«Las mafias dicen a los inmigrantes que en Europa hay trabajo porque el Covid ha matado mucha gente»
La pobreza empuja al cayuco, pero también el engaño de que al final del viaje les espera una vida fácil
LAURA L. CAROIsmail, que ha venido a Mauritania desde el Congo-Brazzaville con el plan en la cabeza y el miedo en el cuerpo de subirse a un cayuco, está convencido de que en Canarias están esperándole con los brazos abiertos. «Los españoles quieren que vayamos, han hecho un acuerdo con las mafias». Es un pensamiento delirante, le decimos, pero no hace ni caso. Se l o han contado los mismos traficantes que le piden los 2.500 euros que cuesta el embarque y que no tiene ni idea de cómo va a ahorrar. Calcula que le llevaría unos diez años y se le hace un mundo, más cuando es una cantidad que ya ha visto perder a su propio medio-hermano en un tris: lo que tardó la guardia mauritana en interceptar, nada más zarpar frente a Nuadibú, el cayuco en el que se había pagado una plaza. Y ahí se acabó el sueño.
El esperpento más descabellado, como esa connivencia entre España y los traficantes, está a la orden del día como parte del retablo de patrañas, fantasías y cuentos de la lechera que circula entre los inmigrantes que se juran que pisar Europa, como quien pisa la Luna, será conquistar el éxito y la inmortalidad de los héroes. Verás cuando al pueblo entero llegue la noticia de que lo han conseguido. Y la familia cómo se va a alegrar, por fin habrá remesas. La pobreza en la que malviven empuja fuerte.
A miles de malienses -7,6 millones de ellos, un 50,3% de la población, viven con menos de 1,9 dólares al día, según un informe de 2020 del Banco Mundial- y de senegaleses -5 millones por debajo de ese umbral, un 38,5% del censo- ya les ha arrastrado hasta Mauritania. Porque al menos en las costas de este país, comida no falta. Vengas de donde vengas. La mar provee una pesca prodigiosa. Nadie se agacha en los puertos a recoger los meros y los pargos recién sacados de las redes que van cayéndose de las carretillas tiradas por asnos. Pero otra cosa es resignarse a la mugre, al salario de cuatro cuartos que te pagan por faenar y al barracón descuajaringado cuando en el «smartphone» -no faltan, metidos en sus bolsas impermeables- deslumbra «la vida buena». Así lo llaman. También «el bienestar».
Los traficantes negreros les malmeten con que Europa entera les aguarda impaciente «porque mucha gente ha muerto a consecuencia del Covid, y ahora es el momento». Palabra del jefe de Operaciones de la Guardia Costera mauritana, Ahmed Moulaye: «Les están diciendo que no hay mano de obra y que se necesitan trabajadores. Les hacen creer que cuando lleguen a Europa lo van a encontrar, es la propaganda que están utilizando».
En contra de esa fábula barata, por los puertos de Nuakchot o de Nuadibú, donde se agolpan los aspirantes a los cayucos, deambulan los que están de vuelta con sus historias tristes. Hombres como Mohammed Mauliki, Hassan Mukhtar Gaye o el maliense Moussa Darria , cuyos testimonios han sido publicados esta semana por este diario, que les narran que ellos ya alcanzaron España en la oleada de 2006 y que de trabajo, poco y duro. Que acaban durmiendo en la calle. Por no hablar de que los tres, por diferentes razones, terminaron contra su voluntad de vuelta en la casilla de salida. Mauritania. Otros, ni eso. La persecución del sueño se ha cobrado en la ruta canaria al menos 922 vidas, cifra que empieza a configurar el archipiélago español como el siguiente Lampedusa.
La «tierra prometida»
Desde Nuadibú, el veterano diplomático Abdel Kader Ould Mohamed, que fuera viceministro de Exteriores y cónsul general en Las Palmas de Gran Canaria, reclama que se hace urgente «decirles que no hay trabajo» en Europa. «No tienen de nada y están corriendo el riesgo de contraer el Covid. Hay que dejarles claro ya en sus lenguas, en lenguas africanas como el wolof aquí, que les están engañando», suplica, y cita la experiencia de vídeos documentales que en 2007 y 2008 ya se difundieron para avisar en sus propios pueblos a los jóvenes subsaharianos de «la mentira» de Europa.
La didáctica del experto, incluso de prosperar, se vería seriamente amenazada por la enorme potencia de dos fuerzas. Ese canto de sirena de los traficantes y los mensajes de triunfo y vida regalada -en su mayoría, inventos o exageraciones- que envían los que ya han participado del éxodo. Lo resume Abdulá, del sindicato de pescadores de Nuakchot: «Se whatsappean entre ellos. A los que están aquí les sienta fatal porque no tienen medios, por eso creen que no hay nada mejor que ir a España. Trabajan de sol a sol sin conseguir un euro. Esta pobreza es culpa del gobierno... Por eso se juegan la vida para llegar a Marruecos o a España. Queremos vivir y morir en nuestra tierra pero no nos dan oportunidades. Pedimos sanidad, seguro social, porque si no esto va a seguir. Hay madres pensando en sus hijos a las que llega la noticia triste de que están muertos. Esto tiene que acabar ya».
En la escena internacional, nadie pide cuentas a las oligarquías africanas corruptas que expolian sus países sin fin ajenos a la miseria de sus conciudadanos. En Mauritania, sin ir más lejos, la comisión parlamentaria que investiga al que fuera presidente durante diez años hasta 2019, Mohamed Ould Abdelaziz, le confiscó en agosto 140 coches de lujo, 56 de ellos camiones, con el cuentakilómetros a cero. Ahmed Salem Bouhoubeyni, presidente de la Comisión de Derechos del Hombre, hace énfasis en la responsabilidad de Europa en el origen de la pobreza de África, y reprocha que, a cambio, la UE «esté dando la espalda» a los países débiles de los que salen los inmigrantes y concentrando todos sus esfuerzos en «externalizar fronteras» e imponer una política dura de devolución de estas personas . Cada vez más, recuerda, son mujeres y niños. Pero por delante, culpa categóricamente a las mafias, «que les están sacando el dinero, sin importarles el destino de los que meten en los cayucos, ni si viven o no», y urge a un concierto mundial para «hacer todo lo posible contra esas organizaciones y que sobre ellas caiga todo el peso de la ley.
Ismail, el del Congo, no ha oído hablar de deportaciones desde España ni del paro. «Nunca lo he escuchado», afirma, y también que él sabe de pintar paredes y arreglar neveras. Porque temerosos de las mafias, sí. Fascinados por el dinero que mueven, también. Pero no encontramos un solo aspirante a la inmigración que dudara de que al otro lado del viaje suicida en cayuco está seguro eso, la tierra prometida.