Libertad, Justicia, Barcelona
Cuando contemplo esta mañana a la empleada de un comercio de Barcelona llorando e implorando en actitud de ruego el fin de la violenciadevastadora que se ha cebado con su escaparate, me viene a la cabeza la célebre distinción de Rousseau entre el hombre y ... el ciudadano: «El hombrebusca la felicidad y el ciudadano, la justicia». Y reflexiono sobre la incapacidad de las personas elegidas democráticamente de cumplir con su obligacióny atender las demandas de una amplísima mayoría de los electores. En otras palabras, el fracaso de los poderes públicos frente al comportamiento del loboque, según denominación de Hobbes, oponente intelectual del autor de «El contrato social», caracteriza la naturaleza humana.
Las desatadas agresiones que sufrieron ayer por enésima vez los barceloneses, que erróneamente se confunden con las protestas que muestrana menudo las calles de Atenas frente los duros ajustes que aprueba el Gobierno, tienen su propia lógica, en origen y en desarrollo, desde que un día alguien optóen Cataluña, y en particular en la Ciudad Condal, por primar la filosofía del buen rollito en detrimento de la obligación de proteger a una mayoría ciudadanaque financia con sus impuestos las Fuerzas de Seguridad y la Justicia, sin recibir casi nada a cambio. Una dejación de funciones como la copa de un pino, remacharía un castizo.
En Barcelona, tras los aciagos gobiernos autonómicos y locales que protagonizaron el PSC, ERC e IC confundiendo diálogo y talante con exceso de permisividad,la violencia ha disparado las alarmas cuando presenta ya toda una sintomatología crónica. El cóctel explosivo que mezcla la progresía tontuna,el nacionalismo protector de sus cachorros más aviesos y el filoterrorismo de elementos antisistema estalla al fin en la cara de las élites dirigentes.
El último y sonoroaviso lo habían dado los jueces al procesar a algunos de los mosos de escuadra que habían defendido de los alborotadores del linchamiento público a las puertas del Parlamento soberano.
Supongo que los catalanes de bien se preguntarán perplejos: ¿qué sociedad estamos construyendo? ¿dónde están la justicia y la libertad para la gran mayoría pacífica y respetuosa? Y si no se lo preguntan, deberían…
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