La «Mamá Blanca» de Mamadu y Modu
La acogida de Adelina a dos jóvenes senegaleses en su casa es una muestra de la red de ayuda a inmigrantes en las islas
Laura Bautista
Once días en patera, así llegó Mamadou, de 25 años, a las costas de Gran Canaria. La comida, «arroz con sugar», pero solo los primeros días; «luego nada», asegura. El agua se acabó pronto, «bebíamos agua de mar». Su patera, de pequeño tamaño, viajaba abarrotada ... , en un trayecto por el que Mamadu, de Bur (Senegal), pagó 1.000 euros a un desconocido que le prometió llegar a la 'Gran España'. Viajó con un amigo y nunca temió perderse o no llegar al destino, aunque sí morir de hambre o de sed; saber nadar era algo que le daba cierta seguridad, confiesa.
No era el caso de Modu, también de 25 años y de Tuba (Senegal), un pueblo de interior y que no sabe nadar. Viajó desde su pueblo a Mauritania, donde zarpó en un cayuco en el que pasó 4 días: «No dormíamos, no bebíamos, no comíamos, no teníamos siquiera energía para hablar los unos con los otros ». Él viajó solo. En su pueblo diseñaba y confeccionaba ropa, incluso vestidos de novia. Todo un día de trabajo le suponía, como máximo, el equivalente a dos euros. «Trabajaba todo el día y aun así no tenía dinero», lamenta. Su familia y él ahorraron durante meses para pagar los 700 euros que le costó el viaje.
Ahora a ambos les une Adelina, su «mamá blanca» que les ha acogido en casa y con la que conviven desde hace tres semanas. A ella no le gusta que le llamen así, aunque los siente como sus hijos y su familia. «Les animo a hacer cosas, a aprender español, a estar animados en que todo saldrá bien y podrán quedarse en la isla con sus papeles». Ellos, a cambio, cocinan, ayudan a limpiar, a pintar y cosen ropa «porque tienen muchísimo talento».
Una mesa con dos máquinas de coser se ha convertido en el corazón de una casa que late a tres ritmos, unidos por ayudarse mutuamente, aunque apenas hablen el mismo idioma. La decisión la tomó tras una manifestación en la que los inmigrantes pedían «libertad», algo que le hizo decidirse y abrir las puertas de su hogar en La Isleta, Las Palmas de Gran Canaria.
Mamadu y Modu vivían entonces en la playa de Las Alcaravaneras, donde se ha montado un campamento ocupando locales municipales. Ellos «escaparon» del recurso hotelero en el que estaban alojados tras pasar varios días en el Muelle de Arguineguín y que recuerdan con pavor. «No queremos volver, por favor», le dicen a Adelina. Eran tratados como números, como una masa, no como personas. La comida era «horrible» –aseguran– y si metían comida de fuera se arriesgaban a que les echasen o incluso les golpeasen, ya que estaban sometidos a controles «a todas horas».
Red de apoyo
Es una decisión complicada, confiesa, en la que se ha visto acompañada por toda una red que ella llama cariñosamente sus «madrinas», que la ayudan, colaboran, aportan comida y telas para que los chicos cosan. «Sin apoyo esto sería muy complicado», dice. Familias y personas anónimas que donan ropa, comida, dan clases de español , les acompañan y ayudan con sus papeles y gestiones y, sobre todo, les dan un lugar donde dormir.
Cuando Mamadu y Modu llegaron «no comían». «Estaban acostumbrados a mantenerse con apenas nada», explica Adelina. Ahora comparan las fotos de cuando llegaron, con ojeras y en los huesos, y «parecen otros». Adelina es consciente de que esta gente «ha pasado lo indecible para llegar hasta aquí», porque en sus países «ricos en recursos son tremendamente pobres». Trabajan y se esfuerzan por sacar adelante no solo una vida y un futuro, sino a toda una familia, hijos y hermanos y aun así, no llegan.
Después de conocer Canarias, no quieren viajar ya a la 'Gran España', donde tienen familiares. Tienen confianza en poder quedarse con Adelina, aprender español, un idioma que ya empiezan a entender, y conseguir en Gran Canaria un empleo para ayudar a sus familias. Por ahora, se centran en devolverle a Adelina un poco de lo que ella les da, cosiendo.
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