Hablan los pioneros de la Constitución
José Ramón Caso: «A las nuevas generaciones, la Guerra Civil les importa un bledo»
Fundador del CDS junto a Suárez, su seña política fue la búsqueda del consenso a través del diálogo, que hoy ve en peligro por los «populismos que trabajan para separar, no para unir»
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Iniciar sesiónResponde a la petición de entrevista con la amabilidad que siempre caracterizó su trayectoria como diputado, europarlamentario y secretario general del CDS. Hoy sigue defendiendo el valor del acuerdo y el diálogo , la «actitud machadiana de buscar juntos la verdad. Ni la mía ... ni la tuya».
¿Se parece en algo el PSOE de Sánchez al de González?
Pretender que no se hizo nada mal es una estupidez. Toda obra es perfectible. Como decía Pablo en la Epístola a los Corintios «la letra mata, pero el espíritu vivifica». Lo importante es el espíritu. Fue la primera vez en 200 años en que la ciudadanía y los políticos tomaron conciencia de que no queríamos seguir por ese camino de imposición. Se hace un esfuerzo por buscar un proyecto compartido, votado abrumadoramente.
Hoy todo parece estar en cuestión. La división de poderes, la Monarquía, la Constitución, la unidad territorial...
Esa tontería que he escuchado a algún dirigente político recientemente de que «los viejos que se callen, ahora nos toca a nosotros» conlleva a algo más profundo, que es el no querer aprender de la Historia. Conduce a un buenismo ideológico por el que tú tienes la verdad revelada y se reniega de la experiencia.
¿Es lo que ocurre con el auge del populismo?
Exacto. Se buscan líderes enérgicos que prometen lo imposible. Es una tendencia que cala especialmente entre los más jóvenes. Los populismos trabajan para separar, no para unir. Dándole la vuelta a la famosa frase de Clausewitz, «la guerra es la continuación de la política por otros medios», hay algunos que creen que «la política es la continuación de la guerra por otros medios», lo que lleva a ver un enemigo en todo el que no piensa igual. No hay una verdad incontestable. Hay que buscarla, construirla.
¿Estamos entonces preparados para acometer reformas?
En el 79, justo después de aprobar la Constitución, ya había mucha gente en un UCD que decía que el consenso se ha acabado, ahora nos toca gobernar con nuestro programa. También en el PSOE, cuya consigna era que había que derribar a Suárez como fuera para gobernar. Hubo un cambio de actitud: hemos redactado la Constitución, ahora vamos a imponer nuestro programa. Esa tentación, llevada al extremo, es un error dramático. El buen político debe saber distinguir dónde tiene que aplicar su programa y dónde intentar mantener el acuerdo.
¿Por ejemplo?
La «ley Celaá» está llamada a desaparecer. Dentro de tres, de siete o de doce años habrá otra mayoría que la cambiará porque desde el 78 no hemos sido capaces de crear una reforma educativa con el grado de acuerdo para que se cambien los elementos accidentales, no los fundamentales.
En el caso de la educación y en tantos otros asuntos, ¿el peligro del nacionalismo no es lo que te pide sino lo que estás dispuesto a darle?
El modelo autonómico no tiene marcha atrás. Es uno de los puntos, donde Vox comete un error brutal para sus propios intereses. Otra cosa es que se pueda modificar. En su momento se pensó que había salvaguardas suficientes para garantizar una homogeneidad básica de la educación.
¿Ocurre lo mismo con la Justicia?
La presión de la UE nos va a ayudar a encontrar una solución a este problema. Los abusos en relación a su Poder Judicial de países como Hungría, hace que la UE reflexione sobre qué países no tienen sistemas suficientemente independientes de Poder Judicial y apriete las tuercas a España.
¿La UE también es cuestionada?
¿Cree que se ha abusado de la coartada de la emergencia sanitaria para limitar los derechos y libertades en este país?
Con la excusa, que para algunos será razón, de una crisis tan poderosa que requiere una capacidad de acción rápida y fuerte se ha querido ampliar ese espacio de excepcionalidad, limitando el control del Parlamento, abusando de los reales decretos... Una de las peores cosas que está haciendo el Gobierno de coalición es que legitima cualquier cosa que pueda hacer un Ejecutivo alternativo que venga después.
¿Cabe aquí la sensación de que se azuza el guerracivilismo, la balcanización de España?
Hay cosas con las que no conviene frivolizar pero si es cierto que hay populismos que juegan a cavar trincheras con la palabra y la acción política, a generar la dialéctica amigo-enemigo político y puede derivar en una polarización brutal de la sociedad. A las nuevas generaciones, de 50 años para abajo, la Guerra Civil les importa un bledo. Lo que les preocupa es encontrar un empleo que les permita independizarse. ¿Qué estamos haciendo mal para que no hayamos sido capaces de generar o personas con las capacidades correspondientes o modelos de empresas atractivos para dar empleo a los jóvenes? No es un problema de guerracivilismo sino de que quienes nos gobiernan lo están haciendo mal.
¿Le revuelve el estómago escuchar a Bildu jactarse de que va a tumbar el régimen del 78?
Tenemos un sistema que permite que llegue mucha gente que para nada nos gusta. Otra cosa es que te produzca rechazo que partidos que han sido pieza muy importante del constitucionalismo y de la España que hemos construido entre todos prefieran mantener esa fosa de incomunicación entre derechas e izquierdas para conseguir a cambio de lo que sea el apoyo de partidos como Bildu. Están renegando de su esencia.
¿El PSOE ya no lo reconoce nadie?
Está poniendo una vela al diablo. Si se quema, lo decidirán los ciudadanos.
¿Tiene mucha confianza en la sociedad civil?
En lo básico, sí. Pero es cierto que toas las sociedades han elegido gobernantes que las han metido en líos. Hay mucho Maquiavelo y mucho aprendiz de brujo en la política española.
¿Cuando oye en ese sentido que España no es monárquica y que anhela una república?
Ni en el 78 y, desde luego, no en el 81 había un fervor monárquico. Se decía que en España había un republicanismo juancarlista. Se puede discutir en el plano teórico la justificación de la monarquía en el siglo XXI, pero también se puede justificar por razones históricas, culturales o de eficacia pragmática. A la gente joven les digo que comparen lo que cuesta la monarquía española con una jefatura del Estado que tiene muy pocas competencias, como la italiana. La corona española, por su identificación internacional con la Transición tiene un prestigio muy superior. ¿Crees que sería mejor que cada cuatro años, tuviéramos que decidir entre, pon los que quieras, Zapatero y Aznar, Zapatero y Rajoy?
¿Tendría sitio Adolfo Suárez en este Hemiciclo?
Cuando se le podía escuchar, cantidad de gente le daba la razón. Por eso insistía en aquello de «no me aplaudan tanto y vótenme más».
¿Eran mejores los políticos de entonces que los de ahora?
En cuanto terminan los períodos constituyentes, la política se suele convertir en una profesión. En los países que lo hacen razonablemente mejor hay una cultura del mérito. En Francia no llegas a la Asamblea si antes no has sido alcalde de tu pueblo o te has curtido en gestión política en ámbitos inferiores. Eso es meritocracia. Nadie se atreve a ofrecer a los ciudadanos un candidato no cualificado. Esa conciencia no existe todavía en España.
¿Piensa en algún político actual?
No hace falta que ponga nombres
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