José Luis Moreno, auge y caída de un hombre que era (y no era) un artista
La gente del oficio siente más temor que aprecio por el padre de Rockefeller. El arte le viene de familia a este ventrílocuo que lleva décadas de bien ganada fama de discordia empresarial y reincidencia en los impagos. El checo Martin Czehemester, medio actor medio escolta, puede ser su perdición

José Luis Moreno es un rico que decora aún la lista de morosos, un señorito del lujo de batines al que le ha caído la visita de la Guardia Civil, en su propia mansión, incluyendo esos perros que huelen la billetería oculta. A veces la vida se parece al cine. Y hasta te ponen las esposas. José Luis Moreno fue el inventor de Rockefeller, aquel cuervo de chaqué que igual recitaba un endecasílabo golfo que predicaba la chulería hispánica. Resultó mucho pájaro aquel pájaro. Eran los desabrochados ochenta, aquellos años de la tele de cantantes extranjeras y vedetes nacionales que enseñaban a menudo el muslo de jabugo sexual, mientras daban el paso de párrafo a la actuación siguiente. Moreno, ahí, era un aseado de éxito, y Rockefeller era un muñeco tan famoso como su amo, o más, con su alegría de farde, su timbre respondón, y su descaro de militancia, que a veces remataba con una rúbrica de guerra que hizo fortuna: «Toma Moreno».
Hoy Rockefeller es una reliquia de youtube, zona chistosos, y Moreno ha sido un detenido, zona telediarios, bajo varios cargos gruesos que van desde la estafa continuada hasta el blanqueo de capitales. Se contempla la falsedad documental y la pertenencia a organización criminal. El horizonte no se le presenta soleado, precisamente. Moreno y su viva juguetería, que incluía a Monchito, y a Macario, fueron un show, y ahora José Luis, él solo, reinaugura el show, sólo que en dirección contraria, y pasando por comisaría. Y lo que queda, sin despreciar lo imprevisible.
El que trabajó con pajarita, en aquella tele de las lentejuelas del destape, ha probado ahora las esposas de reo de película. No sé yo si esto entraba en la imaginación peor de su sastrería. Luego, en medio del jueves, el juez lo ha dejado en libertad, bajo fianza provisional de tres millones de euros, a depositar en estos próximos días. Se exige el comprobante de la procedencia lícita. Parece el ocaso de una amargura, para el protagonista, pero quizá estemos ante el amanecer de una pesadilla que se hará concreta y larga.
Santiago Segura entrevió un día en Moreno un aire de malvado, y como malvado lo colocó en la segunda edición de Torrente. Moreno lo bordó, rebautizado de Spinelli, capo mafioso según los tópicos de antaño. Santiago tiene el ojo fino para meter en el reparto a personajes que ya la vida le trae hechos, con deneí incluido, y a veces esos personajes ni le cobran, como pasó con José Luis Moreno. Con este hombre nunca se sabe. Santiago lo dijo en su momento, como frenesí de anécdota, y lo ha recordado ahora: «Ni un céntimo, no me cobró Moreno ni un céntimo».
–¿Y nunca has sospechado que pudiera conocer, o nutrir, incluso, una trama de estafas?
–Nunca. Es más, me he quedado en shock, con la noticia de la detención.
A Moreno no sólo se le ha cruzado en la vida la Guardia Civil, y la UDEF, sino algunos artistas que, aprovechando el jaleo, han recordado que les dejó a deber un dinero, en su momento. Eso, y que algunos populares de trimestre le han puesto a caldo, despreocupadamente, porque eso anima el patio. Previsible. Moreno es Moreno y la tele de peluquería es la tele de peluquería.
El cantante Serafín Zubiri reitera con credenciales de resignación que Moreno le dejó a deber 1.800 euros, por una gala. La actriz Mónica Pont tampoco cobró lo suyo, por el trabajo en una serie, según ella misma acredita, y Miguel Lago, colaborador de Risto Mejide, también lleva años esperando que Moreno le abone lo debido. «No desespero», agrega, con más coña que esperanza.
Discordia empresarial
Tampoco sorprenden mucho estas quejas, o reclamaciones, porque Moreno lleva muchas temporadas de ganada fama de discordia empresarial y reincidencia en los impagos. Ocho contratados de los musicales ‘Lo más grande en Zarzuela’, o ‘La Revoltosa’, le ganaron un pleito de 30.000 euros. Los actores Pepe Ruiz y Marisa Porcel, los históricos Pepa y Avelino de ‘Escenas de matrimonio’, le denunciaron en su momento, y Loles León y Fernando Tejero coinciden ahora en haber padecido abuso laboral, cuando trabajaban en la serie ‘Aquí no hay quien viva’, uno de los éxitos clamorosos de Moreno, como productor. Alberto Caballero, guionista de esa serie aclamada, y sobrino de Moreno, ha reaparecido con un atrevimiento de certeza padecida: «Habíamos tenido algún problema con un par de pagarés a nivel de la productora con sociedades fantasma con las que no habíamos trabajado. Lo pusimos en manos de la justicia porque consideramos que era una estafa al uso, pero no sabíamos que tenía relación con esto».
En la biografía, ya larga, de Moreno, hay muchos episodios de película, pero de película que se parece peligrosamente a la vida, según estamos viendo. Se movió siempre en el exceso, cruzando la jactancia de todopoderoso de la televisión y el cromo de forrado que se recluye en un chalet con ascensores. Ha padecido algunos robos convulsos y publicitados. De pronto, se acorazó de medidas de seguridad, como en algún alarde de James Bond, y yo mismo le pregunté un día si tanta medida de seguridad no era el mayor reclamo para la ambición de los delincuentes.
–A ver, Moreno, ¿y tanta cámara, y tanta alarma, no son la mejor manera de señalar un buen botín?
–No queda más remedio que tener seguridad.
Le ha puesto exageración a todo, incluyendo el propio currículo, donde se reúnen los saberes de cirujano que no ejerce, patinador que se retiró y cantante de ópera ante la Reina Isabel II. Como ahora se le investiga a fondo, también desde la prensa, parece que todos estos méritos cargan más imaginación que certeza. Tampoco se nos da un susto.
Apunta la investigación en curso la intención de la trama de diseñar un banco en Malta para el crimen económico, pero el casoplón célebre de Boadilla tiene deudas. Y una habitación del pánico, donde se sospecha que Moreno ordenaba videoteca prohibida. Se vio una máquina de contar dinero, incluso, que no estaba en el sitio para decorar algún rincón hortera. A la Guardia Civil le negó la clave de la caja fuerte, y no ha querido decir nada ante el juez, salvo pedir un lexatín.
En esa misma casa, dio un party, ante la prensa convocada, para poner él mismo el relato a un ataque violento en el que casi le abrieron la crisma. Ocurrió en el 2007, pasó Moreno unos días en el hospital, por la tunda, y los asaltantes se concretaron, tras la investigación, en una banda de albanokosovares. El chalet de Moreno se viene avalando como el chalet de las extrañas circunstancias. Algo así. Como pasa a veces con el cine, como pasa con la vida a veces. La última visita ha sido la visita de la autoridad, sin llamar antes al móvil. Igual damos con un futuro de misterios que lo son del pasado.
El arresto corona una investigación de años donde él asoma como timón de una nutrida ingeniería de fraude nacional, e internacional. La propia Guardia Civil daba las primeras palabras esclarecedoras del caso: «Los estafadores creaban mercantiles con buena reputación para ofrecer proyectos empresariales de todo tipo que nunca se materializaban, contando con la participación activa en el delito de directores de bancos, una notaría y hasta productores de televisión». No extraña, pues, la cifra de casi sesenta detenidos y cincuenta millones de fraude, en estimación aún sin detalle de minucia. En los registros completados en Madrid, se incautaron 200.000 euros en efectivo, y 400.000 euros en pagarés.
Moreno fue imbatible, cuando sacaba a Rockefeller a escena, en las noches de fiesta de la tele, mayormente los sábados. Lo veían muchos millones de espectadores. Entra en el género del ventrílocuo, pero no tanto. Quiero decir que sí alimentó, en principio, la vocación del canto, y hasta enfiló una temporada la ambición de tenor. Pero en un momento se detuvo. No se acredita su titulación de pianista, pero se maneja bien en el teclado. No es un ágrafo de despacho, como quieren ahora por ahí, entrando al descrédito de alboroto, pero la cultura popular española lo aúpa como ‘Moreno y sus muñecos’. Porque José Luis Moreno no sólo inventó a Rockefeller, sino también a Monchito, o Macario, que ya han salido en esta glosa. Moreno, que no es un titiritero, sino más bien lo contrario, sabe que todo hombre resulta una asamblea, y de esa sabiduría fue sacando un día un coro de muñecos que hablaban claro y directo, casi libérrimos, como la simpatía.
Moreno, allí en los años de su auge, tenía enfrente a Mari Carmen, la de los muñecos, que es como decir que Rockefeller era enemigo de Doña Rogelia. Moreno perpetró un chiringuito de show, y es la figura, o figurón, de buen traje que abría o cerraba las galas de una televisión festiva, aquella televisión efervescente de los ochenta, donde se sucedían las chavalas de corsetería, los baladistas de almíbar y los humoristas de garrafón. Después, Moreno hizo un imperio de productor, echando a funcionar ‘Matrimoniadas’, o ‘Aquí no hay quien viva’.
Más temor que admiración
Ha sido frecuente detectar que la gente del oficio le sostenía más temor que admiración. Más prevención que apego. Era, y no era un artista. Era, y no era un empresario. El jugaba ambos naipes de empleo, y con esos naipes ha hecho carrera, que es carrerón. Hasta que lo ha parado la policía.
A Moreno, el piano, y la ventriloquía, le vienen de familia, porque su madre era pianista de trayectoria, y su padre director del teatro de marionetas del Parque del Retiro. En el piso familiar de Vicálvaro, en Madrid, se fabricó José Luis su tribu de muñecos, cuando era un joven de inquietudes. Si uno hace memoria, o rastrea la hemeroteca, sale, naturalmente, que Moreno es figura exótica, y controvertida, y acaso algo rancia, o arcaica, pero se conoce poco que de bachiller estudió canto en Italia, durante años, o bien que allí mismo le sedujo la carrera de piano.
En los papeles de la investigación abierta, se maneja el nombre de Martin Czehmester, un apolo checo, mitad actor, mitad escolta, que ha vivido muy cerca de Moreno, según rachas, y que pudiera haber cumplido de testaferro del productor. En Italia tuvo Moreno el tirón de la Carrá, en algunas épocas, que ya es tener tirón. Juan Pablo II se cruzó un día con él, y charlaron sobre Rockefeller. Berlusconi quiso ficharlo para su tele, por más de mil quinientos millones de pesetas de entonces. Todo sucedió cuando Moreno era Moreno. Luego, se apagaron los muñecos. Aunque no. En Youtube resucitan como díscolos animadores de la España del postdestape. El jefe, entretanto, igual recuerda hoy algunos proyectos del pasado. Los planes del futuro los va ultimando la policía.