, el vicepresidente económico decía que «aceptar la Presidencia del Gobierno es una gran decisión; un «Mobby Dick», una ballena blanca». Su ... predisposición animó a los demás candidatos a asegurar que también estaban listos, cómo no. El «Prestige» llenaba las costas del norte de desesperación y demagogia; la situación internacional presentaba los perfiles más inhóspitos y la cercanía de la campaña de las municipales y las autonómicas animaba a los socialistas a la agitación parlamentaria y sociológica. Eran los peores momentos para el Gobierno desde el caso Gescartera y el rechazo masivo a la reforma laboral; es decir, el escenario propicio para que los rasgos funcionales de Aznar se agudizaran hasta el extremo. Ni un dato, ni una pista y recomendación expresa a los implicados, presuntos y reales, para actuar con prudencia, mesura y dedicación a sus tareas cotidianas. La sucesión era un asunto que podía y debía esperar, aunque el más mínimo detalle daba paso a corrientes internas, sonrisas inopinadas, extrañamientos injustificados y velados susurros en torno a la esfinge sin que ello generara, cierto es, demasiados problemas de orden interno en el Gobierno y en el PP. Luego, ocurrió todo aquello: Zapatero y sus colaboradores más directos despilfarraron la que empezaba a ser una distancia vertiginosa; midieron mal esos márgenes y empezaron a preparar, entre otras cosas, el modelo de televisión pública que pretendían aplicar en 2004 mientras agitaban banderas en las cabeceras de las manifestaciones. Se creían en La Moncloa, antes de tiempo y sin que el nombre del sucesor (para el PSOE Mariano Rajoy desde el día en el que por fin se convencieron de las intenciones de Aznar) modificara sus nuevas previsiones. O sea, otro escenario ideal para Aznar, más dado a las reflexiones realistas que a las cogitaciones triunfalistas. Quedaba tiempo, aunque para muchos analistas la cuestión era saber si el sucesor, fuera quien fuera, dispondría del necesario para hacerse conocer, respetar y valorar por un electorado que anunciaba en toda clase de sondeos extraños cambios de tercio, «deslealtades», una irrefrenable propensión a la duda y que, además, otorgaba a Zapatero cada vez mejores notas. Al terceto compuesto por Rato, Rajoy y Mayor Oreja se unían los nombres de Alberto Ruiz-Gallardón, Loyola de Palacio y, con escaso brillo retórico pero una impecable hoja de servicios, Ángel Acebes.

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