Metralla para una OPA hostil
Someterse al PP es la única reacción posible de Inés Arrimadas contra la bofetada que ha sacudido al centro político como un honroso pero fallido intento de «regenerar» la política
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Iniciar sesiónSea cual sea el acuerdo que perfilen las direcciones del PP y Ciudadanos para abordar conjuntamente futuras elecciones, no será solo una coalición coyuntural para autoprotegerse del nacionalismo en autonomías donde alguno de los dos es residual. No va a ser un pacto momentáneo, oportunista ... o provisional para el aprovechamiento de sinergias, sino la primera fase de una OPA forzada y hostil. No es el amago resignado de una incipiente fusión ante lo absurdo de fragmentar inútilmente el voto del centro-derecha. Es más complejo. Es el inicio de un proceso de absorción crudo e irreversible, una vez que Cs ha empezado a asumir conscientemente el trance de haber perdido su razón de ser.
Someterse al PP es la única reacción posible de Inés Arrimadas contra la bofetada que ha sacudido al centro político como un honroso pero fallido intento de «regenerar» la política. Todo fue demasiado artificial, Cs agotó su mensaje de tanto repetirlo , y ha dejado de ser creíble en un electorado muy polarizado ideológicamente. Tampoco Arrimadas va a ser nunca Albert Rivera. El diagnóstico de descomposición en Cs es elocuente, y el tratamiento pasa por refundirse en el PP en un proceso largo, tenso y a ser posible disimulado, que no parezca una rendición claudicante.
La dirección del PP, víctima de sus propias necesidades y miedos, está teniendo un tacto infinito. Mucho más del que nunca tuvo Albert Rivera con la dinamitación de UPyD. Aquello fue la voladura incontrolada e inmisericorde de un proyecto similar al que encarnaba Cs, con Rosa Díez como incómodo referente de una socialdemocracia moderada, incluso centrista, que garantizaba la defensa de la Constitución y la unidad de España por encima de las ideologías. Rivera, y con él Arrimadas, actuaron sin escrúpulos. Las dentelladas por el mismo espacio político solo permitían sobrevivir a uno, y Rivera no hizo prisioneros. Fulminó a UPyD y punto.
La situación de Arrimadas al frente de Cs tiene similitudes. Su único patrimonio es rentabilizar, con su partido desguazado, el éxito fugaz de haber sido la fuerza más votada de Cataluña. El poder regional que Cs ocupa en Andalucía, Madrid o Murcia, con vicepresidencias diluidas en contradicciones insalvables, y con cada vez menos peso e influencia por sus propias disensiones orgánicas, solo están reforzando al PP. Al menos en apariencia.
Con Cs víctima de una metástasis difícilmente reversible, es lógico que Alberto Núñez Feijóo se haya resistido a diluir las siglas del PP en Galicia, y la marca personal que él ha cultivado, cediendo ante un partido desesperado e irrelevante que no se ha hecho merecedor de compasión. De paso, Feijóo se reivindica frente a Génova. Lo mismo ocurre en el País Vasco, donde el voto a Cs es el uno por ciento del total. No es el caso de Cataluña, donde el PP necesita a Arrimadas para no anularse.
Pero es Arrimadas quien se encuentra en estado de acuciante necesidad en busca de una mínima coartada que le permita no parecer derrotada. Necesita simular que consigue sonsacar algo del PP, por poca sustancia que conlleve, para no tener que certificar prematuramente el acta de defunción de su partido. A Díez, Cs ni siquiera le dio esa oportunidad. Arrimadas busca bálsamos en el PP donde Rivera y ella aplicaron metralla a UPyD. Sin embargo, Pablo Casado tampoco puede permitirse destrozar a Cs porque, salvo en Galicia, sus expectativas son dramáticas y precisa enviar un mensaje conciliador de reunificación. Hay una confluencia de intereses. Pero en política siempre hay vencedores y vencidos. Y los vencidos se convierten en zombis o supervivientes. Antes o después, la absorción de Cs por el PP tendrá fecha en el calendario.
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