Lobos de mar en el otro fin del mundo: «Solo sales ahí por dinero. Es una tortura»
Los pescadores de San Juan de Terranova, el puerto más cercano a la tragedia del Villa de Pitanxo, están habituados a convivir con la muerte. Ahora reviven los peores momentos de sus vidas en unas de las aguas más peligrosas del planeta
El naufragio del Villa Pitanxo, paso a paso
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Iniciar sesiónSan Juan de Terranova es un Finisterre invertido. Aquí también se acaba el mundo, en el cercano faro de Cape Spear, el punto más oriental de América del Norte . En la orilla de enfrente, en la gallega, se mira al mar con aprecio, orgullo ... y temor. Estos días, con el dolor más profundo. Y aquí es similar. Son aguas salvajes y traicioneras, sobre todo más allá de la línea de 200 millas náuticas, la que marca la zona de exclusión económica. Es allí, cerca de un banco que se conoce como Flemish Cap, donde el mar se tragó esta semana al Villa de Pitanxo, un pesquero gallego con 24 marineros. Solo tres han sobrevivido. E n unas aguas violentas, solo se han podido recuperar nueve víctimas, mientras otros 12 pescadores siguen desaparecidos y sin esperanzas ya ni para un milagro.
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«Ese mar es una tortura», dice Johnny Johnson, enfundado en un mono térmico, con la cremallera abierta por la mitad, el gorro apenas calado y un cigarrillo pegado a la boca. «Hay corrientes fuertes incluso cuando no hay viento, nunca hay calma», dice con un acento de la región de una dureza que roza el dialecto («te voy a enseñar cómo se habla aquí», bromea).
Johnny Johnson:
Veintiún años en el mar
«Ese mar es una tortura, ahora es el peor momento para salir. Alguna que otra vez he estado a punto de perder la vida»
Johnson trabaja en el Belle Isle Banker, un arrastre, que saldrá en primavera hacia Groenlandia para pescar rodaballo. Meten sacos con redes en el barco, algo más pequeño que el Villa de Pitanxo. Ahora no hay apenas actividad pesquera en San Juan. Su temporada arranca en abril. El puerto está cubierto de nieve y el viento azota los mástiles varados. En pocos días, la nieve y el hielo que se acumula en las esquinas de los muelles habrán desaparecido. Siempre pasa así en invierno . Y siempre viene después otra tormenta.
Los accidentes
«Ahora es el peor momento», dice Johnson como otra razón para no salir a la mar, que ya es temible de por sí el resto del año. «Alguna que otra vez he estado a punto de perder la vida», asegura, y desenfunda su guante derecho para mostrar una mano a la que le falta el meñique. Estaba preparando los aparejos de pesca, se le enganchó una soga y un movimiento de mar se lo arrancó de cuajo. «Amigo, solo sales ahí por dinero», dice con una sonrisa llena de dientes picados.
Johnson lleva 21 años en el mar –«mi familia no es marinera, fue culpa de mi suegro»–, menos que Lot Short, patrón de ese mismo barco. «Cumplo cuarenta temporadas este año», dice. Por casualidad –o no–, también muestra su mano derecha con el dedo meñique amputado. «Cortando pescado en el mar».
Asegura que se las ha visto con tormentas de todo pelaje, pero que no se embarca cada temporada por dinero. «Es que no sé hacer otra cosa», dice con complicidad y define de forma irónica estas aguas como «incómodas».
En un muelle cercano, con barcos de bajura, Dave, que prefiere no decir su apellido, es la única presencia humana. Él se dedica al cangrejo, que se pesca también más adelante, en primavera y verano. Se estremece para explicar lo que es ir a faenar en invierno. «Muy duro. El agua es más pesada, azotan vientos nórdicos . Las cubiertas se congelan y eso a veces provoca que los barcos se desequilibren y se vuelquen», explica. ¿Y si hay una tormenta como el otro día? «¿Ves ese edificio?», apunta con una latigazo de la cara hacia una casa de tres plantas. «Es como si se te viniera encima». ¿Y si caes al agua? «Estás muerto», responde. «En esta época del año, con equipo de protección, quizá aguantas diez o quince minutos. Como vas tú vestido, ni cinco minutos».
Lot Short
Cuarenta años en la pesca
«Cuando los españoles llegan, les ayudamos. Todos estamos aquí ahora de duelo. En especial nuestras familias porque saben que a nosotros nos puede pasar lo mismo»
Esos escenarios los conoce a la perfección el capitán Charles Domineaux, de 74 años. Empezó fregando platos en los barcos y acabó de capitán de un patrullero en el norte de Labrador. Asegura que ha visto de todo en estas aguas, ha zafado muchas tormentas, ha perdido varios amigos y se ha escapado de milagro en alguna ocasión. Como en una tormenta en los Grand Banks, con vientos de 150 kilómetros por hora y olas de 20 metros. Sabe que no hay peor momento que este para salir a alta mar. «Todo marinero de Terranova tiene a febrero por un mes muy duro», dice. «Parece que las peores tragedias ocurren siempre en febrero».
Aguas de tragedias
Los más mayores recuerdan la del 19 de febrero de 1959, cuando una tormenta se tragó el barco Blue Wave con sus dieciséis pescadores. Siete años después, el 18 de febrero de 1966, el Blue Mist corrió la misma suerte con 13 marineros a bordo. Ese mismo día de febrero, pero en 1942, una galerna empujó contra la costa a tres buques militares estadounidenses en plena Segunda Guerra Mundial: USS Truxtun, USS Pollux y USS Wilkes, con una pérdida total de 203 vidas.
Pero el goteo de vecinos que se quedan en el mar es constante. « Casi cada año tenemos alguna tragedia», dice Short, desde la cubierta del Belle Isle Banker.
La plataforma Ocean Ranger
Pero estos días, todo el que se para en San Juan a hablar sobre el naufragio del pesquero español recuerda la del Ocean Ranger. Fue un 15 de febrero, el mismo día que se hundió el Villa de Pitanxo, hace exactamente cuarenta años. Fallecieron 84 hombres, muchos de ellos vecinos de San Juan. «Dos amigos míos murieron» , cuenta Richard, que conduce un taxi, y era un veinteañero en aquella época, en 1982.
Pero la presencia ahora de marineros españoles en San Juan también le trae buenos recuerdos. «Entonces, en algún momento de la temporada, llegaban de repente 30 o 40 barcos españoles al puerto. La fiesta que se montaba era tremenda», dice. Él tocaba en una banda y muestra el lugar donde estaba el extinto Stardust Lounge, en Water Street, pegado al puerto. «No paraban de bailar y de beber», dice de los españoles.
Eso fue antes de la ‘guerra del fletán’, el enfrentamiento entre Canadá y España por la explotación de los bancos de pesca en los Grand Banks. La desató la persecución y el apresamiento por parte de un patrullero canadiense del pesquero vigués Estai en 1995. El conflicto provocó que los españoles evitaran puertos canadienses, como el de San Juan.
«Aquí ya no se habla nada de eso», dice Short, que asegura que no quedan cuentas pendientes con los españoles. «Todo lo contrario. Cuando tienen problemas y vienen a puerto, les ayudamos», asegura. En este momento, entienden mejor que nadie su dolor. «No he podido dormir pensando en ellos», dice sobre las víctimas y los supervivientes. «Todos aquí estamos ahora de duelo. En especial, nuestras familias. Porque saben que a nosotros nos puede pasar lo mismo».
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