Análisis
Sánchez enfría su «romance» con el PP
El Gobierno cumple cien días sin creer en un «pacto nacional» para España
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Iniciar sesiónEl presidente del Gobierno conmemoró ayer los cien primeros días de mandato con un nuevo giro táctico para ganar tiempo . Pedro Sánchez no está en condiciones políticas ni anímicas de festejar nada. Pero en los últimos días había logrado canalizar junto a Pablo ... Casado un incipiente espíritu de entendimiento que ayer quedó herido de nuevo, y sin visos de que en los próximos meses vaya a prosperar un acuerdo «nacional» entre ambos.
Poner a prueba la sinceridad del PP
Sánchez utilizó el debate de la prórroga del estado de alarma para enfriar su «romance» con el PP. No había gustado en la presidencia que Casado llevase la iniciativa y monopolizase el éxito de convertir la idea de una «mesa de reconstrucción» en La Moncloa en una «comisión parlamentaria» con sede en el Congreso. Estética y políticamente no es lo mismo. Por eso Sánchez decidió poner a prueba la sinceridad del PP y desnaturalizó el acuerdo por más que la portavoz socialista, Adriana Lastra, anunciase con más boato que convicción que ya está convocando a los partidos para constituir la comisión.
La retórica del reparto de culpas
Sánchez vuelve a ejercer de Sánchez: sus ofertas se basan en un tacticismo cambiante por horas, y genera en todos los partidos, incluidos sus socios, dudas sobre su fiabilidad y sobre el valor real de su palabra. El Sánchez más desconcertante continúa descolocando a todos, y su aparente franqueza en el ofrecimiento de un «pacto por España» crea más escepticismo que certezas. De hecho, en el PP crece la seguridad de que el Gobierno nunca lo planteó en serio, y de que Sánchez solo necesita ampliar el abanico de cómplices para un reparto equitativo de culpas cuando la tragedia pase y el tsunami económico arrase la legislatura.
En esto el lenguaje es relevante. En tres días Sánchez ha pasado de los «pactos de La Moncloa» a una «mesa de reconstrucción», y después a aceptar la idea del PP de sustituir esa «mesa» por una «comisión parlamentaria» con todos los partidos. Sánchez acogía así un cambio de escenario, y la sustitución física de La Moncloa por el Congreso como sede de cualquier acuerdo porque, para Génova, era inaceptable sumarse a una «invitación» gestionada por Sánchez para negociar con Bildu o Esquerra.
Sánchez no quiere avanzar
No obstante, Sánchez despreció ayer la lógica de esa comisión e inventó una cuarta fórmula: la extensión del «pacto» a comunidades y ayuntamientos, «gobierne quien gobierne». Solo Lastra habló de la «comisión», y fue para sostener con una mezcla de indolencia e ironía que iba a citar a los partidos sin esperanzas de nada. Pero Sánchez sí dejó perplejo al PP al recuperar el superado concepto de «mesa de reconstrucción» para volver a incluir a ERC o a Bildu en el «pack» de auxiliares preferentes del PSOE. Por eso el PP seguirá sin fiarse. Ayer, Lastra ni siquiera se molestó en ensalzar la acción del Gobierno en estos cien días, y optó por airear el «rencor» irreconciliable de la derecha. Demasiada animadversión mutua.
Rescate o elecciones
Ya puede extraerse una primera conclusión para la legislatura. A no ser que se produzca una rectificación de Sánchez para dar margen de maniobra al PP y colaborar juntos en una «gran coalición» virtual, la legislatura solo podrá avanzar en dos direcciones: o Sánchez pacta con sus socios -incluido el amenazante PNV- unos presupuestos generales conservadores sobre la base de un rescate formal de la UE, o se verá forzado a convocar elecciones. No le va a ser posible, por inverosímil, mantener inermes durante meses a todos los partidos en una comisión parlamentaria de la que Sánchez solo espera pleitesía y aceptación de sus improvisaciones.
Dificultad para combatir el desgaste
Hay otro escenario novedoso que obligará a Sánchez a gestionar su desgaste de forma creativa. Su empeño por improvisar continuamente para encubrir su cadena de errores le resulta inútil . Hasta ahora, a Sánchez le bastaba una afinada batería política, social y mediática para provocar disciplinadas movilizaciones masivas -en la calle o en las redes- que culpasen a la derecha de cualquier mal. Pero hasta esa engrasada maquinaria de rutina doctrinaria contra la derecha ya flojea.
La propaganda deja de funcionar
Con el coronavirus, el escudo de protección ha dejado de ser eficaz y la bula de Sánchez empieza a caducar. Le fallan esos pilares sustanciales de su estrategia que siempre compensaron los fracasos de gestión con meritorias operaciones de propaganda e imagen. El analgésico de intocabilidad social e ideológica ha dejado de surtir efecto, y ahora la izquierda sufre una «rebelión» emocional en las mismas redes sociales que siempre manejó como un coto exclusivo. Y este, para Sánchez, es un terreno inhóspito.
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